rosario

Sábado, 1 de septiembre de 2007

CONTRATAPA

Papeles llenos de bolsillos

 Por Gary Vila Ortiz

- ¿Preparando otra de sus breves cartas? -pregunta Fernando.

Don Nicanor Pérez, absorto en la tarea de revolver unos papeles, da un respingo.

- Mi joven amigo -saluda-, no lo vi entrar.

- Lo estaba espiando por la ventana y no quería molestarlo -explica Fernando mientras acerca una silla-, pero aquí me tiene.

Están en un bar ni viejo ni reciclado, tranquilo a esa hora de la tarde, libre de música prepotente y molestos celulares.

- Ahora tiene que acompañarme con un trago -invita Nicanor.

Fernando hace una seña al mozo, levanta el vaso de su compañero de mesa y pide lo mismo.

- Gracias por ocuparse de mi última carta -dice Nicanor-; usted y Gary mejoran mis textos, los ordenan, les dan más sentido. A veces, cuando los leo ya publicados, hasta me parece que nos los he escrito. O por lo menos me cuesta reconocer qué escribí yo y qué agregaron o corrigieron ustedes.

- Bueno, es un honor, no pensé que iba a quedar conforme.

- Vamos, vamos, no sea modesto. Sabe que lo aprecio, aunque a veces ignoro si ese sentimiento es mutuo.

Fernando, algo molesto, detiene el vaso que el mozo le ha traído cerca de sus labios y mira ofendido a don Nicanor, que suelta una carcajada.

- Su padre, quien como ya mencioné alguna vez usaba la misma colonia que yo uso, aunque no en tanta cantidad y con mucha más elegancia, tenía ese mismo gesto de enojo. Mejor dicho, usted tiene una expresión idéntica a la de su padre cuando se consideraba injustamente agraviado.

- ¿Usted fue su amigo? -interrumpe Fernando.

- Cuando éramos jóvenes nos veíamos a menudo. Después la vida nos alejó un poco. No sé si puedo llamarme su amigo, pero creo que lo traté bastante. No tanto como Gary, por supuesto; ellos dos fueron inseparables por muchos años.

Fernando baja la vista y juega con una servilleta, inquieto.

- Un tipo difícil, su padre -sigue Nicanor sin prestarle atención-. Era casi imposible discutir con él: cuando estaba convencido de algo adoptaba una actitud silenciosa, inexpugnable, que impedía cualquier razonamiento. Pero por otro lado, creo que fue una de las personas más íntegras y bondadosas que conocí...

Nicanor cree que los ojos de Fernando se han puesto algo húmedos, por lo que intenta cambiar de tema.

-Bueno, antes me preguntó si estaba preparando una nueva carta, ¿no? -. La verdad es que ninguno de los borradores me convence demasiado.

Fernando parpadea unas cuantas veces y bebe un largo trago.

-¿Quiere revisar alguno de los fragmentos? -ofrece Nicanor-. Le aviso que no encontrará más que confusiones y disparates, como usted suele opinar

-No crea en todo lo que digo -advierte Fernando con voz ronca-. Lo que pasa es que sus papeles están llenos de bolsillos.

Nicanor frunce el ceño, sorprendido.

-Caramba, caramba, he ahí un completo disparate -apunta.

Fernando aclara un poco su garganta.

-Un día usé esa frase en una sesión con un psicoanalista. Creo que hablaba de mis bolsillos y creo también que se divirtió con lo que dije o intenté decir. Tanto tiempo después y vengo a descubrir que esas palabras son las apropiadas para explicar sus relatos.

-Siga, siga, tiene toda mi atención -lo alienta Nicanor.

-No aproveche para burlarse -le pide Fernando-. Simplemente se me ocurre que sus paréntesis, sus estilo en apariencia improvisado, sus frases a veces incompletas, sus caóticas enumeraciones y sus finales abruptos no son tales. Antes creía que usted tenía todo claro en su cabeza antes de sentarse a escribir y cuando ponía manos a la obra algunas palabras se le perdían en el camino, que pensaba más rápido de lo que podía teclear y entonces algo quedaba en el vacío, fuera del papel, en el aire.

-¿Y ahora qué piensa? -pregunta Nicanor con una sonrisa.

-Que sus papeles están llenos de bolsillos. Y allí, en esos pliegues, en esos pequeños abismos, se caen las palabras que piensa pero no escribe, o mejor dicho, ahí van a esconderse las palabras que piensa y escribe pero que se escapan a buscar quién sabe qué, desobedientes, rebeldes, libres. Y así quedan sus textos, llenos de mínimos recovecos que no juntan ni tarjetas con números de teléfono ni billetes ni bolitas de mugre sino palabras que se asoman y espían a quienes leen.

-Y resulta que el disparatado soy yo -Nicanor ríe con ganas.

Fernando, rojo de vergüenza, hunde su cara en el vaso.

-Una teoría algo confusa, pero sin embargo me agrada.

Las ruidosas carcajadas de Nicanor llaman la atención de algunas personas de las mesas vecinas. Fernando mira hacia la salida más cercana, como si quisiera huir lo más rápido posible.

-Vamos, no se ponga así -exclama Nicanor mientras elige uno de los papeles que están desparramados sobre la mesa y lo examina con interés. No le encuentro los bolsillos, pero puede buscarlos si quiere -agrega. Es la transcripción más fiel que mi pobre memoria me dictó de un diálogo entre mi amigo mister Wingren y yo, pero escrito desde su punto de vista. Insisto en que alguna vez deberían conocerse; se llevarían bien.

Fernando, resignado, acepta la cuartilla grisácea escrita a máquina, con algunas tachaduras y frases agregadas en tinta azul. En silencio, lee.

"¿En qué se transformó Gregorio? En una cucaracha, acaso en un escarabajo pelotero, en un redondo abejorro, en una libélula (seguro que no), en un grillo (tampoco es posible). Pero tal vez no hay que buscarle cinco patas al gato (ni al caballo, ni al perro, ni al hipopótamo) sino pensar que Gregorio se fue transformando en Kafka, no como él era sino como lo veían los que lo rodeaban. ¿Qué tiene que ver esto con don Nicanor Pérez y sus perseguidores? Nada, salvo que don Nicanor me confesó alguna vez que quizás un día en que el cansancio fue abrumador pensó que no le vendría mal una metamorfosis. Le pregunté en quién le hubiera gustado transformarse. Me corregí; no en quién sino en qué. Hizo bien en corregirse, me dijo Nicanor. En quién no, creo que en ningún ser humano, aunque tal vez hubiera hecho una combinación de Philip Marlowe, Borges y Samuel Beckett. Pero no, agregó, en nadie en realidad. Era suficiente con ser yo mismo. Los seres humanos somos en esencia idénticos los unos a los otros. Eso por diferentes que seamos en lo que hacemos. Lo que nos diferencia es lo cultural, es decir todo lo que sea nuestra creación. En cuanto a los animales, en ellos sí pensé. Me simpatizan los gorriones, los caballos, los gatos, las panteras, los elefantes, las tortugas, las mangostas. Los perros son demasiado humanos, igual que las moscas y los mosquitos. Pero no pude decidirme. Seguí entonces siendo quien era y los perseguidores también siguieron felices en lo que ellos eran. ¿Para qué un cambio? Uno se acostumbra a ser lo que es, me dijo sonriendo Nicanor. Sin embargo, agregó, uno no puede, y quiero que me entienda bien, no puede ni debe acostumbrarse a todo. Porque ese todo es lo que suele ser nefasto. Aún cuando parecen existir aquellos (uno, usted, otros) que sostienen el relativismo ético, la relatividad de la escala de valores, lo cierto es que hay cosas en las cuales el relativismo deja de tener razón alguna. No hay (no puede haber jamás) relativismo frente a la barbarie que expone con su violencia la siempre vulnerada condición humana -en el sentido estricto de Malraux, de Orwell, de Russell-, que tiene diferentes concepciones pero siempre al hombre como centro de sus más urgentes preocupaciones. No solamente la violencia, sino además el hambre y las enfermedades y la despreocupación (al parecer absoluta) de los grandes poderes. Y me pregunto preocupado, siguió Nicanor, si no llegará el momento en que tampoco esos grandes poderes serán capaces de enfrentar la gravedad de los problemas. Incluso es posible que ni consigan remediar los que padecen en sus propios países. ¿Cree usted que es exagerado lo que digo?, preguntó don Nicanor. Le contesté que no, que en absoluto. Y con algo de intención humorística: un regreso a la edad de piedra, en busca del fuego para sobrevivir, guardando el agua, aunque por ese entonces no era un problema, y posiblemente todas esas ocurrencias que la naturaleza no toma en cuenta para nada. La naturaleza actúa y seguirá actuando. Y Dios, por su parte, no dará marcha atrás: nos dio la libertad y con esa libertad nosotros, los hombres, continuaremos haciendo lo que muy probablemente ya no tenga remedio".

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