Desde Moscú

No habrá sorpresa en cuanto al resultado hoy cuando se celebren las elecciones presidenciales en Rusia. El actual presidente, Vladímir Putin, será reelegido por un nuevo mandato de seis años, y, en caso de cumplirlo, llegará a dos décadas en el cargo más alto de la nación. Un privilegio que parecía reservado únicamente para los líderes soviéticos.

La mayor incógnita es sobre el nivel de participación electoral. En los últimos años, cada vez menos ciudadanos participan de los comicios. Las elecciones pasadas de la Duma Estatal (el parlamento ruso) en el 2016, marcaron la cifra más baja en la historia moderna de Rusia (47 por ciento).

Las razones son previsibles. El Kremlin ha instaurado un régimen que no favorece el crecimiento de políticos opositores reales, y la ciudadanía considera que su votó no logrará ningún cambio sustancial. El gobierno ruso ha realizado una fuerte campaña para revertir la tendencia. Folletos con recordatorios de los comicios se repartieron en cafeterías de Moscú, en los buzones de las viviendas; grupos de voluntarios abordaron a la gente en los centros comerciales, y varios de los artistas pop más populares de Rusia grabaron una canción a favor del mandatario ruso.

A Pedro Vasiliev, un estudiante de Marketing de la Universidad de Plejanov, le enviaron mensajes de texto de supuestos estudiantes, en los que le alentaban a votar, y le sugerían hacerlo por Putin. Aún no tiene decidido si irá a votar, pero en caso de ir, lo hará por el candidato del Partido Comunista. “Putin ya estuvo demasiados años en el poder, voy a votar a Grudinin (pavel, candidato del Partido comunista).”

Vasiliev no ha leído la plataforma de Grudinin. Está más preocupado por la pensión que recibe por su padre fallecido, que le parece insuficiente, al igual que las ayudas escolares. “El gobierno no hace una distribución equitativa del presupuesto estatal. Por ejemplo, se gasta demasiado en el ejército”, critica.

En un discurso ante la Asamblea Federal días atrás, Putin prometió reducir la pobreza y aumentar el gasto en salud y educación, pero dedicó la mayor parte de su exposición a destacar los últimos avances de la industria bélica rusa, y a presentar a Rusia como una superpotencia que debe ser respetada. Una parte del electorado simpatiza con este resurgimiento militar de Rusia, pero a otros les preocupa que la crisis económica persiste. El jefe del Kremlin anunció que en el 2017, la economía creció un 1,8 por ciento y que la recesión que comenzó en el 2015 quedó atrás. Sin embargo, muchos ciudadanos observan lo contrario, y se quejan porque sus ingresos perdieron valor.

Sin embargo, los candidatos que desafían a Putin no le hacen mella.

El comunista Grudinin es un personaje discutido. Desde los años noventa se dedicó desarrollar una antigua granja estatal en las afueras de Moscú. En pocos años se transformó en un empresario acaudalado, y su fortuna ascendió a varios millones. En los años 2000 decidió incursionar en la política, e ingresó al parlamento de la provincia de Moscú con la bandera de Rusia Unida, el partido que utilizó al presidente ruso hasta estas elecciones. En el 2010 se alejó, según dijo, frustrado por la falta de democracia interna, y se integró a las filas del partido Comunista. Su histórico líder, Guuenadi Ziugánov, le cedió su eterno traje de candidato presidencial en diciembre. Desde entonces, ha expresado un discurso cercano a los ciudadanos, y muy astuto. Ha evitado atacar directamente a Putin, pero ha criticado la corrupción de dirigentes de su gobierno, ha los que ha calificado de “cleptómanos”.

Ksenia Sobchak es la cara nueva del electorado ruso. Periodista e influencer, saltó a la política a mediados del año pasado. Al inicio, se la acusó de ser una marioneta del Kremlin, debido a que su padre, exalcalde de San Petersburgo, fue un mentor de Putin. Sin embargo, Sobchak ha aprovechado sus apariciones en medios estatales del país para criticar la falta de democracia en Rusia y la corrupción rampante de algunos dirigentes.

Kristina Khetagkaty es manager de una compañía multinacional y reside en Moscú desde hace seis años. Su ciudad natal es Pyatigorsk, en el Cáucaso ruso. “Aún no tengo claro si iré, pero estoy segura que si voto será en contra de todos”, dice. “De Grudinin solo conozco que tiene un mercado, que hemos visitado con nuestra empresa. A Sobchak la conozco bien, es una mujer que está dedicada a la publicidad y las relaciones públicas. No estoy segura que sea una candidata seria”.   Según los últimos sondeos, Sobchak no llegaría a superar el cinco por ciento de los votos, mientras que Grudinin podría alcanzar un 11 por ciento y ubicarse detrás de Putin, aunque a una diferencia abismal.

Nina Ilyakova es una jubilada de ochenta y cuatro años que reside junto a su hija, también retirada, en un departamento austero de las afueras de Moscú. Las dos irán a votar, y representan el grupo etario más comprometido con la votación, y con el mandatario ruso.

“Con Putin recuperamos el orgullo de ser rusos. Él es un hombre fuerte, que garantiza una Rusia fuerte”, dice Ilyakova convencida. Su hija menciona la anexión de Crimea, en marzo de 2014, como un acontecimiento clave: “logró que volvieran a respetar a Rusia en la arena internacional”. La pensión de Ilyakova es más alta que la de su hija, alcanza 26 mil rublos (unos 8 mil 500 pesos). “Por supuesto, siempre quisiéramos tener más dinero, pero no me quejo.”

En el sector opuesto a los veteranos que votarán por Putin, se encuentran los jóvenes seguidores del opositor Alexei Navalni, quien no pudo candidatearse por haber sido condenado por presunta corrupción, condena que fue denunciada por organizaciones internacionales defensoras de la libertad de expresión como un velado acto de censura y proscripción política. Hoy los seguidores de Navalni boicotearán las elecciones por pedido de su líder, quien califica a la sentencia como “políticamente motivada”. La acción no tendrá la visibilidad y el eco que ganaron las protestas que convocó el año pasado, y que volcaron a miles de jóvenes a las calles de ciudades grandes y pequeñas del país. Sin embargo, contribuye a disminuir la participación electoral, que preocupa al Kremlin.

Tatyana Stanovaya, Directora del Centro Real Politik de Rusia, reconoce la preocupación del gobierno por la baja afluencia de votantes, pero de alcance limitado. “Putin lo entenderá como un trabajo mal hecho por su jefe de campaña, y no como un problema entre él y la sociedad”. Otro asunto es el desafío que plantean las nuevas generaciones, que no conocen los estragos que causó la caída de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), ni las crisis económicas de los años noventa. Esos jóvenes, señala la experta, “no ven en el presidente ruso la figura de un salvador”.

Pero Putin no los necesita para seguir ganando elecciones, al menos por ahora. “Yo amo a mi país, y quiero que le vaya bien,” dice Nina Ilyakova, la jubilada que votará la reelección con entusiasmo. “Eso es suficiente para mí”.