En los últimos veinte años, dos territorios sociales gozan de forma ininterrumpida de los beneficios de la indiferencia programática. Es un goce (sexual, claro; o sea, político) relacionado con la posibilidad inmutable de mantenerse no sólo al margen sino sobre todo afuera de la diversidad. Esas zonas son la publicidad y el fútbol. Podría no tratarse de un par, pensándolo bien, porque son tan análogos publicidad y fútbol en su concentración de homofobia, machismos de todo tipo y factor y aspectos delincuenciales que quizás se trate de una misma multinacional fragmentada en dos sociedades de responsabilidad social ultralimitada. El año pasado, la firma textil Arredo publicó en su Fanpage de Facebook y en su cuenta de Instagram las fotos de dos muchachos tapaditos con una frazada y otra equivalente con dos mujeres jóvenes, porteñas, de clase media y amenities. Hasta el momento, estas postales son casi todo lo que ha hecho la industria comercial local por ¿(in)? visibilizar la tortedad y la putez. Y en clave matrimonial, por supuesto. 

La “futboleada”, depositaria de los mayores presupuestos comerciales de la Argentina, es mataputo por definición y necesidad. Pasan los años, cambian las gestiones, fifa la Afa, la Afa fifa y crece el rechazo deliberado a cualquier experiencia diversa. En 2017, la selección argentina clasificó para el Mundial de Rusia de este año y el capitán, Lionel Messi, en vestuario (siempre en vestuario, el campo de batalla, el metraje de disputos por excelencia) instó al resto del equipo a dedicarle el triunfo “A los putos periodistas”. A los pocos meses, Carlos Tévez recordó al aire en TyC Sports que sólo Fuerte Apache te hace “hombre” y te endereza la muñeca, en días en los que, por esa misma señal, movileros enojados atribuían las denuncias sobre abuso sexual contra dos jugadores de Boca Juniors a las “chicas que buscan prensa”. Putitas y putos, un solo corazón. Roto. 

Hace horas, la señal Fox Sports tuiteó un gif de un jugador de primera, Pablo Pérez (homónimo del autor de “El mendigo chupapijas” y prestigioso colaborador de este suplemento) gritando “Puto” al aire en pleno partido, con la leyenda: “Cuando vas a lo de tu mamá y no te hizo ravioles”. Al día siguiente, el diario deportivo Olé atribuyó el episodio a “un ataque de furia” y tituló en tapa: “El Puto amo”. (Por cierto, Pablo Pérez, el “nuestro” ¿es amo o esclavo? En fin, excede esta columna). 

Describir esta atmósfera viene a cuento de la investigación en curso sobre abuso de menores y explotación sexual en la pensión del club Independiente y en la de River, porque allí donde la exclusión homosexual crece, son bienvenidos los delitos. La danza de nombres de personas famosas sospechadas es cautivante: sospechadas de abusadores y sospechadas simultáneamente de putos (o de semi-putos, o de casi-putos, o de putos en ocasión de menores). A diferencia de las denuncias sobre esclavitud laboral, tráfico de armas o corrupción multimillonaria -donde, más tarde o más temprano, los nombres de los conocidos aparecen- acá la zozobra se extiende y los medios grandes pegan muchas vueltas antes de citarlos. 

SOY ha agotado instancias, en diez años de vida: ha querido entrevistar, consultar, comunicar, pero el fútbol nunca quiso responder. Sobre gays, lesbianas; sobre noviazgos, sobre represión, sobre mecanismos de consagración, sobre formación, sobre personas trans; digamos, sobre el “estado de derecho”. Pero claro, pateamos con la izquierda. Y no convertimos. Si la pegamos, la colocamos en el travesaño.