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Domingo, 15 de abril de 2012

> MARIO TRIMARCHI: EL HOMBRE Y LOS OBJETOS

Cosas, cosas, cosas

“No tenemos ninguna percepción de los objetos. Estamos rodeados de objetos que elegimos, pero si salís de tu casa, podés vivir perfectamente sin ellos. No te vas a entristecer, creeme, no hay diálogos reales ahí.” Así se presenta el italiano Mario Trimarchi, el arquitecto y diseñador que, como ex director de la escuela de moda y diseño Domus Academy y actual mentor de Estudio Fragile, busca explicar la relación del hombre con los objetos. Trimarchi encara la evolución de ese vínculo tan complejo como automatizado, trascendente y cotidiano a la vez. ¿Qué cosas nos rodean? ¿Para qué las tenemos? ¿Cuáles son las consecuencias de poseerlas? Un punto clave a la hora de pensar nuestra manera de estar en el mundo y, sobre todo, al preguntarnos qué hacer con los objetos del siglo XXI.

¿Cómo aplica los conceptos de bulimia y anorexia en su teoría?

–Cuando yo hablo de bulimia, me refiero a gastar dinero en la compra de objetos sin preguntarte si los necesitás, o para qué los estás comprando. En este sentido, a fines de los ’80, en Italia hubo un auge de ventas de un aparato que mantenía el agua caliente para tomar té. El hecho es que lo italianos no toman té: pasaba algo muy raro. A eso me refiero, a la compulsión por comprar y mostrar la posesión de ese objeto sin ningún sentido. Ahora, en cambio, pasa algo diferente. Por razones ecológicas, o filosóficas, o por simple snobismo, la gente está dejando de comprar. Entran en lo que llamo anorexia: ves gente muy rica viviendo en casas prácticamente vacías.

Usted plantea eso, que por primera vez los ricos tienen menos que los pobres, y por propia decisión...

–Cuanto más rico sos, más cosas podés comprar: belleza, lujo, conocimiento. Sin embargo, hoy lo más caro, lo más importante que podés comprar con tu dinero, es el espacio. Vivas en Manhattan, en París o en Londres, el verdadero signo de estatus y de poder es vivir en un lugar con mucho espacio vacío. Que se empiece a copiar esta conducta me parece positivo para el futuro.

¿Tiene que ver con estrategias para recuperar el equilibrio planetario?

–Bueno, para balancear esto no deberías producir ningún objeto manufacturado nunca más. Hoy se están produciendo obsesiones, cosas que la gente no elige, y ahí está el error. Pensemos en la globalización y en cómo influye en los objetos. Hace veinte años hemos decidido mover la producción hacia otros países, pero no tiene sentido: diseñás acá, manufacturás en otros lugares, ¡y después trasladar todo en avión de nuevo, porque aquí está la gente con plata! En el norte de Italia compran el agua del sur y, en el sur, el agua del norte: ya estamos listos para entender que este movimiento que creó alguien, alguna empresa, algún gobierno, es estúpido. Yo creo que podemos cambiarlo en una forma homeopática, no a través de una revolución. En vez de comprar un vaso que hicieron en Italia a un euro, comprás el que hicieron en otro lugar a 50 centavos de euro, y sin embargo un kilo de pasta sale lo mismo. El vaso puede durar mucho tiempo y hay que pensar en dejarles esto a nuestros hijos. Hay que aprender a predecir el valor que tendrá algo. Si no, es imposible planear un crecimiento sustentable.

¿Tres claves para pensar nuestra relación con los objetos en el siglo XXI?

–Belleza, cantidad y muerte. El concepto de belleza se fue transformando. Pasó de ser sinónimo de funcionalidad a connotar cualidades mágicas, luego estableció una diferencia política entre clases, hasta que, con la producción industrial, la belleza se transformó en una promesa estética accesible para todos. No sirve hacer objetos que no sean bellos. Si no hay belleza, no hay misterio, y si no hay misterio, las cosas dejan de ser interesantes. En cuanto a las cantidades, pondría el ejemplo de los pueblos nómades, que tienen pocos objetos esenciales, livianos e indispensables. Cada objeto, para ellos, tiene una función. Después fueron apareciendo objetos que existían más allá de la funcionalidad y que fueron responsables de la superficialidad. Hay que aprender a elegir; reducir los objetos que necesitamos. Son muy pocos los objetos que yo elegiría para hablar. Y muerte, porque nadie habla de muerte en nuestra sociedad. Todos estamos aquí por una cantidad limitada de años. Tan pronto algo no sirve se tira a la basura, ni siquiera tratamos de arreglarlo, y eso no es una buena muerte: hay que prepararles un buen partir a los objetos, de la misma forma en que tenemos que prepararnos para nuestra muerte. Entender ambas cosas como algo inevitable y al final del ciclo, encontrar la conexión entre el deseo de belleza y la llegada de la muerte. Hay una conexión entre el principio y el final, entonces la pregunta es: ¿qué pasaría si todo fuera cíclico y si después de la muerte (de los objetos, de las personas, del planeta) fuera posible empezar una relación nueva, desnuda, inexperta y curiosa con la belleza?

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