Hace un mes que estamos saliendo y dos semanas que vivo en la casa. Me vine porque cuando mi familia se enteró me dejó de hablar. A Aldana la vi por primera vez acá por el barrio, en Laferrere. La vi y dije “Quiero el número”. Y una amiga en común me lo pasó. Le empecé a mandar mensajes y así empezamos. Me identifico con ella porque a los dos nos gusta la música electrónica y tenemos maneras de ser parecidas, somos muy demostrativos y cariñosos los dos. Es lo que yo estaba buscando. Y nos une una cosa rara que es que miramos dibujitos. Me atrajo físicamente también, claro. No me arrepiento de nada, tampoco de haberme peleado con mi familia. Las únicas que la aceptan son mi abuela y mi madrina (que no es mi madrina de verdad sino por boca) que cuando le dije que ella era travesti, me dijo primero: “uy, no me di cuenta”. Y después: “sos gay?”. Le tuve que explicar que para ser gay tendría que estar saliendo con un varón. Y se puso a llorar con la historia y me dijo: “Yo no te voy a discriminar”. Cuando recién la conocí, un día estaba caminando con mi hermano por Constitución y pasan cuatro travestis. Mi hermano dice “putos feos”. Y ahí yo pensé: “Uy, la que me espera”. Ahora ya nada más me importa mi felicidad. Cuando la conocí no me di cuenta. Ella no me cree. Me pregunta “¿Pero no viste que paraba con ésta y con la otra?”. La primera vez que fui a la casa (yo todavía no sabía), llegamos y lo primero que hace es sacarse la cortina de pelo. Y escucho que la familia la llama con nombre de varón. Ahí caigo. Somos una cosa rara y todo se dio muy rápido: ya estamos juntados, de novios, comprometidos. Me tatué su nombre en la muñeca con un signo de infinito y un corazón. Mis amigos me dijeron “¿No será mucho, che?”. Me preguntan de todo. Que si es esto o es lo otro, que si tiene esto o lo otro. Para que les quede claro escribí casi un testamento en Facebook. Y tengo otros amigos que se ven con travestis pero en la calle no les quieren dar la mano. Que cada uno se arregle.