Hace 10 años, en ocasión del 25º aniversario de la vuelta de la democracia nunca laica, entrevisté a monseñor Justo Laguna en su piso de Congreso, a metros de Crónica TV, donde por entonces conducía micros evangélicos que Héctor Ricardo García ubicaba a la medianoche. En ese departamento antiguo, repleto de vitrinas con juegos de loza y cristales italianos, Laguna olía como siempre olió: ahogado en Fahrenheit de Christian Dior. Por los pasillos se oían las voces de sus hermanas, consagradas al rezo y a la atención del emérito. Noviembre de 2008. De Laguna yo siempre había admirado la ampulosidad de su pronunciación, la lustrada de su pelada y la caída de sus sotanas, casi un diseño de Pablo Ramírez. Justo era mi invitado favorito de Hora clave con Mariano Grondona, claro que todavía yo no había descubierto a Héctor Aguer. 

Aguer cumple en junio 20 años gozando de un sueldo mensual del Estado equivalente al 80% de lo que gana un juez federal. Llegó con el ex gobernador Eduardo Duhalde a la provincia; se quedó con Ruckauf; se entendió muy bien con Felipe Solá; desayunó casi a diario con Daniel Scioli durante los 8 años de la gestión del motonauta y desde diciembre de 2015 es íntimo de María Eugenia Vidal. Laguna era único en la acentuación de cada palabra, casi como quien adivina los estados anímicos de las letras; pero Aguer es inigualablemente cavernoso al hablar. Habla desde el presente perpetuo de la antigüedad. Fui a su encuentro en enero de 2017 y en el castillo del Arzobispado platense lo vi descender escalinatas. Su caminata cual mannequin en el Luna Park me cautivó. Libros en papel arroz y bordes dorados; las persianas bajas y los años de lectura solitaria en voz alta. Aguer es realeza, Laguna era sólo elegancia. 

“¿Cómo hace para sostenerse entonces la Iglesia?” le pregunté en un momento de la entrevista: “Se sostiene como puede la pobre” dijo, actuando una derrota. “La pooobbbre…” remarcando la b. Quienes lloramos a Benedicto XVI cuando cedió su trono de zapatos rojos y capas bordadas al “olor a oveja” de Bergoglio, sabemos por qué es preferible Aguer. Desde 2013, con Pope Francis consagrado, su apetito escénico encontró su peor remedio. “Habemus resentimiento”, vamos por todo. Héctor devino así multitasker. Interviene en todas las plataformas y decreta. Se vio tan opacado en 2014 cuando La Tigresa del Oriente grabó en la Catedral escenas del videoclip “El cuerpo de Cristo” junto a la trans bonaerense La Pocha Leiva, que se hizo experto en recordar las abominaciones amparadas por las leyes. 

La tendencia al revestimiento, a la corrección cosmética, a la economía acomodaticia de los delitos comunicativos, confunde al mundo. Aguer nunca se permitiría preguntarse quién es él para juzgar a los gays. Por eso, nos vendría muy bien hoy, en un país obstinado en decirse “verdades completas” y dejar de negar. Ni siquiera se dejó tentar por los boy scouts, a quienes sancionó por atreverse a definir matrimonio como unión de dos personas. Lejos del polvo acumulado en las parroquias barriales. Para él, mármol o nada.