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Miércoles, 22 de julio de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › FRAGMENTO DE "ALMACéN LAS COLONIAS"

Unas pequeñas rémoras

 Por Jorge Isaías

En ocasiones los tiempos fueron altos, libres de suciedades, de manchas flotando como un lento magma oscuro, imperiosos en su presencia, opresivos en su obcecación y permanencia.

Y otra vez fue el canto ronco de los gallos ascendiendo el hueco grisalba de luz evanescente, cuando el pueblo era un gran lagarto dormido sobre el pasto.

Tal vez primero fuera uno, solitario en el desierto del amanecer, cuando el paso del sueño a la vigilia es un hilo tan delgado que se torna irrelevante, luego son dos o tres y luego se vuelve un desconcertante contrapunto ubicuo e incontable que rasga el amanecer como si fuera una tela frágil, invisible como una capa transparente de cebolla.

Cuando aparezca el sol, el canto de los gallos será mero recuerdo, como un sueño que en la vigilia ya olvidamos.

Después empiezan las torcazas, zureando al día caluroso que vendrá; las torcazas que aprovechan ese primer silencio en la hora prima cuando callaron las cigarras y cuando llega el grito cerril, estridente y casi odioso, de la pirincha que corta el aire con su látigo áspero, inesperado en esa lava quieta de aceite que se vierte sobre el pueblo y que empieza a moverse como un inmenso animal que sale de su letargo y se incorpora poniendo sus músculos, de a poco, en movimiento.

El silencio entonces, esa gran caja protectora que en grandes bloques se posa como una mancha, como una campana al abrigo de las estridencias, empezará a crujir de a poco cuando la actividad comience tranquila, rutinaria pero inexorable, inficionando hasta aquel monte de sauces añosos que dan sombra protectora, benéfica, al caminante que se apropia de ella como una bendición nada ritual, nada solemne, tan natural como ese aire y esos pastos que tranquilamente trisca un grupo de vacas pachorrientas.

Lo demás es ya sabido: amor y odio; vida y muerte; celos, envidia y tal vez algunos gestos solidarios, generosos, que la nerviosa vida urbana olvidó para siempre.

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