rosario

Sábado, 11 de marzo de 2006

CONTRATAPA

Alrededor de una memoria de Nicolás Olivari

 Por Gary Vila Ortiz

Es lindo recordar a Nicolás Olivari, volver a escuchar otra vez su voz, como si la muerte se hubiese equivocado y hubiera pasado de largo aquel día de 1966. Sí, es lindo, aunque decirlo de esta manera parece poco literario. Pero la literatura, de esa manera, ha dejado de interesarme. Es lindo mientras escucho a Ivie Anderson con Ellington cantar "Stormy Weather" (1), en una versión de 1933, el mismo año que Olivari publicó en Gleizer El hombre de la baraja y la puñalada y otros escritos sobre cine. La música para estas estampas es la de Ellington, aunque acepto que puede haber otras. Pero había algo en la mirada de Olivari y en su manera de comer los ravioles y de recordar lo que su memoria quería recordar ese mediodía, que la combinación entre Ellington y Olivari, entre el tiempo tormentoso y esa lluvia que sigue cayendo todo el tiempo, es lo que mejor me viene en esta noche ajena a la lluvia.

Eran terribles aquellos años. Tal vez lo salvaban las notas de Olivari, la música de jazz, el genio de Carlitos Chaplin, las aguafuertes de Roberto Arlt. Eran las formas de hacerles el contrapunto a las otras voces del espanto.

En 1933 estaban empollando los huevos de varias serpientes, de las más venenosas, y que aún siguen reptando por el suelo y otra vez vamos a decidir pisarlas cuando sea tarde, cuando ya no haya remedio. Pero lo mismo en estos días finales de diciembre, es lindo recordar a Olivari, sentirse contento de haberlo conocido, regresar a la lectura de las aguafuertes, escuchar a Ellington, pensar en las películas de Chaplin. Las tenía casi todas, pero uno de los castigos que recibí por mal comportamiento fue perder esas películas entre muchas cosas que perdí y nunca volveré a tener. Y si las tengo no será lo mismo porque yo ya no soy el mismo. Es cierto que nadie me puede quitar esas comidas con Olivari, pero todo ocurre en el mundo de la memoria. Y no es lo mismo aunque sirve como sustituto. Y Dios quiere que la memoria aguante hasta el final. Pero volvamos al año 1933.

Como todavía no había nacido, soy de 1935, no me enteraba lo que ocurría y mejor así. Por el 33 Celedonio Flores escribió la letra de "Corrientes y Esmeralda": "En tu esquina rea, cualquier cacatúa/ sueña con la pinta de Carlos Gardel...". Faltaban dos años para la trágica muerte de Gardel; ya por ese entonces en los barrios suburbanos se escuchaban con frecuencia las voces de Magaldi y de Corsini. También faltaban dos años para el asesinato de Enzo Bordabehére en pleno recinto del Senado de la Nación (23 de julio).

La sensibilidad de los conservadores en complicidad con el imperialismo queda demostrada en el siguiente hecho: el presidente Justo, la misma noche del asesinato del senador demócrata progresista, asiste a una velada en el teatro Colón. Eso cuando el asesinato es considerado como uno de los instantes más dramáticos de la historia argentina. No mucho antes, el 30 de junio de 1935, se creaba FORJA, una fuerza de orientación radical disidente con el partido. Según comentan algunos observadores políticos, FORJA se convirtió en un brillante equipo político. En su momento, Perón lo utiliza. Pero más tarde, y las palabras no son nuestras, Perón destruye a ese equipo brillante "sin misericordia alguna".

Irigoyen muere el 3 de julio de 1933. La población, que había tenido cierta complicidad con su caída, le rinde un formidable homenaje en las calles de la ciudad. Los diarios de aquellos años, con alguna excepción, son de una mezquindad absoluta. Las cosas no han cambiado demasiado, tal vez por eso la democracia argentina anda tambaleándose desde hace más de setenta y cinco años.

Regresemos a la presencia de Olivari. No contaré, no una vez más, esas comidas con él. Lo he hecho demasiadas veces, como si fuera lo único que pudiera contar; tampoco las charlas con Koremblit, que fueron más y en tantas ocasiones hablamos de Olivari, poeta al que le dedicó un libro cuando ya pocos hablaban de él. Páginas de ese libro fueron incluidas en un libro poco común, como Coherencia de la paradoja (Ediciones Tres Tiempos, 1987) que como ocurre con frecuencia en este país no fue valorado debidamente. Habla allí en ese libro que es y que fue de impostergable lectura, de la muerte de Olivari, ese jueves 22 de septiembre a las tres y media de la tarde. Y recuerda Koremblit, que nueve días después, la pintura de Olivari, a la que se había dedicado con mayor fervor en sus últimos años, se expuso junto con la de Joaquín Gómez Bas, en la galería Magenta. No puedo evitar, ni quiero hacerlo, recordar que estoy ligado por dos momentos finales con Olivari. Su último poema se publicó en el suplemento literario de La Capital cuando me encontraba a cargo del mismo, el 9 de julio de 1966: "Ahora que me estoy por ir/ Tata Dios enséñame/ como se debe morir".

Ese poema fue comentado, tiempo después, en un bello artículo de Francisco Urondo que apareció, creo, en el suplemento de La Opinión. El poema se titulaba "Cantata para la agonía de un caudillo". "Se despidió de la literatura, dice Koremblit, con tres críticas para la revista Davar: una sobre el libro de Henry Millar, "Un domingo después de la guerra"; otra sobre Alberto Vila Ortiz, "17 poemas" y una tercera sobre "Color Humano", de María Granata...".

Tuve la suerte de poder hablar de Nicolás Olivari, con Mastronardi, con Gómez Bas, con César Tiempo, con Alfredo Cahn, con Borges hablando de la antología de poesía argentina que compiló en 1941, donde se incluían dos poemas de Olivari, "Antiguo almacén a la ciudad de Génova" y "Canción ditirámbica a Villa Luro". Dicho sea de paso, en esa antología se incluyen, agreguemos incidentalmente, dos poemas de la rosarina Emilia Bertolé, "Mis manos ciertas veces" (de Espejo de sombra) y "Miro a la rubia niña del retrato" que creo iba a formar parte del libro Estrella de humo, que entiendo nunca publicó, aunque el azar me hizo ver prueba de imprenta.

(1) La versión de "Stormy Weather" fue registrada el 6 de septiembre de 1933 originalmente para el sello Brunswick. La tengo en un CD de origen inglés, las Vintage Performances de Limelight. Aunque Ivie Anderson que se menciona en el personal que consignamos, no podemos escucharla por mas esfuerzo que hagamos. A menos que imite algún instrumento de viento (hay varios solos) ella no está presente. Debemos imaginar cómo cantaría ese tema de Koehler y Arlen que sigue lloviendo (bellamente) todo el tiempo.

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