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Domingo, 28 de agosto de 2011

CINE > SANTIAGO MITRE HABLA DE EL ESTUDIANTE, SU PELíCULA SOBRE LA MILITANCIA UNIVERSITARIA

Imberbes

Filmada en la Facultad de Sociales, en manifestaciones, asambleas y tomas reales, con un presupuesto bajo y el espíritu vital del viejo Nuevo Cine Argentino, El estudiante es una película de ficción que se sumerge de lleno en el mundo de la militancia universitaria, las roscas, las miserias y las traiciones que toman por asalto las ilusiones políticas. Guionista de Leonera y Carancho para Pablo Trapero y codirector de El amor (primera parte), Santiago Mitre debuta solo detrás de cámara con una de las ficciones más estimulantes de los últimos años.

 Por Mariano Kairuz

La película se llama El estudiante pero a su protagonista no lo vemos estudiar nunca. Apenas por ahí abrir un cuaderno y apuntar o leer algo en un bar, meterse en alguna clase –invariablemente tarde–, recorrer mucho los pasillos de la facultad y fingir interés en una bibliografía complementaria que jamás va a leer, y esto último sólo con el objetivo de levantarse a la docente. Así es Roque Espinosa, el protagonista de la ópera prima de Santiago Mitre –debut “en solitario” al menos, ya que siete años atrás estrenó la comedia El amor (primera parte), firmada con otros tres realizadores–. Roque acaba de llegar del interior para intentar, por tercera vez, seguir una carrera en la UBA, pero su combustible son menos las inquietudes académicas que la pura calentura. Esa materia, la de conseguir chicas de la facultad, la aprueba rápido: tratándose de un personaje eminentemente pragmático y expeditivo, que resuelve las cosas sin darles nunca demasiadas vueltas, no extraña que pronto Roque (Esteban Lamothe, parco y simpático a la vez), ascienda rápidamente, apenas iniciado en la vida política universitaria, en uno de los infinitos partidos que pugnan por el control del centro de estudiantes y el gobierno académico, incorporando y manejando a la perfección en nada de tiempo los códigos de ese universo y su sistema de roscas, lealtades y traiciones.

Lo primero que sugiere El estudiante sin declamarlo jamás –más allá de una que otra cita a episodios de la historia argentina– es que en el acotado espacio de la política universitaria se proyecta a otra escala el de la política nacional. Lo cual vuelve más significativo todavía que el punto de vista único de la película sea el de Roque, quien llega a la militancia académica de manera casi aleatoria, siguiéndole los pasos a la profesora adjunta que le gusta, una comprometida militante del ficticio partido Brecha. A su vez, la virtud más evidente de la película es su capacidad para meternos de cabeza en ese mundo con las armas del cine: una voz en off nos explica quién es Roque y su deriva porteña, pero es la puesta visual la que permite que el escenario principal sea ese espacio perfectamente reconocible y claustrofóbico que son los pasillos de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, con todo su caótico cartelerío (ahí se superponen y contaminan los afiches de la Walsh, el MATE, Vertiente, Contrahegemonía, La Juntada, el MST y tantas otras), sus graffitis, su aspecto descentrado y destartalado y toda su mugre; el asco de muchos y también la fascinación y el entusiasmo de otros tantos que los recorren por años en esa etapa transitiva que va del fin del colegio secundario a la adultez de las responsabilidades verdaderas. El estudiante está también armada de una precisión y credibilidad de los diálogos demasiado inusual; de una capacidad para reproducir la jerga, las consignas del discurso político académico (a menudo tan altisonantes y vacuas como las de la política extraclaustros), las expresiones compartidas y los lugares comunes. “Hay que profundizar el tema de los afiches”, dice por ahí un militante de Brecha –esa agrupación del “discursito socialdemócrata pedorro”, define un personaje al principio–; “La política es así”, se repiten unos a otros a modo de pretexto al paso para las peores traiciones y aberraciones. En este contexto de palabrerío y proclama a la ligera, Roque es un hombre de acción, un tipo con una “capacidad para ir siempre para adelante y cierta voracidad”, lo define Mitre: “El chabón llega a la ciudad, ve una mina y se la quiere coger; después ve a una profesora que le gusta y se mete en su clase y la persigue para levantársela. Por ahí no reflexiona mucho sobre las cosas que hace, pero tiene la capacidad de hacer; y eso es lo que detecta Acevedo (Ricardo Félix), este profesor y militante veterano que lo toma como pichón de operador político. Y mientras que el resto de los militantes siguen tirando las ideas habituales, el lugar común, Roque está viendo otra cosa”. La película despliega esta resolución natural de su protagonista en escenas clave en las que lo vemos saldar el entuerto generado por la metida de mano de un compañero en la caja de la fotocopiadora de la facultad; o negociar el espacio para la realización de un plenario charlando casi de igual a igual con un intendente de pueblo; o cuando escucha de un funcionario público los términos del apoyo que habrán de prestarle en las próximas elecciones del Rectorado. Una puesta en escena que va casi a contramano de mucho cine argentino contemporáneo que elige la abstracción, la vaguedad, y el tiempo muerto sobre la contundencia de las acciones.

PERDIDOS EN LA CIUDAD

Mitre declara haber sido –un poco como Roque– algo ajeno al mundo que decidió filmar: “Pero si bien no estudié en la UBA ni milité nunca formalmente, vengo de una familia con mucha participación política: mi bisabuelo fue ministro de Agricultura de Yrigoyen y diputado; mi abuelo fue funcionario y embajador en el primer gobierno de Perón; mis viejos militaron en los ’70 y después pertenecieron al Frente Grande y Frepaso, con lo cual yo tengo una imagen grabada desde mi infancia, de ir a las unidades básicas, de que en las cenas familiares sólo se hablaba de política, y de esos asados como el que se ve en la película en los que hay un personaje que estaba en boca de todos y parecía ser central al mundo político pero al que nunca veías”. Esta capacidad para mostrarnos y meternos en detalle en un mundo específico es algo que El estudiante comparte con las dos películas que Mitre escribió para Pablo Trapero. Si bien en principio escribió un guión puramente ficcional que fue revisando con la colaboración de Mariano Llinás –coautor de la idea original y, a través de El Pampero Cine, productor asociado–, también realizó una larga investigación periodística. “Yo me acostumbré a laburar así siendo guionista de Leonera y de Carancho; si teníamos que escribir de la cárcel de mujeres, íbamos a la cárcel, teníamos entrevistas largas, veíamos el lugar, y si teníamos que escribir sobre un hospital del conurbano bonaerense, íbamos, mirábamos, charlábamos con pacientes y médicos. Acá yo ya conocía un poco más el tema, pero también investigué y filmé muchas asambleas y actos, tomé fotos, había una cámara urgente que iba agarrando estas cosas del habla, y entrevistas a gente de distintas agrupaciones. Para autorizarme a filmar una asamblea, se presentaba una moción; decían ‘acá hay un compañero que está preparando un documental sobre la militancia estudiantil, ¿lo aprueban?’ Y todos tenían que votar, pero nadie me pidió ver qué era lo que estaba haciendo, es más, parecían estar contentos de que se filmase y mostrase el universo de la militancia, porque hay mucho prejuicio en torno de la militancia estudiantil, que a muchos les parece que es pura agitación, mientras que hay un nivel de discusión política muy interesante, más que en otros ámbitos; es un plano donde se habla de política en estado puro, el 90 por ciento no está en busca de los cargos, y todavía se puede discutir de política por el placer de hacerlo. Valoro eso, y si hay en la película cierta crítica, en el personaje de Acevedo, de la misma manera en que Los traidores de Gleyzer critica al sindicalismo, es a la socialdemocracia que terminó pactando todo el tiempo, solo para tratar de conservar el poder. Brecha son un poco los herederos del alfonsinismo, que como la Franja Morada quedaron boyando y se reciclaron, pero desde el delarruismo prácticamente dejaron de existir.”

Vienen de ganar el premio especial del jurado en el festival de Locarno. ¿Cómo la recibe el público en el exterior? ¿La entienden?

–En Locarno la gente percibió el relato moral, de aprendizaje, como algo universal, pero preguntaban cosas como si la UBA es realmente así, y eso es porque probablemente es un espacio único con esas características; creían que era todo dirección de arte. Durante el festival salió una reseña en la revista IndieWire en la que decían que Roque era una suerte de Annakin Skywalker académico.

La misma reseña lo describe a Mitre como un Aaron Sorkin sudamericano, mientras que la de la revista Variety, escrita por Robert Koehler, se sumó al interés internacional por la película, celebrando su “mirada incisiva” sobre los tejes y manejes de la política universitaria y sólo le critica la escena final –la llama “su peor error dramático”– que ha sido hasta ahora la más polémica. “En esa última escena se dirime la película moralmente”, argumenta Mitre. “Es un duelo retórico entre el viejo político y el joven, al punto que para mí ni siquiera son los personajes los que están hablando sino dos generaciones: los militantes de los ’70 y sus hijos, que creo que es la discusión que está sucediendo actualmente, y que marca que haya crecido enormemente la militancia en la universidad. Es un planteo sobre cómo se milita hoy, no sé muy bien qué buscan los que se acercan en la actualidad a la práctica y la discusión política; si se trata de la lucha por el bien común ni a qué se llama hoy bien común. Uno se siente perdido respecto de estas cosas y creo que la película trata un poco sobre eso.”

LA REALIDAD ENTRA POR LA LENTE DIGITAL

Producida por el propio Mitre, Fernando Brom y Agustina Llambi Campbell con un presupuesto que en términos concretos el director define como ridículo pero al que hay que sumar los apoyos con materiales, por ejemplo, de El Pampero Cine, de Matanza Cine y de la FUC, entre otros coproductores, El estudiante parece ser el resultado casi perfecto de un cruce entre el sistema de producción radicalmente independiente de Mariano Llinás –que tiene como modelo su ambiciosa Historias extraordinarias– y la ultraprofesionalización y competitividad de la compañía de Pablo Trapero. “Entre nuestros productores asociados hay que contar además al elenco y el equipo técnico que aceptó acompañar un proyecto por pura solidaridad, porque lo que les podíamos pagar no está cerca de lo que dicen las listas del sindicato”, explica Mitre. “El estudiante no se podía producir de otro modo: industrialmente no se hacía; no se puede reproducir una movilización, la toma de un rectorado: hubiera sido carísimo por la cantidad de extras que implica. En un momento la presupuestamos según los parámetros de una producción industrial y nos hubiera costado 3 millones y medio de pesos, mientras que a una ópera prima no le dan más de un millón doscientos mil. Así que había que diseñar un sistema que permitiera que la película existiese; mezclar los personajes con el registro de los escenarios reales. Entonces hablamos con la Facultad de Sociales y nos abrieron los espacios concesionados para filmar: fotocopias, bares, etcétera; y nos manejamos en la facultad como si fuera un set, aunque con un equipo muy chiquito, de cinco personas, lo que nos permitía meternos en una clase, filmar de lejos, hacer los paneos de las asambleas, del movimiento de la gente entrando, y al terminar las asambleas filmábamos los planos cerrados de nuestros protagonistas. También filmamos así las manifestaciones en la calle, no tuvimos extras sino el movimiento de la ciudad incorporado en la escena.”

Este sistema le da a la película un registro urgente, vivo, que resucita esa noción tan cara al cine de los ’70 –un cine definitivamente militante, político en su forma aún en las ocasiones en que no lo fuera en su contenido– de que muchas de las grandes puestas de las películas surgen de sus condicionamientos y limitaciones: en el caso de El estudiante todo conspiró para hacer la película más potente, lo más vívida posible en ese universo. “Quise también hacer una película como las de comienzo del nuevo cine argentino. Mi formación fue durante el surgimiento del NCA: Pizza Birra Faso se estrenó cuando yo estaba en el colegio. Era un cine que hacía que las películas existiesen a fuerza de voluntad, que no estaba dependiendo de la lógica estatal de la preclasificación, los créditos, las coproducciones con fondos internacionales. Se salía a filmar a la calle como se pudiera, había una vitalidad en el registro, y yo quería que la película retome ese modo, el de Bolivia, de Mundo Grúa; es una vitalidad que ya no hay. Yo presenté mi guión al concurso del Instituto del Cine y perdí, y entonces empezamos a evaluar la posibilidad de conseguir un crédito, pero era un proceso larguísimo. Al principio me puse triste por perder el concurso del Incaa porque me hubiera gustado hacer la película pagándole a la gente lo que corresponde. Pero lo cierto es que la película que ganó el concurso en el que me presenté todavía no se hizo, y yo no quería tener mi guión en un cajón durante dos años. Creo que al final no ganar fue lo mejor que nos podía pasar.”

El estudiante se estrena el próximo jueves 1º de septiembre. Las funciones serán en dos salas: en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415) los jueves a las 22; y en la Lugones (Av. Corrientes 1530) del jueves 1º al lunes 5 de septiembre a las 14.30, 17, 19.30 y 22 y luego todos los viernes, sábados y domingos del mes a las 22.

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Santiago Mitre en su set natural: los pasillos de Sociales.
Imagen: Xavier Martin
 
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