Las fechas tienen un peso propio. Como los cumpleaños que se olvidan o esos días que se sienten en el cuerpo pero no en el recuerdo. A veces el cuerpo se acuerda más que la memoria. El 24 de marzo tiene su propia gesta, incide, molesta, cuestiona, pero en esencia funciona como gatillador de la memoria con toda su potencia. Es inevitable que se revuelva la memoria de un pueblo en este día que no eligieron quienes lo recuerdan y se movilizan, sino sus victimarios. Jorge Videla, general que disuelve engañosamente lo más terrible en lo más común de su nombre, quiso que fuera el 24 de marzo. Alguno de ellos eligió el día que le cambió la vida a un país y lo introdujo en el territorio sin límites de lo siniestro.

Así empezó, con las proclamas en los diarios y los allanamientos en las fábricas y en los barrios durante el día y los secuestros bajo el manto de la noche, las patotas de ropas civiles y los Falcon verdes sin chapa. Ese fue el primer 24 de marzo que se clavó en la piel de la historia. Y durante mucho tiempo fue un día como los demás en un tiempo en el que todos los días fueron 24 de marzo, el comienzo de la tragedia para las víctimas de una lotería sangrienta.

El primer 24 lanzaron al vacío al mayor Bernardo Alberte por la ventana de su casa. El segundo 24, un señor de anteojos y aspecto de oficinista entregó su vida para difundir su carta a la Junta. Rodolfo Walsh dejó su enorme legado de humanidad que fue rescatado varios años después. Recibí una copia de la carta en el exilio en México y la hice circular como pude, llegaba con noticias de su muerte y de otras de hermanos y amigos y pesaron más esas noticias demoledoras que esa carta ardiente.

El 24 tiene la huella de la historia, de las miserias y las grandes gestas de un país. Fue una fecha que no se quería recordar. El miedo es enemigo de la memoria. Y la memoria es enemiga del miedo. En dictadura, la memoria es un lujo que destruye, memoria con impotencia y con miedo es una pócima letal. La sociedad recibió esa medicina que termina por anular la memoria. El 24 de marzo dejó de existir junto con la idea de una vida diferente que había empezado ese día. Y se estableció que la única vida posible era la del terror, la del miedo que le quitaba el saludo a los amigos y quemaba libros en el inodoro, o hacía que los padres inculcaran en sus hijos la prohibición de tantas palabras. Se enterró la pasión y el compromiso, se enterró la solidaridad y la rebelión, la justicia y los derechos. El miedo fue el gran enterrador de tantas cosas que quedaron muchos años bajo tierra.

El 24 de marzo también es un registro de esos enterramientos, además de los desaparecidos, de los cuerpos violados y torturados, de los bebés apropiados, de los campos de concentración, de las familias destruidas, de los perseguidos, de los prisioneros y los exiliados.

Es un registro completo, quizás por eso, durante los primeros años de la democracia a pocos se les ocurría que el 24 de marzo pudiera ser una fecha que convocara. La sociedad no estaba preparada. Era inconcebible o subconscientemente rechazada. Hay un gran contraste entre el significado que fue adquiriendo esta fecha a lo largo del tiempo y la negación de aquellos primeros años de democracia, cuando la fecha transcurría en forma casi intrascendente. Entre el 84 y el 96 fueron convocatorias limitadas a los organismos de derechos humanos y familiares de las víctimas. Alguna radio pública en el Obelisco con no más de 500 personas o actos alusivos en las plazas y en instituciones.

Recién al cumplirse 20 años del golpe, el 24 de marzo de 1996, se produjo la primera movilización masiva que desbordó la Plaza de Mayo y se convirtió en la más populosa de la época. Empezó con reuniones en la casa de las Abuelas, frente al Abasto, siguió con reuniones en la sede de la CTA, en Independencia, más un documento firmado por algunos pocos intelectuales, dirigentes sindicales, políticos y periodistas.

Recuerdo que hubo una discusión porque la fecha caía en domingo y algunos temían que eso debilitaría la convocatoria y también otra discusión por la participación de un sector del radicalismo. Y recuerdo que se decidió hacerla ese mismo día, aunque fuera domingo, porque tenía un peso simbólico irremplazable y se abrió la convocatoria a todo el mundo.

Si en algunos sectores del peronismo y el radicalismo, más el ámbito militar y su periferia y otros grupos pro-dictadura, había crecido la ilusión de que se trataba de un tema superado, la inmensa convocatoria dejó en claro todo lo contrario: había una mayoría de la sociedad que no estaba dispuesta a olvidar, a perder el inmenso acervo moral y ético que ofrecía a los argentinos la gesta de las Madres, o desaprovechar la inmensa oportunidad de renacer de su propia dignidad cada 24 de marzo como fecha de la memoria. Hubo más de diez años en que los organismos de derechos humanos marcharon ese día casi en soledad.

Era raro, porque en otras fechas hubo grandes manifestaciones contra la ley de Punto Final del gobierno radical o contra la amnistía del menemismo, pero hasta ese momento, el 24 pasaba en forma casi inadvertida. En 1996, la Plaza de Mayo completa fue desbordada por la multitud que llegó sin aparatos sindicales ni políticos y sin encuadramientos partidarios, en un día de descanso, cuando se podrían haber quedado en sus casas. De todas las condiciones sociales, de todos los colores partidarios, llegaban convocados por una conciencia que requería la defensa de la memoria, la verdad y la justicia. La masividad sorprendió a los organizadores y fue un mensaje contundente para los que buscaban la puerta trasera del olvido.

De allí en adelante, el 24 de marzo ha sido una especie de cita de honor, a pesar de los debates y las diferencias. Pocos países tienen un día como cita de honor para rendir culto a la memoria y los derechos humanos. Pasó a ser parte constitutiva de la nueva democracia. Nadie puede hacer política dándole la espalda a este fenómeno de identidad democrática en la Argentina. Podrán poner a enseñar como maestra a una defensora de la dictadura o intentarán mandar a sus casas a los asesinos condenados. Los defensores de la dictadura podrán hacer muchas cosas, pero el acto de cada 24 de marzo será la promesa y la certeza de su condena.