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Viernes, 28 de febrero de 2014

Tengo tarjeta de crédito... ¡Y encima dice mi nombre!

“Mi papá, tano, era presidente del Centro Tradicionalista Gloria de mi Raza, así que imagínense: se vestía de gaucho y anduvo a caballo hasta la última hora de su vida. Un hijo como yo era la deshonra de la familia.”

 Por Leyla Star

No me drogo, no tomo, mi único vicio es la murga. Invierto durante el año mil pesos en plumas y mil pesos en estrás. Me hago yo los trajes, los diseño inspirándome en las vedettes de moda, en los carnavales de Río, de Gualeguaychú. Hoy una pluma amazona rosa sale 70 pesos y las de faisán, cada una 150. Y eso que voy directamente a la plumista y me hace precio. Las artificiales son malísimas.

Llegué a la murga por rebeldía, tenía 16 años y era la época en la que vos no podías salir ni siquiera con un pantalón ajustado por el artículo que condenaba por “vestimenta no adecuada al sexo, que incita al acto carnal al hombre”. Ibas presa. La murga era la única manera en la que yo podía salir a la calle como quisiera y la policía no me podía hacer nada. Te podías burlar de la policía en la cara: “Agarrame ahora”. Empecé por mi hermano, que ya bailaba en una murga, y me hice amiga de una transformista. Yo ya en esa época echaba pluma a rolete, pero en mi casa no sabían. Y a escondidas de mi papá empecé a salir. La primera vez que él me vio vestida de mujer fue arriba de un escenario en la murga. Mi papá, tano, era presidente del Centro Tradicionalista Gloria de mi Raza, así que imagínense: se vestía de gaucho y anduvo a caballo hasta la última hora de su vida. Un hijo como yo era la deshonra de su vida. Pasé por un montón de murgas hasta que, hace 12 años, llegué a los Estrellados Porteños.

Nunca faltan los homofóbicos que te ven desfilando y, como no te pueden hacer nada, te tiran bolitas de vidrio con una gomera. Te apuntan a la cola y vos tenés que seguir bailando.

Las trampas de la noche

El levante depende de lo que vos quieras. Siempre tenés 20 que quieren. Yo siempre discuto por ese tema. Les digo: “Yo no estoy todo el año vestido de hombre esperando para aprovechar las noches de Carnaval para vestirme de mujer y garchar a cuatro manos”. Si a mí me gusta un chico en la murga, y el chico me da bola, le paso mi teléfono, nos encontramos en la semana, venís a mi casa. Porque si lo hacemos en la murga, en general es para que se saque las ganas el otro y yo me quede pensando. No tiene sentido.

Ahora, si estás muy desesperada, obviamente, es el momento. Van muchos chicos jovencitos, en todos los micros vas a ver a alguna arrodillada con diez pibes alrededor. Si querés sacarte las ganas rapidito, es el lugar. Si yo tengo ganas, prefiero parar en una esquina, levantar un tipo y encima ganar plata. La murga para mí es para otra cosa. Yo les digo: “Venir acá a ensuciarme con ustedes, todos transpirados, con olor a chivo, ¿qué sentido tiene?”. El mito dice que las travas van con los chongos en el micro y se arma todo tipo de cosas. Pero hay que tener en cuenta que ésa es la historia tradicional porque antes el 80 por ciento de las chicas eran hombres todo el año y aprovechaban las 8 noches de Carnaval para tirarse plumas. He conocido cientos que todo el año son albañiles, casados con hijos y en los carnavales salen de vedette, y agarran lo que venga.

Las trampas de la noche, las ilusiones ópticas.

Antiguamente se decía: “Vamos al corso que están las mariquitas y hacemos de todo”. Ahora cambian de actitud, pero ese momento era el momento en el que todos aprovechábamos. Eramos pocas travestis con pechos las que salíamos en ese momento. No nos queríamos quemar con la policía porque te veían en el corso y después te veían en la calle y te calaban. Sin ir más lejos, mientras Flor nos sacaba estas fotos al lado del micro, se nos plantó un chonguito que se empezó a sacar todo: “Uy, mami, cómo estás”. Si una se prende, se prende. Ofertas vas a tener. Hoy lo que me pasa es que puedo razonar que la sociedad fue lo que a mí me empujó a ser prostituta. Entonces si lo pensás desde ahí, la cosa cambia. Traté de que mis parejas siempre fueran de afuera de la murga, para no mezclar las cosas. Y el primer trabajo digno que tuve fue como diseñadora en la cooperativa Nadia Echazu. “Las tres cambiamos el DNI. Yo jamás hubiese imaginado diez años atrás esto, cuando la murga era la única posibilidad de vestirte de mujer en todo el año para algunos y para otras. Tengo una tarjeta de crédito y encima dice mi nombre.

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