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Domingo, 24 de agosto de 2008

CINE 1 > TUS SANTOS Y TUS DEMONIOS, DE DITO MONTIEL

Nuestros años felices

Primero fue un libro autobiográfico que convirtió a Dito Montiel y su retrato de la violenta y emotiva infancia en el Queens de los ’80 en una modesta celebridad literaria. Tres años después, y gracias al interés de Robert Downey Jr., se convirtió en una película que fue comparada con las Calles salvajes de Scorsese. Aunque está un tanto lejos de eso, bien vale sumergirse en los callejones emocionales de esa banda de adolescentes que deambulan por ellos a las piñas, buscando la salida de sus propias vidas.

 Por Mariano Kairuz

En una de las primeras escenas de Tus santos y tus demonios, su protagonista y narrador Dito Montiel (Robert Downey Jr.) advierte a su público que en la historia que está a punto de contar –la de su novela autobiográfica– tendrán lugar las muertes de varios chicos. La primera es la del pobre Giuseppe, el hermano lento de Antonio, líder de la “bandita” de la que Dito es parte. “Era un estúpido, ahora es un estúpido muerto”, dice Antonio en el velorio, evidentemente dolido y culposo, pero fingiendo no darle importancia.

La historia de Dito (Orlandito) Montiel, el hijo de un nicaragüense y una irlandesa nacido hace 42 años en Nueva York, es bastante impresionante en todo lo que la película elude; es decir, entre el momento de su adolescencia en que abandona el hogar familiar en el humilde barrio de Astoria, Queens, en los ‘80, y la primera vez que regresa, alertado por su madre sobre la frágil salud de su padre, casi veinte años después, con su libro publicado y cierto renombre. Montiel salió de Queens rumbo a California con la intención de tocar en alguna (en cualquier) banda en una época en que, según ha dicho él mismo, cualquiera tocaba en una banda y todo era cuestión de subirse a un escenario con una guitarra y “hacer ruido hasta volverse mejor o un verdadero desastre”. En los años siguientes conoció a Andy Warhol, poco antes de que cerrara su Factory; modeló ropa interior para Calvin Klein y tuvo un pequeño hito en su errática carrera musical cuando David Geffen le adelantó un millón de dólares a su banda hardcore Gutterboy, uno de esos flirteos de la industria con el indie que sólo pudo ocurrir a principios de los ’90. Con la misma espontaneidad –o más bien con esa actitud de que todo salió de la misma “mentalidad hardcore” de las improvisaciones musicales de alguien que tenía menos claro a dónde ir que de dónde escapar– se gestó su libro. Una vez, dice Montiel, pegó unas fotos de él y de su amigo Antonio en un querido libro infantil llamado The Picture Book of Saints (“El libro ilustrado de los santos”), y más tarde las de otros amigos de la adolescencia, y otros más, y luego fue escribiendo algún pequeño comentario debajo de cada imagen, hasta que sus propios textos acumulados le sugirieron que no sería tan difícil convertir todo aquello en unas 200 páginas. El libro A Guide to Recognizing your Saints (“Una guía para reconocer a tus santos”, también el título de la película, mucho más sugestivo que el elegido para su estreno local) fue publicado en 2003 por la pequeña editorial neoyorquina Thunder’s Mouth Press. Tres años después, mediante la activa intervención de Robert Downey Jr. y la productora Trudie Styler (la esposa de Sting), se había convertido en esta película de bajo costo, pero muy profesional –y por momentos un poco sobreestilizada– que recorrió el mundo. Aunque de no haber tenido esta oportunidad, insiste Montiel, la hubiera filmado igual, con amigos y en video.

La crítica norteamericana comparó a Tus santos y tus demonios con Calles salvajes de Scorsese, con el retrato de barrio ítalo-norteamericano de Fiebre de sábado por la noche; con Una luz en el infierno (la opera prima como director de Robert De Niro, que comparte con ésta al gran Chazz Palminteri), pero nadie puede acusar a Montiel de impersonal: no tanto porque ha mantenido su propio nombre para el protagonista, como porque sólo de algún sentimiento profundo y auténtico puede provenir ese retrato del chico que recibió siempre de su padre (Palminteri) la expresión verbal de un afecto incondicional, pero de quien sin embargo nunca dejó de sentir que lo separaba una barrera emocional insalvable. Y porque hay algo en su relato del que abandonó el barrio que lo asfixiaba, y regresa transformado; una percepción sobre el paso del tiempo, cierta inquietud sobre si seguimos siendo quienes fuimos en nuestras adolescencias, pero en versiones reconfiguradas por la experiencia, o si el paso a la adultez puede realmente convertirnos en otros. Que de alguna manera, y aunque no se parezcan demasiado, es lo que permite que tomemos con total naturalidad el que Shia LaBeouf (antes de volverse superestrella como protagonista de Transformers e hijo de Indiana Jones) y Robert Downey Jr. (ya sin dudas el actor más versátil de su generación) interpreten con veinte años de diferencia a un mismo, desgarrado muchacho callejero devenido pequeña celebridad gracias a su propio via crucis.

Respecto de aquella advertencia mortuoria con la que Montiel prepara al público que está a punto de entrar a su relato, hay un dato que no figura en la película, pero que su autor ha confesado en entrevistas: el verdadero Giuseppe no tuvo ningún accidente, aún vive y la película le dio la oportunidad de visitarlo en Italia, a donde fue deportado por reincidir en crímenes menores. Pero esa licencia, que podría interpretarse como un truco dramático deshonesto, abre paso a una escena significativa como la del velorio, que le permite expresar en pocos trazos la densa trama de relaciones y emociones de sus personajes. Así que, qué importa si cada episodio corresponde o no a la adolescencia real de Montiel en Queens, si hasta ese pequeño gesto de chantaje emocional –vender como autobiográficos hechos traumáticos ficcionales– se ve ennoblecido por la sensibilidad de su mirada. La mirada de un sobreviviente sobre su propio pasado, no del todo lejano y en absoluto clausurado.

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