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COSAS DE HOMBRES,
de Dylan Kidd. Con Campbell Scott, J. Eisenberg, Isabella Rosellini y E. Berkley.
2002, 104 min. Transeuropa.

De “típica película neoyorquina” podría calificarse esta ópera prima en la que la acción jamás sale de bares, oficinas y departamentos de Manhattan y en la que las relaciones entre los sexos se parecen más a la guerra que al amor. Verdadero destripe de un machista, Cosas de hombres se presenta como una engañosa historia de formación sexual, en la que un tipo que aparenta sabérselas todas (magnífico Campbell Scott) se ofrece como cicerone nocturno de su inexperto sobrino. Pero de a poco irá saliendo a la luz que el otro es un ganador sólo de palabra. Confiando en los diálogos y filmándolos como se debe (como si las palabras fueran cosas, o hechos), el debutante Dylan Kidd demuestra saber lo que quiere. Y además tiene la delicadeza de dejar que sean los hechos los que hablen por él.



KILL BILL VOL 2,
de Quentin Tarantino. Con Uma Thurman, D. Carradine, M. Madsen y Daryl Hannah.
2004, 136 min. Gativideo.

Misterio para fans: si ambas se filmaron en continuidad y como una sola película, cómo puede haber sido la primera parte de Kill Bill exuberante, llena de ideas y hecha con todo el placer del mundo, y la segunda, algo así como un interminable apéndice, filmada sólo para cumplir vaya a saber con qué compromiso. El problema no es que el “volumen 1” haya sido pura acción y este “volumen 2” puro diálogo, sino que el diálogo, absolutamente banal y prescindible, está a años luz de las verborrágicas tiradas que alguna vez le dieron fama a don Quentin. Mientras tanto, la historia no se desarrolla, simplemente se estira hacia adelante. En el medio, Tarantino apela a todo su dandismo, filmando un bloque entero de la película con el look y los tics de las primeras de Jackie Chan. Qué divertido, qué ingenioso, qué loco.


DOMINGO SANGRIENTO,
de Paul Greengrass. Con James Nesbitt, Allan Gildea y Gerard Crossan.
2002, 107 min. AVH.

Sólo en video se consigue este magnífico film político dirigido por el realizador británico Paul Greengrass, que acaba de pasar a Hollywood, con la recién estrenada La supremacía de Bourne. La película narra los mismos hechos que el tema casi homónimo de U2: la espantosa represión del ejército inglés a una manifestación por los derechos civiles, que en enero de 1972 dejó un saldo de varios muertos y centenares de heridos. Dos grandes hallazgos tiene el film de Greengrass, ganador del premio mayor en el Festival de Berlín 2003: su nerviosa narración cámara en mano, que le da la urgencia e inmediatez propias de un noticiero, y el modo en que sigue, sin perderles pisada, a los distintos grupos en pugna. Como sucede con el mejor cine político, no hay aquí la menor bajada de línea: sólo los hechos.


ODIO EN EL ALMA,
de Nicholas Ray. Con Robert Ryan, Ida Lupino y Ward Bond.
1952, 82 min, b & n. Epoca.

Desde hacía casi medio siglo no había ocasión de ver en la Argentina este melodrama noir (título original: On Dangerous Ground) que es la segunda película de Nicholas Ray, director de Rebelde sin causa. Después habría que esperar hasta Harry el sucio para encontrar otro policía tan peligroso como el protagonista de esta película. Verdadero vicioso de la violencia, el tipo se pregunta: “¿Por qué me obligan a hacer esto?”, mientras amasija a golpes a un sospechoso. Como lo demuestra la película posterior con James Dean, Ray sintonizaba como ningún otro con la figura del violento atormentado. Y en todo Hollywood no había nadie como el gran Robert Ryan para transmitir ese estado del alma con mayor sequedad. Lástima que la segunda parte castigue al espectador con ese vicio hollywoodense llamado redención.

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