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Domingo, 27 de abril de 2008

FAN > UN ESCRITOR ELIGE SU ESCENA DE PELíCULA FAVORITA

La cajita feliz

 Por Pedro Mairal

Hay muchas escenas del cine que me hipnotizan o se me quedan pegadas. La escena de esa especie de esgrima flotante por el cañaveral en El tigre y el dragón de Ang Lee. O el final de Midnight Cowboy, cuando Ratso, el personaje que encarna Dustin Hoffman, se muere en el ómnibus yendo a Florida, y su amigo —mientras todos los pasajeros los miran entre curiosos y espantados— le pasa el brazo sobre el hombro y lo abraza. Pero es en el cine de Buñuel donde encuentro más escenas inexplicables, inesperadas. Sus personajes hacen cosas que a veces no se entienden, no son lógicas, pero son inolvidables. Por ejemplo, un hombre ordeña una vaca, le da un vaso de leche a una nena, y la nena se lo vuelca en la cabeza a la vaca (como en el poema de Parra). Y eso está mostrado como al pasar, dentro de otra escena más importante.

Mi película favorita de Buñuel es Belle de Jour, basada en la novela del escritor francés Joseph Kessel, que extrañamente nació en la provincia de Entre Ríos. Belle de Jour es la historia de una mujer recatada y casta en su matrimonio con un médico exitoso y perfecto, una mujer de la alta burguesía parisiense que, como tiene las tardes libres, se empieza a prostituir en un departamento de putas (lo que acá llaman “un privado”), no por plata, sino por morbo y curiosidad. Catherine Deneuve está perfecta en ese papel de mujer reprimida y a la vez desesperada por algo que la haga sentir viva.

La vi por primera vez en Londres a los 21 años, en el ‘92, cuando recorrí Europa de mochilero. Era un cine al que se subía por ascensor (es raro pero, después, varias veces, volví a ver películas de Buñuel en cines con ascensor como el del San Martín). Antes sólo había visto El perro andaluz o partes de otras películas en un documental. Sabía de Buñuel por su relación con Lorca y Dalí en la Residencia para Estudiantes de Madrid. Pero era un conocimiento medio vago. Tengo que confesar que el poster con la Deneuve en sus veinte y semidesnuda fue lo que me hizo entrar. A mi hambruna de mochilero místico le sentaba mucho mejor la rubia del poster que el costado cultural del programa.

Me acuerdo de las escenas donde las putas francesas, con lencería y batas muy mal cerradas, deambulan por el departamento. En un momento, cuando Belle de Jour (ése es su nombre de guerra) todavía no se anima a prostituirse, la madama la hace espiar por una mirilla hacia uno de los cuartos. Me impresionó lo bien mostrada que estaba la manera en que la protagonista se enfrenta con su lado oscuro, cómo ella se asoma a eso y la empujan y se deja empujar.

Habrá habido quince personas en la sala y yo era el único que se reía. En general, en el cine y la literatura no me causan gracia los chistes ni los gags, pero sí me causa gracia cuando se revela la naturaleza humana, la debilidad de un personaje, cuando hay algo de verdad, de honestidad que, casi, no se puede contar. Entonces me río de sorpresa, del placer que me da una historia que me hace ver que todos somos igual de monstruosos, de impresentables.

Y la escena que se me quedó grabada viene después de que uno de los clientes de Belle de Jour, un chino enorme, trae algo asombroso en una cajita, algo que los espectadores nunca vemos, pero que fascina y asusta a las mujeres. Cuando ya sucedió el encuentro con el gigante asiático, Belle de Jour está sola en el cuarto, desordenado por el terremoto del sexo. Ella está tirada en diagonal sobre la cama, boca abajo, escondiendo la cara entre los brazos. Como sin querer molestarla, entra la mucama del burdel, una mujercita triste y gris, que endereza la lámpara caída, la mira con lástima y le dice: “Pobrecita, yo también tendría mucho miedo de un hombre así”. Entonces Belle de Jour levanta la cara de las sábanas y, toda desmelenada, con una sonrisa beatífica, le dice: “Qué sabrás vos”.

Belle de Jour es una especie de eufemismo que usan los franceses para “puta” y también el nombre vulgar con que se conoce una planta cuyas flores sólo se abren de día. Buñuel no estaba muy convencido de hacer esta película (que sería la más taquillera de su obra) y, finalmente, aceptó llevarla a cabo siempre y cuando le prometieran total libertad, aunque la verdad es que sí concedió algo a la censura: había una escena que incluía la impactante imagen del Cristo de Grünewald que no quedó porque podía herir por el mal gusto. Belle de Jour, con guión de Luis Buñuel y Jean-Claude Carrière en una coproducción entre Paris Film de Francia y Five Film de Italia, fue estrenada en Francia en 1967 y le valdría a Buñuel un León de Oro en el Festival de Venecia. Además, fue la primera colaboración entre él y Catherine Deneuve. Aunque en un principio la comunicación entre el director y la actriz se puso ríspida, el resultado los satisfizo a los dos. En cuanto a la enigmática cajita de la que habla Mairal, dijo Buñuel: “Ya sé que la cajita inquieta, y más con el zumbido que le puse (...) Yo mismo no sé qué hay en la cajita. Debe ser algo extraordinario, una cosa útil para una perversión insospechada”.

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