Siempre escuché hablar bien del Loco Houseman. Lo elogiaban como jugador, de esos wines de los que ya no hay, con una gambeta endemoniada, las medias bajas, el pelo largo, la desfachatez, la irreverencia de los cracks que escribieron las páginas más lindas de la historia del deporte argentino. Y un tipo con códigos del barrio. El músico y murguero Ariel Prat le dedicó un disco y una canción: “Marcado sobre la raya”, grabado por la Houseman René Band. El Loco, que en esa época era El Hueso, aparece estetizado en la tapa con la camiseta blanca del Huracán del 73, ese equipo que dirigía el Flaco Menotti y que sigue dando vueltas en la memoria futbolera porque hizo lo que pocos equipos se animan a hacer: ganó un campeonato jugando bien, o mejor dicho dando cátedra, y El Loco era la figura.

Nunca lo vi jugar, pero lo vi varias veces en la cancha de Huracán y en la de Excursionistas. Lo saludé siempre, le hablé, le dije lo que todos le decían, que era un crack, un grande de nuestro fútbol. Y él agradecía, casi siempre con el pucho en la boca, tosiendo. Lo vi durante el Mundial de Brasil, a donde fue como enviado especial de La Garganta Poderosa, la revista de cultura villera que nunca deja de sorprender. El Loco cubrió la cita mundialista desde la Favela Santa Marta en Río de Janeiro, con los pobres, en el lugar donde estaba más cómodo, en familia. Justamente a esa revista le dijo, sin dudas, una de las frases más lindas salidas de la boca de un futbolista: “Si fuera millonario, me compraría una villa”. 

Una anécdota que hace poco tiempo nos contó el Turco García lo pinta como lo que realmente era, un jugadorazo dentro y también afuera de la cancha. El Turco era su suplente en Huracán. Houseman era su ídolo y lo siguió siendo con el paso del tiempo. Con él compartió habitación en su primera concentración y, más allá de la típica joda de bautismo –le rompieron la almohada, el colchón, le tiraron el pijama y, para colmo, lo acusaron de haber hecho “todo ese quilombo”, de ser un “pendejo desubicado”–, el Loco supo cómo ayudarlo de verdad. Faltando cinco o diez minutos para que terminaran los partidos, Houseman se hacía el lesionado, el que no daba más, y pedía el cambio para que entrara el Turco. Esa era la única manera de que el pibe cobrara como si hubiera sido titular. Como el Turco, muchos jugadores lo imitaban, las medias bajas, el pelo largo... Más allá de su escuela, René “El Loco” Houseman era único, uno de esos ídolos que cuando se hacen terminan rompiendo el molde.