No hay mucho debajo de la superficie de La más bella. Todo está a la vista y es bastante redundante: los conflictos, deseos y miedos de su heroína, Lucie; la estructura que cruza la comedia romántica con el drama de enfermedad; el arco dramático con sus puntos de inflexión calculados al milímetro. La ópera prima como realizadora de Anne-Gaëlle Daval (usualmente abocada al diseño de vestuario) la encuentra comandando un film amable y con pretensiones de masividad, una de esas historias que suelen señalarse como crowd-pleasers, cuyas idas y vueltas están orientadas a complacer a toda clase de audiencias. De plus belle es también un vehículo para su protagonista, la comediante Florence Foresti –poco conocida por estos pagos, pero muy popular en su país–, secundada por dos grandes nombres del cine francés, la actriz Nicole Garcia y el actor Mathieu Kassovitz, en ambos casos interpretando papeles unidimensionales, casi peones de la trama: respectivamente, la dueña de una particular pyme dedicada a la reconstrucción de la autoestima femenina y un locuaz y enérgico donjuán.

Lucie acaba de superar un cáncer de mama que ha mermado considerablemente el aprecio a sí misma, no sólo a un nivel físico sino también psicológico, condición no ayudada por la complicada relación con su hija adolescente. Ya en la primera escena, durante una salida nocturna que se adivina excepcional, Foresti construye a una Lucie que, de tan incómoda, parece querer salirse de su propio cuerpo. La peluca que el personaje debe utilizar como consecuencia de la quimioterapia es utilizada gestualmente por la actriz para remarcar precisamente esa incomodidad, que estalla luego de que un cliente que anda de levante intenta entablar conversación. Que ese mismo hombre se transforme de a poco en el interés romántico de Lucie y viceversa es una de las tantas incongruencias de la trama, algo que no está ligado necesariamente a la incompatibilidad de caracteres y modos de vida (la historia del cine está poblada de romances entre el agua y el aceite) sino por la forma en la cual la película da por sentados los vaivenes de las emociones de los personajes sin tomarse el tiempo necesario para construirlos.

Mediante un giro que le debe alguna idea al hit británico Chicas de calendario, Lucie y un grupo de mujeres que, por diversas razones, no se sienten del todo cómodas con su cuerpo, se embarcarán en un proyecto de baile de varieté, strip tease incluido. Alternando algunos momentos de intensidad genuina (lo mejor es la relación de la protagonista con su hermana y hermano y, muy particularmente, con su dura y a veces agresiva madre) con otros donde reina la ñoñez, La más bella es una película nacida y criada con las mejores intenciones. Intenciones que la película manipula como un bien de consumo que debe ofertar en todas las escenas, transformándose de esa manera en una publicidad cuyo producto a la venta no es otro que ese mensaje/cliché aprendido de memoria desde que somos pequeños: “La belleza verdadera es la interior”. ¡Qué novedad!