Los 140 caracteres de Twitter (hoy ampliados a 280) continúan funcionando como símbolo de una época marcada por la brevedad. El microvideo, el gif y la evanescencia de Snapchat son otros tantos ejemplares de esta pulsión, que se expresa a su vez en el reinado de la serie por sobre la obra cinematográfica. Curiosamente, la popularización de la plataforma Netflix acabó por consolidar un hábito de consumo discordante con esta pulsión social por lo breve. A nadie sorprenden ya los ‘atracones’ o las ‘maratones’ de series, prácticas de visualización intensiva a contrapelo de una cultura que rechaza lo extenso y rehuye la atención prolongada.

Cierto es que durante las últimas décadas, el proceso de miniaturización de los contenidos audiovisuales se vio acompañado por un incremento en la intensidad del consumo. Interesa destacar la paulatina elongación de las obras cinematográficas en los 90 y el arribo de los paquetes de series en DVD. El acceso a temporadas completas en un formato con disponibilidad de consumo plena fue el puntapié para las visualizaciones intensivas. Aunque contrarias a la lógica compartimentada de la televisión tradicional, llegaron a tener su traducción a la TV por cable en las maratones de fin de semana. Había ya una audiencia dispuesta a atorarse de consumos audiovisuales. 

Seguramente, los mecanismos psíquicos y culturales que entren en juego en la consolidación de este hábito sean múltiples. ¿Compensación del tiempo hurtado al ocio durante exhaustivas horas de trabajo? ¿Desaparición de los espacios de esparcimiento colectivo y creciente aislamiento individual? ¿Efectividad de una tipología de relatos que recupera parte de la épica premoderna sin descuidar el estudio psicológico de los personajes? ¿Aplicación extendida de recursos narrativos efectistas como la intriga y el suspenso? De las muchas vías de análisis –algunas más atendibles que otras– nos detendremos sobre un punto que consideramos de especial interés: la inserción de los consumidores de series dentro de una dinámica social moldeada por las redes. 

Las redes han desbordado nuestros modos de habitar el mundo hasta borrar la tranquilizadora línea que solía separar “lo real” de “lo virtual”. En una sociedad desnarrativizada por el estallido de los grandes relatos modernos, estas redes permiten completar el vacío subjetivo a través de un nuevo tipo de narratividad: la de los individuos que se narran a sí mismos. Atrás queda el apotegma “somos lo que consumimos”. En una existencia atravesada por las redes, uno no termina de ser aquello que consume sino hasta que lo comunica: somos lo que comunicamos que consumimos. La visualización intensiva de series se enhebra en esta dinámica donde se entrelazan hábitos, identidades y condicionantes externos. 

De los distintos ámbitos para la socialización de consumos culturales, las redes son el sitio donde estos consumos se expresan con mayor efectividad. Allí, los consumidores de series explicitan su fanatismo y consignan visualizaciones, extienden recomendaciones y entablan debates, intercambian novedades y viralizan memes y gifs derivados. Sus prácticas, que poseen un efecto evangelizador para los neófitos, generan un fuerte arraigo identitario entre los conversos, constituyendo grupos de pertenencia en base a consumos (los cuales, además, son percibidos como exclusivos, ya que la segmentación propia de las plataformas digitales oculta su carácter estandarizado). 

  Por otra parte, toda pertenencia supone hábitos y presiones. Nadie dice al individuo autonomizado por los soportes digitales cuándo consumir la última serie de moda. El sabe que si ese consumo no es lo suficientemente intensivo quedará fuera de los círculos de debate o se retrasará con respecto a su grupo. Estar al día se vuelve una demanda social. Y no en pocos casos, la aspiración a ser vanguardia deriva en una competencia solapada con otros miembros del grupo. La única constante es el “spoiler”, ese hijo maldito de las visualizaciones intensivas, verdugo de los perezosos y los rezagados.  

El consumidor intensivo de series no difiere del “sujeto de rendimiento” de Han, cuya maximización productiva –aun en el ocio– pareciera ser autoimpuesta. Al reencontrarse en sociedad, sin embargo, este sujeto se devela inevitablemente tensionado por las demandas del entorno (que no por invisibilizadas desaparecen). No sorprende entonces que las maratones y los atracones de series puedan verse como el resultado, por lo menos en estos casos, de una dinámica sostenida por principios que se asemejan demasiado a los de nuestro ethos capitalista: máximo rendimiento, competencia, imitación y búsqueda de pertenencia.  

* Docente y escritor.

** Licenciado en Ciencias de la Comunicación, maestrando en Comunicación y Cultura (UBA).