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Martes, 31 de mayo de 2016

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. LA LLAVE DE LOS SUEñOS, OBRA REUNIDA, DE LUIS OUVRARD

Luz de todos los atardeceres

Con un ágil montaje, y bajo la curaduría de Juan Manuel Alonso, Mónica Castagnotto y Maximiliano Masuelli, la muestra permite zambullirse en forma muy amena en las siete décadas de trabajo del pintor, escultor y restaurador rosarino.

Hasta el 20 de junio, de miércoles a lunes de 14 a 20 (gratis desde mañana hasta este domingo) puede visitarse en la planta alta del Museo Municipal de Bellas Artes "Juan B. Castagnino" (Boulevard Oroño y Avenida Pellegrini) la exposición individual de pinturas y dibujos La llave de los sueños, obra reunida. La muestra recorre la producción artística de Luis Ouvrard, que se completa con material documental: cartas, fotos y catálogos provenientes del archivo del artista. Un equipo curatorial integrado por Juan Manuel Alonso, Mónica Castagnotto y Maximiliano Masuelli reunió obras de colecciones privadas, además del legado del artista y las 16 obras que son patrimonio del Museo. La exposición acompaña el libro Ouvrard. Pinturas y dibujos 1916-1986, con edición de Iván Rosado y la Editorial Municipal de Rosario.

El ágil montaje permite zambullirse en forma muy amena en esas siete décadas de pintura en que Ouvrard (Rosario, 1899-1988) atravesó los estilos de la primera mitad de su siglo, hasta encontrar su propio lenguaje a comienzos de la década del 50. Retratos femeninos de una serenidad renacentista, representaciones del mundo del trabajo y vistas urbanas despojadas afines a la pintura metafísica italiana se suceden en una búsqueda que no elude lo "cursi", como él mismo se toma en broma en una carta inédita a su colega Ada Tvarkos. Bodegones ocre y verde botella, al modo de la escuela española, alternan con paisajes serranos y pampeanos de gran síntesis. Pero un rasgo singular empieza a delinearse: lo inanimado parece vivo mientras que lo vivo se imbuye de un hieratismo casi ominoso. Dos bagres muertos parecen reír al lado de una liebre recién cazada; una muñeca se recuesta panza arriba con los bracitos cruzados detrás de la nuca. Y esto es sólo el comienzo.

Asombra lo que empieza a encontrar Ouvrard en el paisaje rural crepuscular cuando abandona sus representaciones más convencionales (como el "nocturno", un género característico del romanticismo). Sus animales del campo (dos perros, o una lechuza), se revisten de una potencia mítica. Un fondo rojo fuego logra que un gato o dos caranchos parezcan apariciones espectrales. Un vuelo de palomas alrededor de una rueda roja podría preanunciar la tempestad. Y en cuanto al reino vegetal, el detalle va ganando el espacio hasta componer (en los años 60, 70 y 80) montajes surrealistas con elementos realistas, mediante el recurso tan simple como original de alterar la escala. Comienza con estudios de camalotes y diversas plantas; al fin, sus trufas, hongos, granadas, limones, gajos y hasta un repollo morado cortado en dos se plantan como figuras en el paisaje. Nadie como Ouvrard ha logrado, en su tiempo, que ramas, hojas y frutas se expresen con tanto carácter. Algo de Arcimboldo o del Bosco parece alentar en estas experiencias. Paradójicamente, algo tan carnal como una vaca se adelgaza en sus cuadros hasta ser un ideograma en la distancia, menos res que ave.

Párrafo aparte merece su singular técnica de las últimas décadas (invisible en las fotos), donde la pintura al óleo es aplicada en capas apretadas que proporcionan una luminosa mezcla óptica de colores al traslucirse las capas de abajo. Una larga experimentación y una arduamente adquirida maestría en el color lograron este resultado. El camino desde la figuración hacia la abstracción fue recorrido por muchos pintores del siglo veinte, pero entre ellos solamente Ouvrard logró retener la atmósfera del paisaje pampeano reduciendo al mínimo la representación. Además de fotos, cartas, catálogos y un fragmento de su herbario, la muestra incluye dibujos completamente inéditos, que en algunos casos sirvieron de bocetos para las pinturas expuestas.

Pintor, escultor y restaurador de arte, imaginería religiosa y muñecas, Luis Ouvrard estudió con Fernando Gaspary y Eugenio Fornells. Fue docente de Teoría del Color en la Escuela Provincial de Bellas Artes, donde dictó clases desde 1942. Participó del Grupo Nexus, el Grupo de los Nueve y la Agrupación de Plásticos Independientes. Recibió el Primer Premio en el Salón de Artistas Rosarinos Nexus en 1926 y el Premio Cecilia Grierson en el Salón Nacional de 1942. Realizó su primera muestra individual en la Galería Renom en 1969. En 1980, el Castagnino le dedicó una muestra retrospectiva. Sus obras integran las colecciones de ese museo y del Rosa Galisteo de Rodríguez (Santa Fe). "En sus primeros años de pintor disfrutaba de los encuentros con sus colegas en el Ateneo Popular, las charlas en el Café Social y las esperadas inauguraciones de los salones anuales, de los que participó casi sin interrupciones desde 1918 hasta mediados de la década del 1950", escribe Castagnotto al comienzo del libro sobre Ouvrard. "Sin embargo, con los años, Ouvrard se fue apartando para vivir su oficio más orgánica y silenciosamente", continúa Castagnotto.

Así lo redondeó Masuelli en una entrevista para Rosario/12: "Se jubila y no participa más. En los '50 se queda en su taller. Es entonces cuando produce su obra más psicodélica", definió el editor, curador y coleccionista, metafóricamente. Recuerda esta cronista que cuando Gilberto Krass encendía un foco en su galería, allí estaba todo aquel espacio: la pampa infinita metida en un cartón, tendida como una mesa, todo junto como en un sueño, camotes monumentales y vaquitas como hormigas, el paisaje pampeano y la naturaleza muerta fundidos en una luz que desde entonces acecha en todos los atardeceres del mundo.

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La muestra reúne obras de colecciones privadas, del patrimonio del Museo y del legado del artista.
 
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