Pensadores de la talla de Marcel o Lévinas consideran al diálogo una construcción ética que reclama la relación personal con el Otro.

La vocación de dialogar no surge de modo natural y espontáneo y se complica entre quienes creemos en la idea de una entidad trascendente puesto que, demasiadas teologías basan su motivo en una teofanía, es decir, en la manifestación de un Dios revelado a través de un texto y verdad exclusiva a un hombre o a un pueblo.

Quizás por ello, cuando de diálogo religioso se trata, la tarea deviene en arte.

Arte que debe superar la engañosa concepción de “tolerancia” por la de “convivencia”; sabiendo que la primera se vincula a mera concesión de los poderosos mientras la segunda es impulsada por la búsqueda clara y solidaria del profundo sentido del amor y la justicia respecto a la Otredad. 

En los últimos años, en especial a partir del impulso del papa Francisco, muchos feligreses de colectivos congregados en diversas comunidades de fe (y a contramano de la intolerancia que parece predominar en el mundo) se expresan en convocatorias.

Acciones de encuentro en las cuales distintas tradiciones espirituales aplacan odios y sospechas y se orientan a construir una mayor comunidad (como-unidad) al símbolo del inefable nombre divino, tantas veces fraccionado por el egoísmo y el sinsentido.

Resistir al integrismo y el fundamentalismo es multiplicar espacios para elaborar decisiones inclusivas con religiones y creencias ajenas y sin renunciar a la propia identidad. 

Cada colectivo aborda sus propios prejuicios y justamente el diálogo sobre los conflictos rediseña herramientas para el futuro.

En un planeta caracterizado por monólogos y ruidosos silencios, el diálogo entre religiones señala que encuentros sinceros entre los individuos son capaces de crear mejores construcciones vinculares con alcance social.

“Toda vida verdadera es encuentro”, dice Martín Buber y solo en la diversidad existe auténtico diálogo.

Un ejemplo claro es el Instituto del Diálogo Interreligioso fundado hace casi veinte años por Omar Abboud, Guillermo Marcó y Daniel Goldman. Inspirados y apoyados en esa tarea por el papa Francisco y, con la convicción que una profunda relación de amistad puede existir entre personas reales dispuestas a trabajar en la búsqueda de un destino de hermanos.

En un encuentro interreligioso Francisco expresó que “El mundo nos pide respuestas y esfuerzos en relación a varios temas: la sagrada dignidad de la persona, el hambre y la pobreza, la violencia, en particular la cometida profanando el nombre de Dios y desacralizando la religiosidad humana. Ante esta realidad tenemos entonces delante un camino muy largo que proseguir juntos con humildad y constancia, sin alzar la voz, sin enfrentarnos, para así poder sembrar la esperanza de un porvenir en el que se pueda ayudar al hombre a ser más humano, un porvenir en el que se oiga el grito de muchos que repudian la guerra e imploran una mayor armonía entre las personas y las comunidades, entre los pueblos y los estados”.

El Papa ofrece permanentes paradigmas de coincidencia y compromiso e invita a dejar de vernos aislados y condenados a la desesperanza y al fanatismo.

El desafío es leer el mensaje íntegro de quien fuera cardenal de la Argentina, en clave presente y universal y no en tono de coyuntura doméstica.

La paz y la justicia exigen voluntad de auténticos encuentros para poder superar las barreras y construir un mundo más justo y solidario.

Y que esa no es tarea de Dios.

* Antropóloga.