Leonardo Padura es uno de esos escritores que ha sabido ganarse la simpatía del público progresista sin mucho esfuerzo. La mayor parte de ese mérito proviene de las repercusiones de su novela El hombre que amaba a los perros (2009), verdadero golpe de éxito editorial que resignificó –al menos, para el lector argentino– toda su producción anterior. Producción que tenía como protagonista principal a Mario Conde, ese detective creado con mucho de la novela negra norteamericana pero que funcionaba como excusa perfecta para que Padura llevara adelante dos cosas: una, una reflexión, si se quiere, existencial (por no decir personal) del paso del tiempo. La otra, una crítica a la decadencia del proceso revolucionario cubano. Esas dos cosas aparecen de manera exacerbada en su última novela, La transparencia del tiempo. 

La historia es bastante concreta y propia de un sabido manual de las cosas que le suceden al policía de novela negra, en este caso, Mario Conde. Luego de pasar un tiempo de penurias, recibe la visita de un viejo conocido, un amigo que hace mucho tiempo no ve: un tal Bobby, mejor conocido en su familia como “Robertón”, y de nombre en registro Roberto Roque Rosell. El tal Bobby fue un conocido en la formación preuniversitaria del personaje de Mario Conde, un tipo que supo ser medido y aparecía como fuertemente comprometido con la idea de líder juvenil comunista preuniversitario. La cuestión es que Bobby aparece un día en la puerta de Mario Conde, quien ya está cerca de cumplir los 60 años y vive de la peor manera una crisis de edad (sin dinero, sin mucho para hacer y con la clara conciencia de que lo mejor ya pasó), claramente cambiado. Bobby se mueve con la soltura de alguien que ha aceptado su sexualidad luego de haberla reprimido por mucho tiempo. Pero, claro está, no cae a las puertas de un ex compañero del pasado para comentarle que salió del closet en algún momento en el que ellos dejaron de frecuentarse. El motivo de la visita es la contratación de Conde, un nuevo caso. 

¿En qué consiste la misión de Conde? La ubicación de la última pareja de Bobby, un tal Raydel, que lo desvalijó. Lejos de buscar venganza, lo que quiere el antiguo compañero de Conde es uno de los objetos que se llevó en el robo: una virgen negra con ciertas particularidades, como la ausencia de la mano derecha y su posición, sentada en lugar de erguida. Conde la confunde con la mítica “virgen de la Regla”, pero pronto el lector va a darse cuenta de que la historia detrás de la estatuilla es mucho más profunda y larga, y desborda claramente cualquier tipo de vinculación con las figuras religiosas cubanas.   

Intercalados a los capítulos de la investigación de Conde, quien trata de dar con el paradero de la estatuilla de la virgen, aparecen otros momentos narrativos en donde se reconstruye la compleja historia detrás de la figura. Oriunda de Cataluña, el propio destino de la virgen se ve vinculado con la Guerra Civil Española antes de traspasar siglos. Diversos tiempos en los cuales se ramifica una trama que tiene como eje la investigación y que acercan el libro de Padura a la de un escritor de novelas policiales históricas.

Padura es un gran artesano, que sabe hacer lo que hace, pero, a veces, le falta la chispa desubicada del artista. Así, la novela repite sin muchas diferencias la misma estructura de otra novela de Conde, Herejes, que también tenía como elemento principal el rastreo de un objeto que le permitía al narrador una indagación sobre un aspecto oscuro de la historia cubana, que era su relación con el mundo judío y sus avatares. Aquí, Padura parece querer concentrarse en la historia europea o, mejor aún, en los complejos devenires de la zona de Cataluña. 

La transparencia del tiempo parece resignificar la serie de las novelas firmadas por Padura. Sabíamos que recurría a la estructura del policial, pero… ¿Qué es lo que ha hecho que lo leamos como alguien que no tiene nada que ver con el best seller? Podría llegar a ser ese gesto de desborde que está fuertemente ligado con la crítica de la Cuba contemporánea. Pero ahí es donde también reside su debilidad: cuando tenemos una novela cuya ejecución no es tan prolija como en las anteriores, un lector mínimamente avezado le nota los hilos. En Bobby, el personaje homosexual, antiguo compañero de Conde, se resume la posición terrible que ha tenido el régimen de Castro con respecto a la disidencia sexual. Parece fácil, igual, retratar los errores históricos del castrismo apelando a estos puntos oscuros que, en todo el mundo, se conocen. ¿Es relevante volver a criticar a Cuba y a sus elecciones históricas por estos aspectos en los que nadie podría estar de acuerdo, algo que dista de esas potentes imágenes de El hombre que amaba a los perros, en donde un simple viaje en bicicleta podía resumir el desorganizado éxodo a Miami de los cubanos empobrecidos, durante la década del ‘90.  

En definitiva, esta novela de Padura, con Mario Conde como protagonista, es un momento más de una fórmula que a veces funciona con éxito, como sucede en Herejes, y a veces no. Eso no implica que pueda leerse con tranquilidad. Pero a veces esa tranquilidad habla más de los lectores de Padura que del propio autor. ¿Qué es lo que un lector argentino encuentra en este escritor cubano? ¿No será esta especie de informe de las miserias cotidianas del país de la revolución? Miserias que, retratadas, conforman tanto al que lee desde una posición de izquierda crítica como al más conservador. Padura es así un realista en el sentido más monográfico del término: encanta cuando se va del camino sabido por contar cosas terribles, al estilo de un espía o un fotógrafo que captura la vida de un pobre. La transparencia del tiempo termina siendo una colección esporádica de informes de situación. Sólo que no tan cautivantes como los anteriores.

La transparencia del tiempo Leonardo Padura Tusquets 440 páginas