Los territorios es una película de fronteras. Fronteras reales, concretas, de naciones en conflicto. Fronteras profesionales, entre lo que las posibilidades de la cinematografía y el periodismo permiten. Fronteras entre la realidad y la ficción. Iván Granovsky construye un relato en el que encarna a su propio personaje y pone al espectador a dudar sobre el estatuto de la verdad filmada. Y está bien: Los territorios es, mayormente, una ficción. Pero una que incita al espectador a preguntarse cuánto hay de verdad en ella (bastante más de lo habitual y menos de lo que uno intuye) y en qué medida lo “verdadero” retratado aparece como “real” y en qué punto lo ficcionalizado no parece más auténtico que lo otro. Como si el Iván Granovsky-director hiciera equilibrio en el cordón de la vereda sobre el relato del Iván-personaje que es y no es él mismo, y que se estrenará mañana en el cine Gaumont.

Al mismo tiempo, Los territorios es una película construida en torno a otras dificultades: la de la misma producción, financiación y captación del tema inicial. Es una película montada sobre las imposibilidades, aunque esa no fue la primera decisión. “Primero era una ficción pura en la cual después de lo de Charlie Hebdo un periodista deportivo se daba cuenta que le interesaba la política internacional y empezaba a usar sus vacaciones para convencer al editor del diario de que podía ser periodista internacional”, recuerda el director.

Era un proyecto muy ambicioso. Casi imposible de financiar. Aun así hubo un primer intento de acercarse a la idea original y un viaje por Israel, Palestina y  Francia con esa idea en mente. “Cuando vimos el material por primera vez con quien iba a montar la película, era un desastre si uno quería que el espectador lo considerara una ficción”, dispara Granovsky sin pudor. Ahí –explica– surgió la idea de jugar con él mismo como personaje, con ficcionalizar determinados aspectos de su vida. “Ahí empezamos a filmar otros viajes con la premisa de que yo era una persona tímida que llegaba a un lugar y era muy curioso pero al mismo tiempo me daba vergüenza acercarme a la gente”, comenta ante el grabador de PáginaI12 y recuerda un momento –que aparece en la película– en que viaja a Lesbos, en plena crisis de los refugiados y no consigue acercarse ni a periodistas ni a las víctimas de la catástrofe humanitaria.

Los territorios juega con recursos retóricos del documental y de la (auto)biografía, pero no se enmarca en ninguno de los dos géneros. Sin embargo, incita la intriga. ¿Ese es el corresponsal de PáginaI12 Eduardo Febbro hablando de verdad o interpretándose a sí mismo? El periodista Martín Granovsky, padre de Iván, ¿hasta qué punto da su testimonio como profesional y hasta qué punto es sólo un personaje para la historia que cuenta su hijo? El propio director ahonda la intriga cuando advierte que muchas de las entrevistas son genuinas y otras muchas son con actores. “Una resolución de la que me enorgullezco es que si esta película trataba sobre política, teníamos que tener entrevistados reales. Y si se iba a escapar de eso a veces, teníamos que tener entrevistados de mentira. Pero teníamos que tener entrevistados. Entonces hay actores que en vez de actuar realmente los entrevistamos. Hay un personaje que es una actriz, yo le hacía preguntas sobre su vida y ella podía contestarme la verdad o no. El espectador no lo nota. Y yo tampoco, en ese momento no supe si me decía la verdad. Pero si después yo necesitaba que actúe, podía. En cambio (Juan Carlos) Monedero, el de Podemos, que también aparece entrevistado, no iba a poder actuar”. 

El film toca muchos puntos: la política internacional, el ejercicio del periodismo y metejones amorosos, pero en última instancia es un relato sobre cómo un joven busca hacerse un lugar en un mundo al que admira y aspira. Y no le sale particularmente bien. “Si algo considero bueno y sincero, es que en ningún momento quisimos que la película fuera sobre el mundo, hubiera sido muy soberbio creer que podía hacerse, entonces es una película sobre la imposibilidad de hablar sobre el mundo, así que lo llevamos por la comedia y por textos de self-mockery, de autodesprecio”, reflexiona Granovsky. En el proceso, explica, lograron “entender cómo los errores que cometíamos haciéndola nos permitían narrar nuevas cosas y así creamos el arco dramático real, que es cómo alguien falla tratando de ser periodista”.

–¿Cuál es tu relación con el periodismo más allá de su padre?

–Es que es muy difícil el “más allá de mi viejo”. Tengo la misma relación con el cine que con el periodismo. Sólo que una cosa decidí estudiarla y la otra no. Yo veía películas y en algún momento, vaya uno a saber por qué, en mi cabeza se prendió un chip de “quiero hacer películas”. Y leía los diarios, pero el chip de querer ser periodista nunca se prendió. Pero eran las cosas que consumía. No leía diarios como entretenimiento. Pero cuando era más chico y leía política nacional conseguía formar pensamiento crítico ayudado por mis viejos, como le pasa a cualquiera, que los padres le transmiten cierta ideología, pero si leía política internacional pensaba en viajar en lugar de conflictuarme por lo que estaba pasando. Que es una mirada muy adolescente, más infantil, y de hecho es la mirada que le trasladamos un poco a Los territorios.

–¿Cómo?

–La visión de Los territorios sobre el mundo no es tonta ni infantil, pero es menos adulta de lo que las películas intentan ser. Cuando uno toca esos temas está la idea de que hay que ser muy adulto. Nosotros quisimos ser más sinceros y decir “no, esto está relacionado con lo que pasaba en mi cabeza cuando leía los diarios de chico”.

–En una redacción de verdad los periodistas de internacionales están sentados leyendo cables de agencia más que viajando.

–Exacto. Y con eso juega también la película. Esa idea de mentira de mi infancia de que mi viejo era un aventurero. De chico en mi cabeza él se había ido un montón de tiempo y tal vez habían sido tres días. Lo mismo con los amigos de mi viejo. Viajaron más de lo que viaja una persona normal, pero no son “viajeros”. Ahí entra Febbro y lo que me pasa cuando me encuentro con él en París es que me cuesta tanto ubicarlo para poder hablar, que ahí sí, es claramente una persona que se va y está dos meses en México, tres meses en no sé dónde y se relaciona de modo mucho más aventurero. Pero aventurero a mis ojos. A los suyos es un trabajo. Pero hacer la película me hizo desmitificar un poco el periodismo. Lo mismo le pasaría a alguien con un director de cine: al final somos personas que el 80 por ciento del tiempo están deprimidas porque no se les cae una idea. Todo el pseudoglamour y la genialidad creativa no existe.