turismo

Domingo, 10 de octubre de 2004

ESCAPADAS: TURISMO RURAL EN SAN ANTONIO DE ARECO

Un casco de película

A 112 kilómetros de Buenos Aires, un día de campo o un fin de semana en una estancia cuyo casco mantiene el auténtico estilo colonial de principios del siglo XIX, a tal punto que fue elegida como el escenario ideal para filmar secuencias de la película Camila. Asados, pileta, cabalgatas y una pulpería con mucha historia.

Por J.V.

De todas las estancias bonaerenses, el casco de La Bamba es quizá el que mejor se ajusta al modelo arquitectónico tradicional de la estancia argentina de comienzos del siglo XIX. Ubicada a 8 kilómetros del pueblo “gaucho” de San Antonio de Areco, la caZsa principal de La Bamba –que se construyó en 1830–, mantiene casi puro el estilo colonial, austero y sencillo de aquella tradición criolla que se fue perdiendo con la introducción de estilos neoclásicos e italianos.
Al igual que todas las estancias de su época, La Bamba fue levantada en medio de la pampa cuando aún no se había terminado de expulsar al indio y en sus orígenes funcionó como una posta de carretas donde se hospedaban los viajeros que se dirigían al Alto Perú por el Camino Real. A su alrededor se plantaron refinadas arboledas que eran traídas de ultramar y servían para resguardar el casco del frío y el viento. Con el tiempo estos cascos se convirtieron en verdaderas mansiones de estilo colonial, pintadas de rosado porque se usaba una mezcla de sangre de vaca y cal. Por lo general, atesoraban colecciones de arte y tenían sofisticados muebles europeos y hogares a leña decorados con toda clase de herramientas de campo.
Esta estancia fue una de las primeras en abrir sus tranqueras al turismo en 1986. Su genuino ambiente de campo y las líneas arquitectónicas de un casco rodeado de un verde intenso hicieron que fuera elegida para filmar escenas de la película Camila (la escena en la que la protagonista juega al gallito ciego con Ladislao). También se filmó aquí una parte de Las cosas del querer II.
A La Bamba se llega por un amplio camino de tierra rodeado por los campos de pastoreo de otras estancias vecinas. El casco tiene un patio con baldosones de barro cocido y un aljibe en el centro. Pasando la puerta de entrada hay un living con un mobiliario de principios del siglo XX y un hogar de mármol blanco a leña. Las habitaciones tienen altos ventanales coloniales que llegan hasta el techo, pisos y techos de madera, antiguos faroles, salamandras y enormes armarios donde se colgaban los voluminosos vestidos que usaban las damas en el pasado. Una de las habitaciones incluye una cómoda de madera que perteneció al presidente Rivadavia.
El silencio de la noche permite oír antes de dormir el croar de las ranas y el aleteo de las lechuzas cuando van de una rama a otra. Y en la mañana temprano se escucha el ensordecedor canto de centenares de pájaros que revolotean sobre el cuidado césped del jardín. También suele verse el vuelo de aguiluchos de plumaje marrón y garzas blancas entre las acacias y casuarinas de 35 metros de alto que surcan el cielo con su vuelo grácil. El parque que rodea el casco mide 16 hectáreas que se pueden recorrer a caballo cuando uno lo desee. Y en verano el visitante pasa gran parte del día junto a la pileta.
El almuerzo transcurre al ritmo de la vida en el campo, sobre unas mesas instaladas al aire libre. El mozo va sirviendo de a poco suculentos trozos de carne asada que se alternan con buen vino. Y al atardecer el té se sirve en el mismo lugar, acompañado con tarta de chocolate con crema y scones.

La pulpería

Hace dos semanas se inauguró en La Bamba una pulpería ambientada al estilo de las de antaño. La Pulpería abre todos los sábados a las 18.30 con una ceremonia en la que participan los empleados y los dueños de la estancia, quienes hacen su aparición montados a caballo. Como parte del ritual traen una bandera blanca y una roja. Según los códigos de la época, la bandera blanca significaba que había bebidas alcohólicas y la roja que se había carneado una vaca.
En la pulpería se puede pedir una picada de quesos y fiambres de la zona acompañados de buen vino. Y siempre hay algún grupo folklórico que interpreta zambas, gatos y triunfos (para asistir al show se paga $7). Un rasgo que le otorga seriedad a la propuesta es la presencia todos lossábados de Magdalena Ramírez, una profesora de historia de Areco que se ha dedicado en los últimos años a investigar sobre las tradiciones de la zona, quien ofrece una charla sencilla y amena sobre el origen de las pulperías. Estos “bares” estaban en algún cruce de caminos o en las estancias aisladas en medio de la pampa. Los viajeros las divisaban en la lejanía porque tenían una bandera que flameaba en lo alto de una caña de tacuara, lo cual diferenciaba a las pulperías de otros ranchos de adobe con techo de paja. Allí los gauchos reponían fuerzas y renovaban sus vituallas pero, a diferencia de las postas, no había cuartos donde hospedarse. En las pulperías se vendía productos esenciales, entre ellos los llamados vicios: yerba, tabaco y alcohol. Pero también se ofertaba toda clase de productos que hoy se iría a buscar a un supermercado: arroz, jabón, ropa, herramientas, velas, alpargatas y además era la única fuente de noticias. A veces no eran un lugar seguro ya que allí se daban cita marginales, gauchos prófugos, indios y bandoleros en general, siempre cebados por el alcohol. Por esa razón el mostrador solía estar enrejado.
Se dice que el gaucho asignaba un valor efímero al dinero y gastaba todo su jornal en el juego e invitando a los demás en largas ruedas de aguardiente que se bebía en grandes vasos que pasaban de mano en mano. En el exterior de la pulpería siempre había una gran enramada bajo la cual se sentaban los payadores con su guitarra y el mate, una imagen clásica repetida en numerosos cuadros al óleo y litografías antiguas. La pulpería tiene también una matera donde, entre mate y mate, la historiadora cuenta su evolución en la Argentina. El mate es una costumbre guaraní que originalmente se bebía en una calabaza seca con la yerba filtrada directamente con los dientes, sin bombilla. Los españoles le agregaron al mate de calabaza una virola de plata con diversas ornamentaciones.

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El casco de La Bamba. El más puro estilo de las antiguas estancias bonaerenses.
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