En su vuelta a la capital argentina, a fines de enero, Mayer Hawthorne no paraba de hablar del artista que lo tiene cautivado: Gabriel Garzón-Montano. Terminó convirtiéndose en una epifanía, porque un mes más tarde el enfant terrible del neosoul y del R&B actual actuó sorpresivamente en una fiesta en la zona norte del Gran Buenos Aires. “Mucha gente acá aprecia lo que hago y sin embargo hay poca conexión con la demanda. Eso demuestra que los gringos no saben hacer negocios”, se queja el cantautor neoyorquino.

Tras su debut con el EP Bishouné: Alma del Huila (2014), la carrera de este músico de 28 años experimentó un violento punto de inflexión. Es que por un lado Drake sampleó uno de los temas de ese disco, Six Eight, para su single Jungle, y por otro Lenny Kravitz, de quien había sido yerno, lo invitó a salir de gira como acto soporte. “Económicamente, eso me dio un rato para no hacer nada y pensar sólo en la música. Así nació mi primer álbum.”

Jardín (2017) es el título de este trabajo en el que Garzón-Montano afina una propuesta en la que revisita el heraldo de la música afroestadounidense pero sin ninguna ambición nostálgica. “Siempre quise hacer una fusión entre lo negro y lo blanco, lo europeo y lo latino”, explica el músico, flamante agregado al sello Stones Throw Records, donde comparte catálogo con J Dilla, Madlib y Dam-Funk.

“Mucha gente me dice que lo que hago es soul e imagino que por falta de rigor a veces mi sonido va hacia allá. Pero me interesa no encasillarme y tener una visión más fluida. Por eso admiro a Prince, porque hizo de todo, y cuando lo describen tienen que poner varios estilos”, señala. No obstante, la singularidad de su impronta musical radica en su origen. “Como en la sociedad estadounidense está lo de la superioridad blanca, eso me condicionó. Soy hijo de madre francesa y padre colombiano, y mi lectura de esos géneros viene desde ese ángulo: música intelectual por encima, y debajo funk”.

Aunque reconoce su abolengo galo en esas “armonías que escapan del pop”, Gabriel se conecta mejor con su raigambre latina. “No tengo cultura propia ni soy de ninguna lado, y eso me parece interesante”, asegura el artífice en un español de acento bogotano. “Comencé haciendo folk y me pareció muy triste. Quería algo más potente y lo encontré cuando descubrí a la Motown, James Brown y el hip hop. Hoy veo que hay una fascinación por el aporte latino. Temas como Despacito abrieron ese camino, porque el público se aburrió de más de lo mismo.”

Ahora que es la novel sensación de la música urbana, este cantautor estadounidense que líricamente acude a las tradiciones del soul, del R&B y del funk sin pretender parecer “miserable y aburrido”, piensa en el futuro. “Deseo sacar canciones todos los meses, grabar un tema en español y colaborar con gente. Supe que A.Chal y Miguel están interesados en que hagamos algo. Pasé mucho tiempo creando y no pensé en otras cosas. Es momento de abrirme al mundo.”