Si no podés ser exitoso lo mejor que te puede pasar en la vida es ser un completo fracasado, consideraba Henry Miller. Y ya es célebre aquella opinión de William Faulkner sobre la realización del sueño de perfección y, por lo tanto, la necesidad de juzgar al artista sobre la base de su espléndido fracaso en la realización de lo imposible. Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos del fracaso? Sea cual sea el sentido más estricto que se le pueda dar a la palabra, más allá de las épocas, las profesiones, las vocaciones o el mero hecho de estar en el mundo, todas parecen coincidir en algo: al fracaso se le huye como a la peste. Hay fracasos rotundos como hachazos que se llevan el último vestigio de voluntad y la esconden a la sombra de la frustración y el resentimiento; hay fracasos efímeros y otros como atajos que cambian inesperadamente el curso de una vida para recordarnos felizmente aquello de serás lo que debas ser o no serás nada. Hay fracasos que te sonríen con una mueca burlona por la mañana frente al espejo y se disfrazan de ese suicidio cotidiano que es la  resignación, fracasos que vuelven con toda la fuerza de un boomerang, llenos de lucidez y violencia, para recordarte que hay niveles de imposibilidad más allá de los deseos y las ganas; hay fracasos célebres y necesarios, enormes fracasos que se juzgan con la balanza del dinero y la fama. Y también están los otros: los pequeños fracasos. “Comencé a contactar gente. No quería limitarme a la música; el arte ofrece muchos campos en los que el sistema se verifica de la misma manera, y además encontré una receptividad inmediata en representantes de varias disciplinas. A los artistas, habitualmente interrogados sobre sus éxitos y sobre la coyuntura, les interesaba examinar esa otra cara, que no es motivo de vergüenza sino de orgullo”, escribe el reconocido periodista Eduardo Fabregat a modo de prólogo para Pequeños fracasos, un libro donde reúne a exitosos artistas de distintas disciplinas para intercambiar experiencias, anécdotas y reflexiones en torno a la idea del fracaso. 

A medida que comienzan a interactuar los participantes se abre como un abanico el concepto del fracaso hasta alcanzar dimensiones tan íntimas como enriquecedoras; porque por medio de un gran trabajo narrativo Fabregat le da una notable vuelta de tuerca al género periodístico, a medias entre el testimonio y el reportaje, y lo que en principio podría pensarse como entrevistas guiadas por una temática en común da como resultado un encuentro donde conversan atemporalmente y con la naturalidad de una sobremesa, artistas como Alfredo Alcón, Eduardo Aliverti, Cristina Banegas, Julio Bocca, Israel Adrián Caetano, Andrés Calamaro, Juan José Campanella, Diego Capusotto, Pedro Saborido, Roberto “Tito” Cossa, León Gieco, Liliana Herrero, Jorge Maronna, Lalo Mir, Ana María Shua y Julián Weich. Dividido en capítulos como ejes temáticos que van de El fracaso como combustible, Representar el fracaso, La mirada de los otros y La Argentina, esa montaña rusa, Pequeños fracasos si no reivindica, al menos pone en cuestionamiento lo más negativo que hay en el imaginario social con respecto al fracaso y su aparente reverso: el éxito. “En realidad a mí no me interesaba hacer un libro sobre el fracaso, la derrota o el perdedor. Y esto fue algo que les aclaré a los entrevistados, que no estaba intentando un recuento morboso de sus peores momentos o de sus miserias más abyectas sino todo lo contrario. La intención era rescatar el concepto del fracaso y ubicarlo en un lugar positivo. Y más que nada quería ahondar en el fracaso a partir del acto creativo. La variedad de artistas que representan una disciplina en particular tiene relación con que yo me quería correr del periodismo de rock, no porque abjure de ese tipo de periodismo sino porque deseaba ahondar en la creatividad desde un sentido más amplio y a partir de ahí, en la idea o sensación del fracaso que se pasea de manera amenazante y tan frívola por esos lugares”, señala Fabregat, y agrega: “Muchas veces nos construyen ideas falsas con respecto al fracaso y nos lleva a decir o pensar que tal persona es un genio al que todo le sale bien todo el tiempo. Y todos sabemos que no es así. Entonces la idea era plantear diversos modos de pensar el fracaso y sobre todo que cualquier obra artística no sólo está expuesta al pequeño fracaso sino que además lo necesita. Es necesario tropezar y hacer cosas que no sirven para poder limar y pulir una producción creativa y, finalmente, llevarla a buen término”.

¿Cambió tu idea previa con respecto al fracaso cuando terminaste el libro? 

–No sé si cambió. En todo caso se enriqueció la idea que yo tenía y me aclaró un montón de cosas. Es cierto que yo tenía una idea inicial pero después fui encontrando otra dimensión a partir de mi encuentro con los entrevistados. En principio yo quería investigar y ver qué pasaba con esa consigna una vez que la planteaba con los artistas. Si bien  no quisiera que se lea como un libro de autoayuda, desde cierto lugar tiene algo de eso pero en el buen sentido, no desde el conócete a ti mismo o cómo ser feliz en dos días, y ese tipo de consignas. Uno se enriquece a partir de los testimonios vivenciales de las personas que han tenido éxito pese a sus pequeños fracasos. Por otro lado, y en particular cuando entrevisté a los músicos, me resultaba inevitable compararlo con mi propio trabajo, porque los procesos de creación son similares. Si hay que tomar una gran variedad de pequeñas decisiones a la hora de componer una canción, algo de eso sucede cuando estoy escribiendo una nota y un párrafo no funciona, por ejemplo. ¿Eso significa que hay de desechar la totalidad? No, por supuesto que no. Es en este sentido que me refiero a los pequeños fracasos.

Mi primer fracaso

“Todos queremos algo, y nos costará conseguirlo. No está mal; si todo fuera tan sencillo como desear y obtener de inmediato, semejante vida carente de desafío nos mataría de aburrimiento. Para que nuestros éxitos -desmesurados, grandes, moderados- sean tales, necesitamos los pequeños fracasos. Ya se verá cómo en materia de creación artística esos pequeños fracasos son igualmente necesarios; nadie genera una obra de cero a cien y sin tropiezos. Pero es así, precisamente, porque el fracaso aparece en nuestro primer segundo de vida y por allí se quedará. Y está bien. Pero entonces: ¿cuándo esa sensación instintiva empieza a ser consciente? ¿Cuándo aparece la primera noción real del concepto fracaso?”, escribe Fabregat para dar comienzo a la primera parte del libro donde el primer fracaso tiene toda la fuerza de un mito fundacional. 

En la gran mayoría de los entrevistados, los fracasos parecen necesarios vistos desde el presente. 

 –Creo que todos en algún momento formativo soñamos con hacer algo que no se ajustaba del todo a nuestras posibilidades o ganas. Y esto aparece en las palabras de varios artistas. Capusotto queriendo ser jugador de fútbol, por ejemplo, o la medicina en Campanella y Tito Cossa. En algunos el primer deseo tiene relacion con  los mandatos, ya sea el social o el paterno. La clave para mí está en que descubrieron que si seguían esos mandatos no iban a ser felices. Más allá de haber llegado al éxito de recibirse y tener un diploma, iban a terminar haciendo aquello de lo que hablaba Capusotto con respecto a la traición.

Justamente sobre eso te quería preguntar: hay una ética, incluso para la idea del fracaso, que tienen algunos artistas entrevistados en el libro. ¿El no traicionarse a uno mismo, por ejemplo?  

–Sí, totalmente. La charla con Diego Capusotto y con Pedro Saborido además de ser una de las más extensas que tuve, me resultó muy interesante justamente por esta idea. Saborido en un momento dice que cuando uno compra un proyecto al mismo tiempo está comprando la posibilidad del fracaso. Y es así. Hay que estar preparado para eso. ¿ Qué sería lo contrario? La inacción, o el por las dudas no hago nada. Y lo otro es lo que dijo Diego Capusotto, que lo que más le preocupaba no era tanto la cuestión del fracaso, porque uno del fracaso puede volver pero de la traición a sí mismo, no. Hay pequeños momentos en las entrevistas que justifican todo el libro. Y en el caso de Capusotto es uno de esos momentos, porque te lo está diciendo un tipo que, más allá de los vaivenes de su carrera, jamás se traicionó. Además de no preocuparle fracasar, porque como dijo Alfredo Alcón: “nada sale como uno quisiera”. Hay una gran distancia entre lo que se quería hacer y lo que finamente se pudo lograr.

En un momento del libro, refiriéndote justamente a la música, planteás que te hace muy bien mostrar un producto que pudo haber sido un fracaso comercial pero es un éxito en términos creativos.

–Eso tiene relación con lo que hago en la radio. Conociendo como conozco el mercado musical y la manera en que se definen ciertas cosas, mi propósito es prestar atención a esas obras que alguien decidió que no eran viables o que no merecían encontrar un público. Y eso a mí me alimenta mucho, en principio porque tiene que ver con una especie de ética al no querer seguir las reglas del tipo de marketing que te dice qué se va a difundir y qué no.  Y la verdad es que hay cosas tan buenas que me parece hasta criminal que no puedan encontrar un público. Me encuentro todo el tiempo con hermosas canciones que son supuestamente un fracaso, bueno... ¿Un fracaso visto desde dónde, o con la óptica de quién?   Hay un terreno para explorar que es enorme y riquísimo. En última instancia se trata de echar luz sobre una obra que está oculta por un capricho y no porque no tenga valor.

De menor a mayor

Luego de desmitificar el concepto banal del fracaso en la mirada de los otros e intentar desarticular los mecanismos que confunden el éxito y la fama, o de hacer hincapié en lo que puede llegar a  experimentarse como una sensación de fracaso personal, Eduardo Fabregat da un giro en la conversación que mantienen los artistas  y los saca de sí mismos para intentar pensar de modo general la noción de fracaso en otra dimensión, como ser nacional, el gran tema del fracaso argentino, un lugar donde el arte, la política y la  cultura se entrelazan. 

“El país y sus habitantes han pasado de la euforia a la depresión con pocas escalas, y en el discurso cotidiano se palpa con habitualidad la convivencia entre la rotunda aseveración de que somos los mejores del mundo y la rotunda aseveración de que somos los peores del mundo. De la manteca al techo, al cartonero revolviendo la basura, la Argentina tiene una diversidad de facetas que asombra al que intenta entenderla desde afuera y que instala fuertemente las ideas del éxito y el fracaso”. Y más adelante Fabregat escribe: “Cuando se tiene recuerdo de fracasos tan dolorosos, tan devastadores, se hace difícil encontrar una visión positiva. Se intenta evitar al fracaso como a la peste, porque es lo que parece. Y al mismo tiempo es imposible desprenderse, y es por eso que en la Argentina conviven la obsesión por el éxito con cierto regodeo en el fracaso”. 

Es muy interesante el planteo que hacés en el libro con respecto al fracaso y la guerra de Malvinas

–En principio, Malvinas me interesa por un tema generacional, tengo cincuenta años y viví todo aquello desde muy cerca. Por otro lado tengo muy claro cómo se fue pasando de un exitismo absolutamente delirante a la derrota más absoluta. Y con respecto al fracaso, quise abordar lo que sucedió con la prohibición de los militares y el mega éxito del rock argentino que también produjo muchas contradicciones y crisis ideológicas hacia adentro del movimiento. También me interesó ver cómo se comportó el ranking musical durante y después de la guerra de Malvinas para dar cuenta de lo relativo que es el éxito desde esa perspectiva. Además de la manipulación que se podía hacer desde los medios y el efecto que tuvo para toda una generación. Hay una referencia a partir de una entrevista que le hice a Baglietto que no fue hecha para el libro donde él cuenta que salieron de hacer su primer Obras y tuvieron que decidir si compraban una pizza o pagaban el flete. Entonces,¿de qué fracaso o éxito estaríamos hablando? Al fin de cuentas la vida siempre pasa por otro lado.