rosario

Viernes, 16 de agosto de 2013

CONTRATAPA

Beta téster

 Por Javier Núñez

A veces me preguntan para quién escribo o, mejor dicho, si tengo un lector específico en el que pienso cuando escribo. Una vez me lo preguntó también la chica de ojos pardos. La chica de ojos pardos viene ganando cierto espacio en estas contratapas: no protagonismo, sino presencia. Aunque casi nunca es nombrada en forma literal, aparece de tanto en tanto. Como primera oyente de ciertas anécdotas, propiciando reflexiones en la mesa de un bar, o reclamándome la improvisación de alguna historia en una noche cualquiera, como a una intermitente versión masculina de Sherezade. La chica de ojos pardos tiene, últimamente, una participación involuntaria en la gestación de las ideas que acaban por transformarse en alguno de estos textos.

Nunca sé qué responder a esa pregunta del lector específico. Incluso es posible que mis respuestas hayan variado un poco con el tiempo. Creo, sin embargo, que si pudiéramos comparar mis diferentes respuestas en los diferentes momentos en que me hicieron la misma pregunta, se podría perfilar cierta coherencia o lógica común que se desprendiera de todas ellas. La respuesta, me aventuro, no se alejaría de algo así como que escribo para un lector hipotético que tengo en mente, alguien que responde a ciertas características y exigencias que, vaya a saberse bien cómo, lo han ido conformando con el correr de los años.

Es una respuesta bastante confusa, o por lo menos poco concreta. No escribo para una persona en particular ni para un mercado específico. Tampoco escribo para mí e incluso desconfío por completo de todos los que afirman que escriben para sí mismos. Para eso no hace falta escribir ni mucho menos publicar: basta con sentarse a pensar. Salvo que cuando uno diga "escribo para mí mismo" no haga referencia al yo﷓escritor sino al yo﷓lector, en cuyo caso puedo estar de acuerdo. Digamos que en cierto modo suscribo la teoría de la confederación de almas que esgrime uno de los personajes de Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi: "creer que somos uno que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de los propios yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición cristiana de un alma única". Digamos que suscribo la teoría del hombre como ser plural, el hombre con una inconmensurable pluralidad de yoes, y que mientras uno de esos yoes es el que escribe, otro es el que se empecina en defenestrarlo, un tercero el que tacha y corrige, un cuarto -﷓el yo﷓lector-﷓ el que muestra cierta complacencia o conformidad que va guiando al primer yo. En ese yo﷓lector, acaso, se esconda el lector hipotético al que hice referencia: cuando la opinión del yo﷓lector se impone sobre las demás, es cuando el texto no va a parar a la papelera de reciclaje o al tacho de basura.

Pero el yo﷓lector -﷓o el lector hipotético, o el lector específico para aquellos autores que sí lo tengan-﷓ no puede intervenir únicamente en el proceso de escritura. No, al menos, en mi caso: nunca llego a un texto con unas primeras palabras escritas al azar. Desconfío por completo también de Hemingway cuando cuenta, en París era una fiesta, que miraba los tejados de París y pensaba: "No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas", para luego añadir que escribía una frase verídica "y a partir de allí seguía adelante". Es un buen consejo de estilo -﷓"en cuanto me ponía a escribir como un estilista, o como uno que presenta o exhibe, resultaba que aquella labor de filacterio y de voluta sobraba"﷓-, pero una afirmación de la que me permito dudar por completo como método de abordaje del proceso de escritura, como método de gestación del texto. Me inclino a pensar que cuando Hemingway buscaba la frase verídica, ya tenía otras cuestiones resueltas en la cabeza. Un texto por lo general brota de una idea disparadora, una imagen o una frase que se va masticando con los días o las horas -﷓o los años-﷓. Y ahí, en ese proceso, también suele jugar su rol el yo﷓lector, el lector hipotético o el concreto. ¿Le interesará leer algo como esto? ¿Podré atraparlo con esta historia? ¿Lo seducirá este tema?

Y acá vuelve la chica de ojos pardos -﷓que, dicho sea de paso, fue la primera que me escuchó desconfiar de esa frase de Hemingway cuando la releí hace poco-﷓. Sin pretenderlo, sin buscarlo en absoluto, la chica de ojos pardos viene jugando, desde hace un tiempo, el rol de examinadora de mis ideas cuando todavía no alcancé a reconocerlas. Es la beta tester de muchos de los textos que vienen a parar acá, cuando todavía ni siquiera empezaron a escribirse. Estos textos en que muchas veces abandono la ficción para adentrarme en el experimento de contar historias mínimas, anécdotas o situaciones menores que me permiten hablar del amor, la traición, el dolor, la nostalgia o la muerte. A ella le conté cuando mi madre, durante los fines de semana, nos llevaba a mi hermano y a mí a cruzar la avenida Pellegrini para asegurarse de que pudiéramos ir a la escuela solos sin terminar bajo las ruedas de un colectivo porque ella trabajaba en nuestro horario de clases. A ella le hablé sobre el recibimiento que dimos a aquel chico nuevo que llegó en séptimo grado y cierta culpa que adulteraba la anécdota. Le conté la historia de una chica mexicana que conocí en un bar, que se inventó un novio ficticio e invitó a toda su familia a un casamiento que nunca se llevaría a cabo sólo para declamar frente a todos su oposición al mandato social. Le hablé del libro que mi abuelo había recibido de regalo de sus padres cuando era chico y con el que se reencontró por azar sesenta años más tarde. De la historia de Flitcraft que cuenta Dashiell Hammett en El halcón maltés, y de cuánto me gustaba la frase final. De mi encuentro con Villoro en una feria de México. De la soledad de las playas desiertas. Del mensaje de un lector que encontró sus primeras horas de sobriedad en mucho tiempo leyendo mi novela. De la historia detrás de las películas de Linklater. La chica de ojos pardos solo aparece en dos o tres de estos textos. En términos visuales podríamos decir que hace sus pequeños cameos, aunque hasta ahora ni yo mismo lo notaba. Y sin embargo está, detrás -﷓o al borde, en las orillas-﷓ de muchas historias más.

A veces me preguntan para quién escribo o si tengo un lector específico en quien pienso cuando escribo y nunca sé qué responder.

Sigo sin saberlo.

Lo que debería empezar a responder, lo que debería empezar a revelar, es que mi lector hipotético tiene cada día los ojos un poco más pardos. Que probablemente esté juzgando mal, pero el tipo de historias que suelo abordar acá me parecen dignas de ser contadas cuando brillan de un modo especial los ojos pardos de la chica que las escucha cuando están a punto de nacer.

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