Tal vez no pueda afirmarse que este es un fin de año políticamente particular, pero sí que hay una suma de particularidades. El volumen de cada una de ellas es variable, según sea que se las mida por su interés institucional o por su repercusión masiva.  

El país tiene una presa política, nada más y nada menos. Y, por ahora, no hay forma de que el Gobierno entre en razones a pesar de la presión internacional. Macri quedó atrapado en su laberinto de demagogia racista, porque su Argentina blanca quiere detenida a Milagro Sala y el Jujuy blanco también. Es con el aval presidencial que se comete esta barbarie jurídica y que se estimulan las ínfulas virtualmente totalitarias del gobernador Morales. Tal lo analizado y sugerido por Eugenio Zaffaroni, a esta altura debería intervenir la Corte Suprema para salvarle las papas a Macri reconociendo los fueros de Sala como diputada del Parlasur. Paréntesis ad hoc: vaya un réquiem vigorizado para la Unión Cívica Radical, por si todavía quedara alguien que registrase algún vestigio de tradiciones progresistas en esa fuerza kelper del macrismo. Las máximas autoridades partidarias, con referentes del Comité Nacional, la Convención Nacional, Franja Morada y la Juventud Radical –esto último es el sello, como lo indican sus mayúsculas, y por tanto no tiene intenciones de sorna– se juntaron  para celebrar “las alas de libertad que llegaron a Jujuy después de 32 años”. Simultáneamente, el jefe de la bancada de Diputados, Mario Negri, reclamó mayor participación en el gobierno nacional porque está claro –afirmó– que en las decisiones trascendentales el radicalismo no existe. Decía Leonard Cohen: “Nada fuera de la dignidad y la belleza”. Los radicales mudaron a profundidades más oscuras todavía. No es únicamente que quedaron afuera de ambas aspiraciones, sino que se reconocen en público como patéticos (el significador es para evitar una figura de otras connotaciones, que hace ya rato circula en radio pasillo sobre los correligionarios). Las cosas cambian si se trata de mensurar desde la popu, y más aún en las capas medias, el escándalo internacional por la detención de Sala. No es, ya se sabe, un tema que allí quite el sueño, ni indigne, ni preocupe. Y eso recuerda aquello de que en los balances, u observaciones políticas en general, debe incluirse a gobierno y gobernados. No es ningún descubrimiento. Es dialéctica pura.

Otra particularidad es que concluyó la novela por la reforma al impuesto a las Ganancias. Bien rotulado por Mario Wainfeld como un trámite barroco, “el sistema político argentino es tan pródigo en records para el Guiness que las alternativas previas no calificaron para un premio. En otras latitudes lo hubieran obtenido”. El dato no exclusivo pero sí sobresaliente, por robo, es que más del 80 por ciento de la masa trabajadora estuvo y está al margen de esa discusión estrambótica, porque ni pagó ni pagará Ganancias. Si acaso quiere discutirse cuánto influyó el asunto en el imaginario de algunos o vastos sectores medios que votaron a Macri, vale. Pero eso es psicología de masas o de ciertas porciones de ellas que, en una elección ajustadísima, pueden volcar un resultado influidas por una promesa central (digamos). Resulta similar a cuando el conflicto con los campestres. Gente que, en su vida, no vio más tierra que la de la maceta del balcón, salió a defender prerrogativas del complejo agroexportador. Eso y el odio de clase, más lo del oprimido que reproduce el discurso del opresor. No es ni fue dato fiscal sustantivo la cantidad de trabajadores comprendidos en el impuesto ahora modificado para que, en definitiva, tras la reforma sancionada sigan conformando número equiparable. Sobre unos 17 a 18 millones de población económicamente activa, y según admitió la propia Afip en octubre de este año, pagaba Ganancias apenas alrededor del 12 por ciento de los empleados en blanco. No hay ninguna alteración sustancial en esa cifra. ¿Significa que acaba de terminar una alta calentura política por algo que al cabo no es mucho más que una ficción, o una falacia? No tanto, pero sí es veraz que fue antes una trama de ajedrez, con pujas y movidas de ventajerismos individuales y especulaciones electorales, que un asunto susceptible de cambiarle el poder adquisitivo a la enorme mayoría de los trabajadores. Empleados del sector financiero, del transporte, del gremio petrolero, de servicios, podrán verse beneficiados. Resto abstenerse, al igual que antes de la reforma de la reforma.

También es una particularidad que hayan echado a la presidenta de Aerolíneas Argentinas, Isela Costantini, porque de acuerdo con toda la información obrante se había convertido –permítase la licencia– en una izquierda de la derecha para la política aerocomercial del macrismo. Buenas relaciones con los sindicatos e, incluso, algo que le olió feo en los arribos de líneas low cost y de empresas tradicionales, competitivas contra la estatal, en un negocio en el que talla fuerte Gustavo Lopetegui, manager de Macri, coordinador de la Jefatura de Gabinete y ex Ceo de LAN. Y sí: un gobierno colonizado por las corporaciones no es un lecho de rosas. Nombraron en lugar de Costantini a un ex Techint, Mario Dell’Acqua. Se diría apresuradamente que todo queda en familia, pero no es tan así porque las famiglias se caracterizan por pases de factura más tarde o más temprano y, sobre todo, cuando carecen de un liderazgo que sepa conducir barriendo la tierra debajo de la alfombra. Es otra novela interna que tiene más bien sin cuidado a la atención popular, así como la maniobra mediática de endilgarle al kirchnerismo la totalidad de coimas que el emporio brasileño Odebrecht, la constructora más grande América Latina, pagó entre 2007 y 2014. Otra bravuconada de la prensa oficialista cuando el principal socio de Odebrecht en Argentina es IECSA, del primo presidencial Angelo Calcaterra. De vuelta: nada que despierte la curiosidad popular. Y menos que menos cuando los fondos extra volcados al mercado, por el aguinaldo y los bonos de fin de año, reanimaron el consumo.

De todas formas, el escenario público argentino siempre da para algún hecho, frase, reaparición, polémica, etcétera, aptos para ubicar a la capacidad de asombro entre lo último que debe perderse. Se dice “público” y no “político” porque este segundo término connota, en su acepción social más inmediata, un carácter de denuesto. Es el discurso barato de la “antipolítica”, justamente, que sólo saca las cuentas de los estímulos negativos, hacia la dirigencia del ámbito, motorizados desde redes y medios tradicionales. Despotricar contra los políticos al revoleo es sencillo, rápido y gratis. Caerles a grandes empresarios, o a los políticos y economistas que representan sus intereses, puede costar carísimo en términos de ingresos publicitarios para la prensa, además de haber una cuestión de defensa corporativa de clase. Por caso, en estos días volvió a asomar Domingo Cavallo. No en días cualesquiera, porque son los del décimo quinto aniversario de lo que ya está en la historia como “el 19 y 20”. Quince años de cuando Argentina vivió una de sus instancias más trágicas. Decenas de muertos por la represión contra el estallido popular, tras que explotaran los dos diseños que Cavallo había encarnado en nombre de los privilegiados de siempre. El primero, estructural, durante el menemato, para sumergir al país en un endeudamiento externo desenfrenado que liquidó la acumulación social amasada durante generaciones. El segundo, en la presidencia delarruista, como verdugo impotente de su propia criatura. Cavallo, con la indulgencia generalizada de la cofradía periodística, resurgió nada menos que en este aniversario para advertir que en verdad se le debe un monumento, por poner en juego su prestigio durante aquel gobierno aliancista horripilante. Podría señalarse, al tope de la extravagancia, que el hombre debe creer auténticamente en haber sido un mártir. Pero no tiene mayor sentido detenerse en las subjetividades que pudieran explicar las alucinaciones. Sí cabe hacerlo en otro factor objetivo, que adquiere en estos momentos una enorme dimensión simbólica. A más de reaparecer en semejante fecha, naturalmente es el mismo Cavallo que en los 90 mandó los científicos a lavar los platos. El empalme ideológico va de suyo, en medio de las protestas y lucha de la comunidad del sector. Sea por los recortes presupuestarios o por los hachazos en el Conicet, la gente del área navega con el viento en contra de un régimen ignorante que si algo no necesita es desarrollo de Ciencia y Técnica. Al menos debió ocurrir que el ministro Barañao tuviera la dignidad de renunciar, siendo que formó parte de una gestión capaz de haber privilegiado a su espacio y en la conjetura de que verdaderamente creyó, de buena fe, en un gobierno de derechas –de esta derecha– con disposición a siquiera mantenerle la plata. Demostrada la obviedad de que nunca iba a ser así, pese al acuerdo logrado el jueves gracias a la combatividad de los trabajadores, una posible dimisión de Barañao sería sin embargo no más que un gesto personal. 

El tema clave es ese simbolismo de haber retornado a los noventa, pero no solamente por lo específico de que resucitó Cavallo exigiendo un monumento personal. Es en lo genérico que el país está retrocediendo veintipico de años aunque, esta vez, con la esperanza y algunas luchas consecuentes –algunas, no muchas– como para confiar en que la memoria no se borró por completo.