VERANO12

Maniobras contra el sueño

 Por Por Liliana Heker

El cuento por su autor

Yo estaba en Madrid e iba a ir a Segovia, guiada por mi amigo Fernando Quiñones, cuentista notable, nocturno cantaor de seguiriyas y el tipo más vital que conocí en mi vida. Pero para conocer la ciudad en serio (me había dicho él), tienes que verla cuando recién se despierta. Conclusión: salimos en su auto antes de las seis de la mañana. Y tenía razón Quiñones: conocí Segovia como sólo él podía hacérmela ver: deteniéndose en cada recoveco, en cada burrito mañanero llevando su carga, en cada historia secreta de esas piedras milenarias. Y, sobre todo, en cada una de sus tabernas, en las que bebimos y tapeamos como otra manera del conocimiento. A mediodía, con un calor agobiante y un cielo plomizo que amenazaba tormenta, emprendimos el regreso. Lo único que yo quería era dormir, apoyar la cabeza en el respaldo y no despertarme hasta Madrid. Justo cuando empezaba a hundirme en una deliciosa sensación de abandono empezó el diluvio. Entonces me llegó, perentoria, la voz de Quiñones: Háblame, por favor, porque si no me duermo. Abrí los ojos espantada, ¿de qué podía hablar, sin interrupción posible, de acá a Madrid? Pensé que en una circunstancia como ésa una podía terminar confesando aun lo más oculto, lo más ignominioso de sí misma. Y también –en medio del sueño, de la inminencia de un accidente, y del miedo a ya no saber qué más decir– pensé que algún día iba a escribir un cuento con eso.

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