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Domingo, 23 de enero de 2011

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 Por Javier Cofreces

Ante el desafío que me propuso Fondebrider, resolví comenzar este “top ten” citando cuatro poemas que siempre tengo presentes, que figuran en mi ranking personal de textos inolvidables y que, afortunadmaente, fueron publicados por primera vez en la década que me tocó en suerte reseñar. Me refiero a “Es infinita esta riqueza abandonada”, de Edgar Bayley; “Lágrimas de un mono”, de Francisco Madariaga; “Olga Orozco”, de la propia Orozco, y “Nada de historias”, de Juan Antonio Vasco.

Debo reconocer que los tres primeros apuntados cuentan con un valor agregado, que sin duda influyó a la hora de situarlos entre mis preferidos de todas las épocas: el hecho de haberlos escuchado recitar por sus autores. No es casual que, a pesar de que la memoria con el paso de los años se resiente, tenga presente ciertos detalles al respecto: “Es infinita esta riqueza abandonada” se lo escuché recitar al gran Edgar Bayley por primera vez, en el ciclo de poesía Arte Plural. “Lágrimas de un mono” lo escuché en varias lecturas de Madariaga a las que asistí y siempre me conmovió, aunque la primera vez fue en La Peluquería, de San Telmo. El de Olga Orozco también a comienzos de la década del ’80 en una celebración que organizó Ultimo Reino, en su mítica sede de la calle Juan B. Justo y Warnes, y que contó con la presencia de la autora.

En cuanto a “Nada de historias”, de Juan Antonio Vasco, la elección de ese poema responde a un arbitrio particular. Por cierto, no recuerdo si el ejemplar de Cambio de horario, libro que incluye el poema de marras, me lo obsequió, hace un cuarto de siglo, Mary Latorre (viuda de Carlos, íntimo amigo de Vasco) o Clara Fernández Moreno (viuda de Juan Antonio), pero tengo presente la consecuencia que me generó la lectura del texto, cuyos últimos dos versos me quedaron grabados para siempre y me cansé de citar hasta el hartazgo durante meses tras toparme con ellos, con o sin excusas razonables para hacerlo: “...ningún receptor de televisión sintonizado / en mi reino no es de este mundo”. Sin duda, ningún analista literario resaltaría la particular calidad de estos versos, no obstante, a mí me dejaron huella. No quería privarme de evocar esta perla que me deslumbró entre los tesoros del poco recordado Juan Antonio Vasco.

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