“Con las palabras gobernamos
a los hombres.”
Benjamin Disraeli 

En economía, como en toda otra disciplina, decidir qué es lo que se estudia implica realizar un recorte, una selección, porque no puede enseñarse todo el conocimiento disponible de una ciencia en un momento dado. En este sentido, queda claro que cuando se decide qué enseñar, al mismo tiempo se está eligiendo qué no enseñar. Lo mismo aplica a los términos más usuales que se utilizan en economía, dejando entrever el triunfo de la escuela neoclásica (popularmente denominada ortodoxia o mainstream). 

El análisis de estos conceptos y sus connotaciones, nos permite comprobar que los términos asociados al liberalismo serán denominados con una palabra grata, mientras que todo lo que sea participación del Estado acarreará connotaciones negativas. 

Veamos algunos ejemplos:   

Como no podía ser de otra manera, comenzamos por la economía “libre”, el “libre” mercado, el “libre juego” de la oferta y la demanda. ¿Hay algo más deseado que “la libertad”? ¿Hay algo más atractivo que “jugar”? En contraposición se habla de regulación, control, intervencionismo, trabas. Palabras más sombrías y que difícilmente suenen simpáticas.

Por caso, el libre juego de la oferta y la demanda determina un precio “de equilibrio”, que deja a todos contentos (“equilibrados”) mientras que cualquier “intervención” del Estado genera una “distorsión” en el mercado que nunca puede tener consecuencias positivas: genera escasez del producto, “reprime” los precios “artificialmente” desincentivando la producción. Un arancel o una retención a las exportaciones son “trabas” u “obstáculos” al “libre” comercio. 

También se dice que la economía es “la ciencia de la elección”. Otra vez, ¡qué hermoso es poder elegir! Suena muy lindo, pero el tema es que nos quieren hacer creer que los individuos elegimos libremente entre variadas alternativas. No actúan otras fuerzas o intereses en el mercado, sino que somos nosotros, con nuestro “libre albedrío” quienes tomamos cada una de las decisiones económicas.

Las expectativas deben ser “racionales”, ya que los actores ajustarán su conducta dentro de la realidad y la evolución que se espera de ella. Por lo tanto, si han de ser sujetos capaces de realizar elecciones racionales con miras a la maximización de un objetivo individual, como la utilidad o el beneficio, forzosamente deben ser individuos o a lo sumo grupos sociales mínimos, caracterizados por la unidad en la que recaiga la toma de decisiones, como las familias y empresas. Así desaparecen de la escena los sujetos colectivos, las clases sociales, y con ellas cualquier noción de conflicto. O para ser quizás excesivamente simplistas, si aquellos son racionales, se deduce que los que no siguen esas reglas son unos loquitos inconscientes.

Otros términos interesantes (y lamentablemente actuales) son apertura y “liberalización” económica, apertura al mundo. En contraposición, cerrarnos, aislarnos, imponer trabas. ¿Qué suena mejor?

Pero la perla máxima se da cuando se habla de los mercados de cambio. Si actúa el Estado (casi siempre, por otra parte) la flotación es “sucia”. Si el Estado no interviene, obviamente es “flotación limpia”. Usted que desea, ¿ser sucio o limpio? 

Terminemos aquí, pongamos un “cepo” a las palabras.

* Docente UNLZ, UNQ y UPE.

[email protected]