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Viernes, 14 de octubre de 2011

Primer día de clases

Mirta: –El cambio se dio en la adolescencia, cuando ella ya empezaba a querer pintarse, quería vestirse y hacer lo que ella sentía. Yo no lo acepté, puse un freno. Lo primero que hice fue hablar con el pediatra que la había atendido siempre, fui a preguntarle cómo es que él no se había dado cuenta, si tenía que haber hecho algo, si era una cuestión de hormonas que habría que haberle dado. Lo primero que pensé fue en algo orgánico. Y entonces él me explicó que no era eso, y me dijo una frase que no me la voy a olvidar nunca y que creo que fue lo que me ayudó no sólo a comprender a Valeria sino a que estemos juntas hoy: “Señora, usted nunca rompa los lazos de amor, porque si usted rompe eso, lo va a perder”. No la quería perder. Y todo lo que hice, con idas y vueltas, siendo muy rígida a veces y equivocándome otras, fue no romper jamás el amor que yo le tengo a mi hija. Le pedí que esperara para el cambio hasta terminar la secundaria, eso sí. Y ella lo aceptó. ¿Por qué? Por un lado porque yo no estaba segura de si esto era lo que realmente quería, si era un momento de indecisión, de confusión típico de la adolescencia. Creo que también necesitaba un tiempo para mí, para mis familiares y para los vecinos. Vivimos en un barrio, todos sabían que yo había tenido un varón... Yo estaba sola, mi marido había fallecido... Un cuñado me ayudó a contarlo a la abuela, otros familiares comprendieron de a poco, otros no.

¿Va a poner una foto de cuando tenía seis años? Me alegra mucho. Yo nunca le hablo de esa época, nunca le hablo en profundidad, por un lado por respeto y por otro por no hacerla revolver. Pero la escucho con mucha atención cuando ella habla y creo que sí, que tiene muy asumido su pasado.

Valeria: –Tengo seis años. Para entrar a primer grado me cortan el pelo. Desde entonces el tema del pelo va a ser algo de carácter existencial, de un dolor salvaje que merece que lo escriba en otra nota. Tenía unos rulos larguísimos a los que le ponía ruleros cuando acompañaba a mi mamá a la peluquería. Yo estaba ahí, sin entender mucho lo que estaba pasando. Lo primero que recuerdo es que en jardín de infantes me di cuenta de que me gustaban los chicos y que eso no estaba bien. Eso, sumado a que jugaba con las muñecas. Se lo dije a mi mamá, además de que la maestra... Entre los 8 y los 12 años me retraje, no sólo en casa, también en la escuela y también conmigo. Quiero decir que a esa edad empecé a sentir cosas y también a ocultarlas, a dosificar lo que decía y hacía, nunca más fui espontánea. Por eso siento que desde los 8 años fui una niña adulta.

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