El lugar del rechazo en la historia del arte habilita una genealogía negativa en sí misma, que pone en contacto imágenes incómodas que tensionaron las formas mayoritarias de lo sensible y trastocaron las narrativas de la posibilidad en materia de representación. En el año 1912, el artista Marcel Duchamp experimentaría la aspereza de la negación al presentar en el Salón de los Independientes de Francia su ya icónica pintura Desnudo bajando la escalera Nº2,  una extraña bestia mutante en la historia de la pintura que elaboraba una erótica síntesis entre la filosa mirada angular de la reducción geométrica cubista y la fetichización obsesiva del movimiento en las pinturas futuristas. Quizás, el cuerpo desnudo de aquella mujer convertido en una maquinaria fantasmática que buscaba revelar el funcionamiento espectral de la realidad puede haber sido uno de los motivos de semejante incomprensión. 

En este sentido, Placenta Escarlata de Nicanor Aráoz puede pensarse inscripta en aquella temblorosa historia de las potencias de lo oculto y la negación: un nuevo territorio de la desviación desde el cual dar continuidad a la pregunta incómoda de los fantasmas que exigen la reactivación radical de una curiosidad desestabilizadora por la condición de la vida, del cuerpo, el tiempo y sus placeres. Se trata de un ambiente extraño en el que se conjura por fin la promesa inevitable de un nuevo futuro torcido, un cuarto oscuro que retiene el momento más intenso de un ritual compuesto por una turba de cuerpos bestiales en movimiento que buscan desesperados la nueva encarnación destructiva de la libertad, aquella señal que guía la flecha mareada de una ensoñación intoxicada entre los restos de una realidad absorta por los nudos de lo represivo, y que finalmente nos advierte que hemos arribado a la pronta inauguración del domo del placer.  Un ambiente heterópico en el que resuenan las geografías del éxtasis sintético de las catedrales post industriales de la cultura techno, la humedad soporífera de la transpiración queer migrante de los ballroom en las periferias citadinas, la adrenalina terapéutica de la violencia punk y la criminalidad de las orgías thelemitas que a través de la intoxicación hacían caso sumiso a la voluntad expresiva de mil lenguas que ofrece la sombra. 

Explorando no sólo la condición monstruosa del tiempo sino también las marcas culturales de la violencia desde una estética que anuda fragmentos inconexos de la cultura popular, el diseño gráfico y la moda, con las temperaturas deformes del tiempo distópico sci-fi, Nicanor Aráoz construye desde esta serie de pinturas y cuerpos escultóricos, que acumulan capas de sentido donde batallan contra la exigencia de verdad seres sin tiempo, género o especie que incluyen procesos productivos que van desde la magia alquímica del fuego, la áspera tradición de la costura indígena, impresiones tridimensionales y la reutilización desviada de objetos industriales de la cultura popular, un llamado urgente que por medio de la incandescencia blasfema de energías sexuales cuyo nombre son el exceso, la abundancia y el desprecio por lo normal, pueda aparecer tal como insistía Duchamp, la amenaza de una nueva vida en movimiento, incluso la promesa de un futuro no fascista.

Placenta Escarlata se puede visitar hasta el 28 de abril en galería Barro (Caboto 531, La Boca).