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Miércoles, 15 de agosto de 2012

CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. VIKINGA CRIOLLA, EL FASCINANTE PRIMER LIBRO DE LA ROSARINA LILA SIEGRIST

Textos escritos con mirada de artista

El título inclasificable se presentará el sábado, a las 17, en Club Editorial Río Paraná (Vélez Sarsfield 395) con Irina Garbatzky y Georgina Ricci, coeditora esta última junto con la autora del sello Yo soy Gilda, en recuerdo de la bailantera.

 Por Beatriz Vignoli

¿Qué es Vikinga Criolla, el primer libro de la artista rosarina Lila Siegrist? ¿Una novela en fragmentos, un poemario, un diario íntimo, testimonios, una autobiografía? Vikinga Criolla (Yo soy Gilda Editora, 2012, 191 páginas) es todo eso en ese libro inclasificable, fascinante, que se presenta el sábado, a las 17, en Club Editorial Río Paraná (Vélez Sarsfield 395) con Irina Garbatzky y Georgina Ricci, coeditora esta última de Yo soy Gilda junto con la autora del libro. Gilda Di Crosta se ocupó de la revisión del libro, aunque el nombre de la editorial es por Gilda la bailantera, aclara Siegrist, quien recuerda que el año pasado dio a leer los textos a Arturo Carrera para enseñarles buenos modales y aprender a escucharse. Pero es eso y más.

Vikinga Criolla también es un pack que incluye al libro mismo, más un objeto, cuya foto aparece en la tapa del libro: un sillón envuelto en lamparitas, titulado Living en fuego. El pack incluye además las fotos de ese objeto y otras fotos más que aparecen en un video documental de 15 minutos protagonizado por Siegrist, más el mismo video documental (la edición conjunta es de Gastón Miranda y hubo cierta colaboración de Ana Julia Mánaker al inicio del proyecto), más una performance que consiste en Siegrist leyendo su libro, sentada en el Living en Fuego. A todo ellos se suma el trailer de una película de 1979, El Jinete Eléctrico, que funciona como "post cita" de todo el trabajo (el concepto de post cita es porque la imagen surrealista del sillón encendido aparece en la película, que desde lo autobiográfico tiene mucho que ver con la obra pero que ella no había visto antes).

Todas las piezas se vieron en la Galería Del Infinito, en Buenos Aires, donde hubo una recepción crítica entusiasta. Algo de la intensa ambivalencia afectiva que atrapa de los poemas sedujo también desde las imágenes del video y las fotos, donde Siegrist ataca con un hacha reproducciones de obras de arte argentino icónicas como La Chola desnuda de Alfredo Guido o El cuarto de baño de Schiafino. Ana Martínez Quijano, quien describió a Vikinga Criolla como "una muestra que se abre como un abanico hacia el diseño, la fotografía, el video, las acciones performáticas y, finalmente, la literatura", se vio obligada a aclarar que Siegrist "sin duda admira la pintura de Guido" para despejar sospechas sobre si los hachazos son un gesto iconoclasta contra el arte.

Acaso cabe interpretar más bien que el gesto de Siegrist es sólo contra la violencia implícita en esa tradicional mirada masculina que con la excusa del arte ha construido al género pictórico del desnudo femenino como objeto de goce voyeurista y autoerótico, sobre todo después de leer el libro y ver todo lo que tan intensamente se deconstruye y se reconstruye en sus páginas. La mirada de poeta objetivista que le permite a Siegrist dibujar, mediante los textos, sus paisajes humanos rurales entre el ocio bucólico y la decadencia, es la misma de Siegrist videasta: hay en esa mirada una capacidad de abstracción que trae al primer plano cualidades formales como el color. Es una mirada de pintora, que busca ?la hora exacta donde los amarillos sean mis amarillos y el resto de los colores estén brillantes?. Pero también se carga de trazos satíricos, a los que la propia autora no escapa, ya que la suya propia es una de las figuras del grupo familiar, amistoso o profesional. Más que mera contemplación, es una mirada política, una mirada﷓hachazo de amor y odio, de crueldad y de ternura a la vez. Una mirada capaz de encontrar sensualidad en el cuerpito del lechón al que ella misma ha sacrificado y adoba, pero que será reemplazado en el banquete por un lechón de madera al que los hombres miran sin comerlo mientras se emborrachan.

Ya en la ficción verité del libro, en su diario falso o verdadero que rescata apuntes de los dilapidados años 90, la vikinga criolla es una linda chica de veinte cuya función en la previa de la fiesta es usar sus contactos para canjear arte por droga, y que durante la fiesta se aburre. "No llueve en Formentera. Cuevas, faros, calas, corales, serenidad, pizzas, motos: ese sería el repertorio de los días". "Bestiales eran las conversaciones, los tragos y los litros de alcohol. Pero yo, allí, tomaba nota". Ya que "la genialidad de un artista se condensa en aprender a ser un generoso espectador y mejor persona aún". El libro viaja más atrás en el tiempo y encuentra las fotos de la niñez, "el documento vivaz de todo lo que hemos inventado juntos". En la vida real, Siegrist es hija de un coleccionista de arte y Vikinga criolla sin duda abreva en una historia personal y familiar donde la mirada y las palabras del afecto estuvieron mediadas por la contemplación estética y la producción de imágenes. Estar en la foto, ser quien saca la foto, quien la mira, son, en Siegrist, modos de existir amorosamente. Lo opuesto es el teatro: "El espectador, en la oscuridad de la sala, se encuentra tan indefenso como en el sillón del dentista". Vikinga Criolla es, ante todo, un relato de artista donde Siegrist hace explícita su poética singular para representar el mundo.

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Lila Siegrist es creadora de "una muestra que se abre como un abanico", según la crítica.
 
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