El Festival de Cosquín siempre es un espacio de gran visibilidad. No por nada se trata del festival folklórico más importante del país y tal vez de América latina. Es una caja de resonancia, una vidriera cultural y también una fotografía musical posible. En la última edición, hace pocos meses, ocurrió una escena contundente que, tal vez, en un futuro no muy lejano defina o configure una manera de ver la música popular argentina. La octava luna coscoína reunió a una generación de artistas que desde hace al menos una década viene transitando el “under folklórico” y los espacios alternativos con modos distintos de pensar la canción popular actual: José Luis Aguirre, Ramiro González, Mery Murúa, El Vislumbre del Esteko, Raly Barrionuevo, Lisandro Aristimuño, Duratierra, Che Joven y Luciana Jury. Y esos son apenas algunos nombres de una larga lista de autores y compositores que están construyendo el paisaje sonoro y poético de este tiempo a lo largo y a lo ancho del país. Desde la Patagonia profunda hasta la “nación chamamecera”, pasando por el centro del país, Cuyo y el noroeste argentino. Una canción en movimiento: con raíces en esta región, pero abierta a lo que sucede en otras partes del mundo.

Lo que está sucediendo con la música popular argentina, claro, excede a lo que sale por televisión, lo que se escucha en radios comerciales o, incluso, lo que se refleja en grandes escenarios. Lo que se vio aquel sábado en Cosquín no fue más que una consecuencia de un proceso cultural que lleva años de gestación. Y, como se dijo, no es lo único existente, no es lo único válido, sino una perspectiva posible sobre lo que está sonando hoy en territorios urbanos y rurales. Porque, si algo hicieron la globalización y el avance de las nuevas tecnologías de comunicación, es “conectar” espacios geográficos y culturales. Con sus pros y sus contras, esta realidad no les es ajena a los nuevos creadores. Esa tensión, de hecho, también es una fuente de inspiración y conflicto. ¿Qué poéticas circulan hoy en la música? ¿A quiénes les cantan? ¿Por qué hacen canciones? ¿Cuáles son las debilidades y fortalezas de los nuevos creadores y creadoras? Esos son algunos de los interrogantes que PáginaI12 les propuso debatir a cuatro músicos y músicas que se abocan a la canción de raíz folklórica: la cantora platense Milena Salamanca, el cantautor riojano Josho González, la cantora catamarqueña Nadia Larcher (integrante de los proyectos musicales Don Olimpio, Seraarrebol y Proyecto Pato) y el cantautor santiagueño Franco Ramírez, quienes acaban de publicar discos nuevos y los presentarán en estos días (ver recuadro). Otra vez, un elenco posible entre un universo rico y diverso.

–¿Qué creen que está sucediendo con la canción de raíz folklórica en la actualidad?

Josho González: –El folklore era como una reivindicación de un estilo, que no parecía ser el presente, pero sí algo muy valioso que representaba a mucha gente y te permitía distinguir el “interior” con la ciudad de Buenos Aires y su tango. Yo tomaba como un modelo de algo preconcebido y parecía que respetar ese modelo tuviese que ver con honrar un camino. Creo que lo que está pasando con las generaciones de ahora es que hemos resignificado lo que es folklore y nos hemos animado a insertar la palabra en una visión de mundo. Nos dimos cuenta que necesitábamos nuevas herramientas para poder dar vigencia a esa palabra. Empezamos a abrazar nuevos instrumentos, nuevas tímbricas, nuevas temáticas, y a plantarlas en el presente y tratar de reflejar el corazón de las personas y sus pasiones. Creo que eso hizo que el folklore vuelva a reverdecer. Cuando tenía 15 años cantaba temas que tenían treinta años y hablaban del sulky, la calle de tierra y el rancho. Me parecía romántico, nostálgico y hermoso, pero me daba cuenta de que no era el presente, lo sentía desactualizado. Y ahora noto que le estamos escribiendo al presente, con raíz.

Nadia Larcher: –Me interesante la idea de folklore como expresión popular, lo que nace de los pueblos. Nosotros tenemos esta manera de mirar el tiempo, siempre hacia adelante; entender pasado, presente y futuro. En la música convive esta idea de lo que es de raíz (las herencias, nuestra memoria cultural, lo ancestral) y lo que está pasando ahora, que siempre está determinado por las búsquedas personales. Y cómo esa persona se mira en función de lo que le deja su cultura. Creo que siempre hay que pensar el folklore como expresión en esa tensión entre lo que le pertenece ya a la memoria cultural de las regiones y lo que le sucede a cada artista como habitante de este tiempo y este mundo. Entonces, me parece que lo interesante es ver cómo cada persona lleva adelante búsquedas artísticas que ponen el diálogo en estos tiempos en los que se configura nuestro presente. En esa tensión aparece la nueva expresión de la música, que no es nueva porque sea distinta a lo anterior, sino que es nueva porque es el hoy.

Milena Salamanca: –Me parece que sí hay un cambio consciente de lo que es el folklore como identidad. Me ha tocado vivir una etapa de mi crianza, en la que en la escuela tener esa identidad era una vergüenza, entonces sufrí discriminación. En ese momento luchaba por sentirme aceptada con mis compañeros y que no me digan “ahh, sos una hija de cacique”. Nací en un lugar donde la gente no acepta eso como una identidad. Y a su vez, diez años después, la identidad era un orgullo. Hoy por hoy, transito otra lucha respecto a la situación de género y la aceptación. La identidad que tenemos como folklore no es de raíz, sino que es una mezcla. Si hoy hago una chacarera acá, en Colombia suena como un bambuco. En Perú la zamacueca suena parecido a una zamba. Muchas cosas se han sincretizado entre el pasado y presente, y nosotros las hemos adoptado como propias porque nos han enseñado eso, porque el folklore es una costumbre, una tradición. Hubo varias etapas vitales de la música popular y creo que hoy hay un nuevo boom. El boom de nuevos cantores, nuevas voces, nuevas canciones, nuevas caras. Me siento muy parte de esta etapa. En cada etapa que hubo un boom, políticamente sucedió un quiebre. Cuando peor le va al país, a los folkloristas les va mejor, porque se revaloriza el origen de cada uno y que encima no es nuestro.

Franco Ramírez: –El arte está atravesado por la actualidad. El folklore es revolución, identidad. Tiene que ver con cómo el artista es un espejo de esa realidad y a lo largo del tiempo se va transformando en un ADN que está cargado. Lo que estamos haciendo es sembrar el folklore del futuro.

–¿Cuáles son las discusiones de hoy en torno a la música popular?

N. L.: –Lo que nos toca a nosotros hoy es asumir que hay discusiones que ya han sido dadas. Nosotros siendo niños no hemos visto banderas multicolores en los escenarios y hoy las vemos. Creo que hemos avanzado con discusiones en torno a ciertos temas que ya nos ponen a nosotros en otro lugar de enunciación. Me parece importante volver a los procesos creativos: cómo cada artista va viviendo su proceso de creación de la música. Y no hablo solo de la composición, sino también de la interpretación. Siempre se pensó al intérprete como alguien que reproduce la música de otro, pero en realidad determina mucho pensamiento en torno al arte. El intérprete organiza discursos, pone conceptos, organiza memorias estéticas. Una de las mayores exponentes de nuestra música es una intérprete, Mercedes Sosa, porque organizó un pensamiento político en torno a la interpretación. ¿Qué estoy aportando a la memoria cultural? Nosotros somos sujetos de una actualidad muy compleja, atravesados por las redes sociales, la música del mundo. Los procesos creativos también tienen particularidades. Hay músicos que están viviendo la lucha por la Ley de Bosques, contra la megaminería contaminante o por los derechos de la mujer. Es importante sentirnos parte del movimiento, pero no representantes del pueblo, porque nos permite evitar un poco la demagogia. Nosotros estamos pendiente sobre lo que dice o no un artista en el escenario. El micrófono tiene un poder muy importante.

M. S. : –Hoy nos representan un montón de cosas, la cumbia, el tango. Después, dentro del folklore hay subgéneros que representan a las regiones. De lo andino, lo único que representa a la Argentina es Jujuy. Antes no había fronteras. Bolivia, Perú, norte de Chile y Ecuador eran parte de una música. Como nací en una ciudad, a veces a la gente le cuesta aceptar que haga folklore.

–¿Qué particularidades tienen los procesos creativos actuales?

F. R.: –Esta generación de artistas está muchísimo más abierta que la generación anterior. Abierta a compartir, a componer canciones, a generar nuevos espacios, encuentros, a involucrarse en política. Nos estamos animando a poder expresarnos políticamente. Es importante reconocernos entre nosotros y entender que estamos tratando de generar formas genuinas que tienen que ver con el mundo en el que vivimos.

J. G.: –José Luis Aguirre la otra vez en una juntada decía: “Para mí cada canción y cada actuación es una batalla decisiva, una batalla de una guerra invisible donde dejamos la vida o la muerte en pos de una lucha y un sueño, que es de todos, colectivo, el sueño de identificarnos como pueblo”. Tratamos de encontrar una verdad y en esa búsqueda estamos cantándole tanto a la igualdad de género como la reivindicación de pueblos originarios o en contra de los eslóganes vacíos.

N. L.: –La pregunta es a quién le estamos cantando, para qué. Los que estamos lejos de nuestros pueblos nos hacemos esa pregunta. Tener un pueblo, más que por la representación, es necesario para sentirme un otro: yo me evidencio porque vos estás. Tenía miedo de que le estuviéramos cantando solo a perfiles de Facebook. Nuestra vida artística pasa mucho por las redes. Nos permite saltar el cerco mediático, pero el tema sobre qué identidad estamos trabajando nuestro pensamiento. Es difícil reconocer lo colectivo en ese mar de individualidades. Hay que desarmar la idea del ídolo que se nos metió a través de la televisión de los ‘90, una cosa exitista que hemos consumido. Hay que estar en las calles y en las marchas. ¿Qué están gritando las mujeres?

M. S.: –Un artista sin identidad no dice nada. ¿Canto para complacer o para complacerme? Estoy empezando a componer y tengo ganas de poner mis temas en el segundo disco, pero hasta ahora la gente me conoce como intérprete. Ahí aplico lo que siento que me hace feliz; si no, me deprimo. En cuanto a lo colectivo, estoy a favor de que podamos ser parte de un encuentro. Está buenísimo que nos conozcamos entre todos en esta nueva generación.