¿De dónde vienen las canciones? ¿Qué es lo que lleva a una persona a contar su vida, sus sueños, sus ilusiones y sus fantasías a través de la música y la poesía? Hay preguntas que no tienen respuesta. O que no tienen una sola respuesta. Rosana Arbelo Gopar (más conocida como Rosana) habla de “poner en 3D la transparencia de las cosas mágicas, de las cosas chiquititas, y hacerlas grandes”. Así define su trabajo, su oficio, ¿su don? La cantautora canaria supo desde muy chica que su relación con la música sería para toda la vida. A los cinco años, el papá le regaló su primera guitarra y a los ocho ya había compuesto su primera canción. Sin embargo, tardó mucho tiempo en decidirse y ponerse al frente de sus propias creaciones. “Fueron mis amigos y mi familia quienes hicieron que yo le agarrara el gustito a eso de cantar, a eso de comunicarme a través de mi voz y no hacer canciones para otras voces”, confiesa, sin dar más datos o razones a propósito del porqué de ese demorado paso de la partitura al escenario.  

La historia entonces se vuelve vertiginosa: en 1996 lanzó su primer disco, Lunas Rotas, que fue un éxito de ventas mundial y que transformó la tranquila y apacible vida de esta artista de entonces 32 años en una vorágine inesperada y tumultuosa que le costó bastante digerir: “Fue muy de repente, de sopetón. ¡Fue literalmente en horas, en más de treinta países del mundo! Se dice fácil, pero luego sobrellevarlo no es tan fácil”, recuerda en diálogo con PáginaI12. Veinte años y siete discos pasaron de ese momento. Bueno, en realidad, ocho. Porque Rosana acaba de lanzar En la memoria de la piel, álbum que la devuelve al terreno de la composición tras la edición de 8 Lunas (2013), disco de duetos en el que reversionó éxitos de su pasado. Los tiempos de su carrera, los de la creatividad y el trabajo están dictados por su voluntad: “Cuando voy a encarar un proyecto nuevo, lo único que me preocupa es tener deseo real de componer. Luego, tener el deseo real de grabar, de compartir una canción. Y cuando voy a hacer una gira, es porque de verdad me nace la necesidad de encontrarme con la gente. La música no se hace para competir, sino para compartir. Y si no se hace para competir con los demás, pues muchísimo menos con uno mismo. Es como en la cocina: para hacer un buen plato, lo mejor es hacerlo con amor, con tiempo y con ganas. Yo creo que a lo único que deberíamos sentirnos obligados es a dar siempre lo mejor de cada uno”.

–En una entrevista que dio hace unos años, habla de las playas de Lanzarote y se refiere a los surfers como “bohemios que van por la vida en busca de la ola perfecta”, ¿una metáfora del músico que va detrás de la canción perfecta?

–Más que de la canción perfecta, creo que vas buscando esa canción que hable de ti al 100% en ese momento. Lo que uno quiere, cada vez que hace una canción o un disco, es entregar lo mejor. Como cuando quedas en una cena con la gente que quieres: quieres que la comida esté deliciosa, que el encuentro sea fantástico. Es una necesidad de hacer continuamente lo que más amas hacer. Como si fuera un regalo de cumpleaños que buscas para un amigo: intentas que esa canción sea la que de verdad te nazca de adentro, que te emocione a ti y al que la recibe. Al final, las canciones son un poco eso: regalos que uno busca para terminar entregando en el concierto. 

–¿Existe la canción perfecta?

–Hay un dicho que dice “Nadie es perfecto, pero quién quiere ser nadie”. La perfección es lo más imperfecto del mundo. ¡Bendita imperfección! Con emociones, con cada cosa que va pasando, con cada segundo imperfecto de la vida. Todas esas imperfecciones nos hacen bien, nos hacen felices, nos hacen sonreír. No. Yo no voy buscando canciones perfectas, voy buscando verdades que tengan que ver conmigo y que acaben en forma de canción para compartirlas con el resto de las personas que quieran compartirlas conmigo. 

–El tacto es uno de los sentidos menos abordados desde el arte, quizás porque es más difícil de reponer, de explicar. ¿En la memoria de la piel tiene que ver, de alguna manera, con materializar esa intimidad en música y letra?

–Cuando yo hablo de la memoria de la piel, hablo por excelencia de las cosas más pequeñas, de los pequeños detalles, de todo lo que pasa por la piel y no pasa por la cabeza. De todo lo que pasa por las emociones, que a veces se manifiestan en la piel y en ningún otro lugar más. El hecho de que la emoción consiga ponerte la piel de gallina es una pequeña cosa que hace muy grandes otras. Pero no pasa por un punto concreto, visible. Creo que lo que hace es materializar eso: el valor de todas esas pequeñas cosas que hacen que estemos vivos, aunque a veces no seamos conscientes de su valor. 

–Hoy mencionó dos veces la comida en relación a la música.

–Bueno, ¡yo hice “A fuego lento”! (risas). Sí creo que guardan mucha relación. Me parece que el punto creativo de las cosas más bonitas es cuando se cuelan en aquello que hacemos. El amor por lo que haces aporta creatividad, y la creatividad es la que hace que tu pan sea el que la gente quiere comer y no otro. Creo que la cocina es como una canción: está entre las cosas que se hacen para compartir. Cosas concretas, que se hacen a diario. Y hay pocas cosas más lindas que comer junto a las personas que uno quiere.