Pocos años después del final del nazismo y los juicios de Nüremberg, y en plena reconstrucción europea, el filósofo Theodor Adorno dijo aquello de que “no se puede hacer poesía después de Auswichtz”. Años más tarde, lo revisó y dijo que se refería a la imposibilidad de escribir literariamente sobre eso, aunque dejaba toda su esperanza depositada en la educación como el modo de no olvidar ni repetir.

Poesía, educación y horror son los tres elementos que conjuga De los héroes que no aterrizan en las islas de los cuentos, obra que retrata el reencuentro entre un ex combatiente de Malvinas y su novia, que lo creía muerto. A pocas semanas de cumplirse 36 años de esa brazada desesperada de una dictadura militar en franca decadencia, la dramaturga y directora Pilar Ruiz eligió retomar la historia, vestirla de poesía y repensarla.

“Hablo sobre aquello que me conmueve y llena de preguntas”, dice Ruiz, que en sus últimas obras había trabajado sobre la trata de personas y el aborto. “Malvinas no fue algo aislado, fue una guerra bajo la última dictadura militar, con una parte de la sociedad ovacionando en la Plaza. Es necesario hacerlo presente siempre. Convivimos con los ex combatientes, con quienes no volvieron y con sus familias. Y esto se volvió actual con la aprobación de la ley previsional, que disminuye la pensión de los ex combatientes, y con el discurso oficial que intenta restaurar la teoría de los dos demonios.”

La forma de evocar la guerra es a través de la espera, la ausencia, el regreso y el amor. Para desterrar el mito de los héroes, lo hace desde la vida cotidiana de pibitos que fueron a la guerra cuando preferían estar tocando unos temas con su banda o algo así. De un puñado de jóvenes que, en los inicios de los ‘80, quería descubrir el mundo y su costado más bello (la música, el amor, los amigos) pero se topó con el horror.

Juan Tupac Soler tiene poco más de 26 años, descolló en la obra Mi hijo camina un poco más lento, y cree en la necesidad de recuperar esa historia “inhumana y nefasta”. Su personaje, Julio, combate en Malvinas, regresa y encuentra a su novia (que lo creía muerto) en una historia con su mejor amigo. Vuelve a Buenos Aires, pero él ya no puede volver a lo que fue antes de irse. Cuando la guerra real ocurrió, Juan no había nacido: “No somos los que vivimos su comienzo y su final pero convivimos con los que sí, con los fantasmas y las consecuencias, aunque a veces nos hagamos los que no lo vemos”.

Su coprotagonista es Verónica Cognioul Hanicq y tampoco había nacido en 1982. Todos ellos debieron “explorar en el vacío –dice– para comprender cómo sentían esas personas”. ¿Cómo sentía aquella adolescente que interpreta, ésa que compartía una banda con su novio y cuyo padre militar no pudo evitar que se lo llevaran a la guerra, y entonces quedó esperando? A diferencia de lo que creía Adorno, o quizás con la complicidad del paso del tiempo, Ruiz “supo” desde que eligió hablar del horror que debía abordarlo “en forma poética”. Y buscó lejos de los formatos típicos del consumo masivo: “Como artista joven, apuesto a la construcción estética como contracultura y como acto político en sí mismo”.

* Jueves a las 21 en Teatro Beckett, Guardia Vieja 3556.