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Domingo, 29 de marzo de 2009

Por favor, rebobinar

 Por Miguel Rodriguez Arias

Este año se cumplen 19 años de la presentación pública del formato de Las patas de la mentira como experiencia de comunicación. En realidad comenzó a gestarse siete años antes: en septiembre de 1983, cuando el escribano Deolindo Felipe Bittel, entonces candidato a vicepresidente de la Nación por el Partido Justicialista, en un discurso de campaña pronunciado en el estadio de Vélez ante 60.000 personas, dijo enfáticamente: “La alternativa de la hora es liberación o dependencia y el justicialismo va a optar por la dependencia...”.

El acto fallido verbal o lapsus linguae y su inmediata rectificación fue utilizado en la literatura por William Shakespeare, Friedrich Schiller y tantos otros genios, para dar a conocer al lector el verdadero pensamiento de algún personaje.

Sigmund Freud supo explicar que “los actos fallidos expresan algo que, por regla general, la persona no se propone comunicar sino guardar para sí”. Sin embargo, aflora la íntima convicción del hablante, sin que su conciencia pueda evitarlo.

En una primera etapa del trabajo, el hallazgo en el archivo de decenas de lapsus representó un recurso comunicacional muy efectivo, el fallido confirma lo que el televidente-ciudadano sabe o sospecha. En 1989 Augusto Alasino ratifica lo que todos suponíamos respecto de la motivación para ampliar a nueve los miembros de la Corte Suprema: “Bueno, para lograr una mejor funcionalidad, un mejor funcionamiento del Poder Ejecutivo... (se corrige sobresaltado) del Poder Judicial”.

En los comienzos, un texto de Umberto Eco disparó interesantes reflexiones acerca del objetivo del trabajo: “Considero un deber político invitar a mis lectores a que adopten frente a los discursos cotidianos una sospecha permanente, de la que ciertamente los semióticos profesionales sabrán hablar muy bien, pero que no requiere competencias científicas para ejercerse”.

Poco tiempo después, al realizar Protección al mayor comprobamos que los discursos dichos con plena conciencia resultaban aún más reveladores y menos opinables que los lapsus. ¿Cómo no creerle a Raúl Granillo Ocampo cuando afirma: “Los corruptos los tenemos sentados a nuestra mesa y son amigos de nuestros amigos y amigos de nosotros mismos”?

El investigador que aspire a comprender la década del ’90 en Argentina encontrará un material revelador en los programas de televisión y en los discursos: los principales dirigentes opinaban y debatían sobre la corrupción y la mentira en primera persona.

En noviembre de 1989 Luis Barrio-nuevo inauguraba, sin saberlo, un singular estilo de comunicación política. Ni Menem ni ninguno de sus funcionarios se inquietaron por el exabrupto. Barrionuevo podía decir impunemente en Hora Clave, junto al conductor y los sorprendidos Guerino Andreoni y Juan Manuel Palacios: “Tenemos que tratar de no robar por lo menos por dos años para sacar este país adelante...”.

Para no dejar dudas, en un diálogo sorprendente con Néstor Ibarra en el noticiero de Canal 13, Barrionuevo reconoció: “Y, cuando yo manifestaba fundamentalmente un tema que es lícito porque es trabajo, cuando vos le das a cualquier estudio jurídico y éste es el caso de mi organización –-que es mi gremio–, tiene muchísimos casos... eh... eh... judiciales, y el abogado cobra, ese estudio jurídico cobra y vos le estás dando trabajo, es lícito que te den un porcentaje”, afirmó impertérrito.

Poco después su emblemática frase trascendió nuestras fronteras y alcanzó fama mundial, ocupando las páginas de The New York Times, El País de España, Los Angeles Times, y varios canales internacionales, como la NBC, CNN, TVE y TV Globo se hicieron eco del sincericidio.

Barrionuevo se convierte entonces en el emergente y vocero de los integrantes de aquel gobierno que gritaba a los cuatro vientos cuál era el destino de buena parte de los dineros públicos. La política económica de aquel período necesitaba un correlato discursivo.

Y lo tuvo. Se desconocen las razones para que Alvaro Alsogaray haya reconocido que “las empresas había que venderlas y a medida que se iban vendiendo iba subiendo el precio y nos convenía venderlas al precio más bajo posible”. La frase, que no dejaba espacio a la ambigüedad, tampoco fue publicada en los diarios ni revistas de los días siguientes, en esa época no se acostumbraba reproducir frases de la televisión en lo medios gráficos.

Distintas teorías pueden desarrollarse para intentar comprender las motivaciones de una política comunicacional basada en el reconocimiento de la corrupción, en el alarde de la hipocresía y de la frivolidad.

“Yo no admito esa esquizofrenia, no admito el doble discurso. Considero perjudicial para los intereses nacionales esa incoherencia que habla de una cosa y hace otra cosa totalmente distinta”, afirmaba al comienzo de su mandato el ex presidente Menem.

Por la regularidad y por los efectos en la sociedad un modelo de comunicación es observable. Un modelo que intenta legitimar conductas condenables, social y jurídicamente, haciéndolas públicas, alardeando impunidad y gozando de la fascinación que provoca la explicitación de la obscenidad.

“Tengo muchos más amigos gracias a Dios –le confesaba Menem a Neustadt en Tiempo Nuevo–. Siempre se van incorporando nuevos amigos, ahora si esa amistad es producto de los sentimientos o producto de la conveniencia yo no me pongo a analizar. Son amigos y punto.”

La forma de ver televisión ha cambiado para siempre. Ya no es un momento único e irrepetible porque hoy varios programas repiten los fragmentos que ya fueron difundidos y son responsables del subgénero denominado “televisión autorreferencial”. Aunque el objetivo sea diferente al de Las patas de la mentira, porque han desvirtuado el discurso como herramienta de conocimiento, el formato es el mismo. Y se observa, al menos, otra transformación importante en la actitud de los políticos: al saberse observados, al menos cuidan las formas.

Miguel Rodríguez Arias es el responsable de los documentales Las patas de la mentira, Protección al mayor y Séptimo mandamiento, en el que brilla en todo su esplendor lo que llegó a ser denominado “un nuevo género periodístico”. Las 36 mil horas de grabaciones constituyen una suerte de archivo político del país y contiene prácticamente todos los discursos y acontecimientos socio-políticos significativos de los últimos 35 años. Se puede consultar en www.rodriguezaries.com

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