turismo

Domingo, 10 de octubre de 2004

PARIS: UN RESTAURANTE MUY SOFISTICADO

Maxim’s era una fiesta

Los espejos, arañas, faroles, mesas, sillas, barras, vitrauxs y sillones del famoso restaurante son verdaderas obras de arte del estilo art-noveau. Inaugurado en 1893 y coincidiendo con el inicio de la Belle Epoque, Maxim’s representa, aún hoy, el lujoso esplendor de esos tiempos en que París era una fiesta.

Por Leonardo Larini

La fastuosa estampa de un Rolls-Royce estacionado ante el número 3 de la Rue Royale contrasta con la opaca fachada del edificio, que sólo posee una puerta común y corriente y dos vidrieras cortinadas, casi totalmente cubiertas con chapas de protección. Semejante auto, se supone, debería estar frente a la entrada de un majestuoso hotel o de una descomunal casa residencial o, en todo caso, ingresando al estacionamiento de una poderosa empresa. Sin embargo, un portero de elegante uniforme azul abre servicialmente la puerta del conductor y un hombre de impecable traje desciende del Rolls dorado y se introduce en el lugar en cuestión, después de ser saludado con cortesía por otros dos porteros. En la vereda de enfrente, un simple turista, que había detenido sus pasos ante el aura incomparable del famoso coche inglés, queda desconcertado... hasta que levanta la vista y lee el nombre estampado en el toldo rojo que sombrea la acera: Maxim’s, el restaurante más famoso del mundo y, según los expertos, uno de los mejores. Las letras doradas de la original tipografía –y su dinámica disposición sobre el fondo rojo– son el sello inequívoco de este restaurante que es, desde 1979, Monumento Histórico Nacional de Francia.

EL MENU DE LA BELLE EPOQUE

Inaugurado el 23 de abril de 1893 por Maxime Gaillard, en el mismo espacio donde había funcionado una heladería, Maxim’s fue atrayendo a sus clientes gracias a la atención personalizada, la serenidad de sus glamorosos ambientes y una gastronomía que, desde sus inicios, tuvo como objetivo sorprender a los paladares más exigentes, pero sin exagerar la creatividad de los menúes. Todo debía ser sobrio, fino y sofisticado, en la medida justa y exacta. La apertura del restaurante coincidió con los primeros años de desarrollo del estilo art-nouveau, que sirvió para decorar sus magníficos interiores, esos que de afuera, desde la calle, son inimaginables. Es que adentro todo es de una elegancia superlativa. En cada uno de los tres pisos, Maxim’s resume casi a modo de museo a esa corriente artística que hacía de los ornamentos la forma misma de los objetos. Así, espejos, arañas, faroles, mesas, sillas, barras, vitrauxs y sillones son verdaderas obras de arte que crean una incomparable atmósfera para aquellos que tienen la suerte de poder almorzar o cenar en este legendario lugar. Además, cada detalle –las pequeñas lámparas en las mesas, la permanente luz tenue, las mágicas alfombras, las canciones que ejecuta un pianista por las noches– hace que en Maxim’s pueda ser revivido el esplendor de la Belle Epoque, ese tiempo que inundó de euforia a París y a toda Europa apenas iniciado el siglo XX.
Y fue precisamente en 1900 cuando el restaurante comenzó a adquirir la fama de la que hoy goza en todo el mundo. En abril de aquel año, Francia organizó la Exposición Universal de París, evento que paralizó a la ciudad y sorprendió a sus ciudadanos y visitantes con la presentación de –para aquel entonces– ingeniosos inventos como la escalera mecánica. Fue, además, el encuentro en que se estrenó oficialmente la Torre Eiffel, construida especialmente para la ocasión. Con la ebullición en las calles, y miles y miles de personas paseando desde la mañana hasta la noche, Maxim’s comenzó a ser frecuentado por grandes personalidades de la industria, la política, el espectáculo y los negocios de aquellos tiempos, y su nombre lentamente fue cruzando las fronteras del Viejo Continente hasta convertirse en una marca sinónimo del más refinado arte culinario.

CLASICO Y MODERNO
No fue un Rolls-Royce el que se detuvo aquella noche lejana en la puerta de Maxim’s sino una carroza dorada tirada por mulas blancas de la que descendió, glamorosamente, Sarah Bernhardt. El excéntrico gesto de la actriz, de constante presencia en el local, quedó en la historia de la misma manera en que años después le fue negado el ingreso tanto a Rita Hayworth como a Mick Jagger. Quienes sí ocuparon las codiciadas mesas fueron, entre tantos otros, Jorge V de Inglaterra, Cristina Onassis, Jacqueline Kennedy, Bing Crosby, Salvador Dalí y MarleneDietrich, además de príncipes árabes y diferentes reyes de países europeos.
Pero si bien el restaurante ya tenía ganado su lugar y adquirido su prestigio, distintos motivos hicieron peligrar su posicionamiento hasta que, en 1981, el diseñador de modas Pierre Cardin decidió comprarlo y reformular ciertos aspectos de la marca sin por eso modificar su esencia de sofisticación, buen gusto y alto nivel gastronómico. Con la iniciativa del modisto y su equipo de colaboradores, Maxim’s se extendió como negocio con la apertura de varias sucursales en otras importantes metrópolis del mundo, la creación del Hotel Résidence Maxim’s –en el ‘42 de la Avenue Gabriel– y una tentadora variante del restaurante que funciona en yates –Le Maxim’s du Mer– que recorren los mares ofreciendo el mismo servicio y el mismo lujo que en la Rue Royale.

SOLITARIO Y FINAL

El turista, que había quedado azorado con el brillo del Rolls-Royce y con encontrarse, de repente y de pura casualidad, frente a uno de los restaurantes más famosos de la Tierra, sigue su camino y, unas cuadras más adelante, compra una de las típicas gigantes baguettes parisinas rellenas de fiambre y legumbres. Llega a una plaza, extrae una Coca-Cola de su mochila y se dispone a almorzar. Lejos de sus suntuosos y deslumbrantes salones, y a años luz de sus salmones, langostas y champagnes, no puede dejar de pensar en aquellos tiempos en que Maxim’s era una fiesta.

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En cada uno de sus tres pisos, Maxim’s resume casi a modo de museo el estilo art-noveau, creando así una atmósfera incomparable.
 
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