El déficit de las cuentas externas suele ser el talón de Aquiles de la economía argentina. En el siglo pasado, el impacto de las guerras mundiales y la crisis de 1929 sobre el comercio exterior terminó sepultando el modelo primario-exportador; el déficit comercial ponía frenos a la posterior industrialización; y las crisis financieras-cambiarias derribaron los auges especulativos y de endeudamiento externo de la etapa neoliberal posterior. En este siglo, la falta de dólares puso en jaque a la economía durante el último mandato de CFK y hay consenso de que el nuevo proceso de endeudamiento de la gestión de M termina mal. La interpretación ortodoxa de esas crisis externas se estructura bajo el “enfoque de la absorción”. 

La absorción es una forma de denominar al consumo, gasto e inversión que conforman los demanda interna de la economía. Para los economistas ortodoxos, el exceso de esa demanda interna por sobre la producción genera déficits comerciales que provocan insuficiencia de dólares para sostener la actividad económica. El intento de evitar el estancamiento obteniendo dólares mediante créditos externo termina derivando en un endeudamiento insustentable con reiteradas incumplimientos en los pagos. La única solución real, según los ortodoxos, es una política de ajuste que reduzca la demanda interna, mientras se implementan reformas flexibilizadoras que permitan aumentar la producción.

El enfoque de la absorción parte de asumir que el nivel de producción está predeterminado, y que los excesos de gastos se cubren con excesos de importaciones. De esa manera, bajando los gastos se reducen las importaciones y, finalmente, se equilibra el comercio exterior. Pero si el nivel de producción depende en gran medida del nivel de demanda interna, las políticas de ajuste pueden inducir una reducción de la producción interna, con un impacto muy indirecto sobre las importaciones. Es más, si el programa de ajuste es acompañado de apertura comercial, es probable que la baja en la producción interna sea acompañada de mayores importaciones que agraven el déficit comercial.

Las reformas flexibilizadoras también pueden inducir una baja en el Producto con escaso impacto sobre las cuentas externas. La baja del “costo argentino” implica una reducción del ingreso de la población, ya que todo costo es un ingreso cuando se lo mira del otro lado del mostrador. Si los menores ingresos tumban la demanda interna, la producción puede caer. Esto es especialmente cierto en países que exportan bienes primarios donde los volúmenes de producción poco tienen que ver con los costos internos que atacan las reformas flexibilizadoras. Así, la menor demanda interna no es compensada por mayores ventas externas

Desde esa perspectiva, las políticas de reducción de la demanda interna y reformas para bajar el “costo argentino”, sean graduales o de shock, generan un costo social y económico que nada aportan a la solución de los déficits externos ni en evitar la próxima crisis por sobre endeudamiento. La solución pasa por resolver las causas estructurales del déficit externo, sin necesidad de dañar el mercado interno y la producción.

@AndresAsiain