La orden de prisión a Lula dio lugar al más importante evento de balance de la historia de su trayectoria política y la del Partido de los Trabajadores. El acto del sábado a la mañana en frente al Sindicato de los Metalúrgicos de São Bernardo do campo se volvió una expresión del capital político que sorprendentemente sigue asociado a su trayectoria y al PT,  pese la larga y encarnizada persecución mediática y judicial. 

En aquella mañana, Lula hizo un balance de su aprendizaje político y de la experiencia de la izquierda brasileña en los últimos cuarenta años. Su narrativa puede ser tomada como una fuente de indicios de las posibilidades y límites de una experiencia política peculiar, que merece ser analizada a la luz de sus propios contextos históricos.

El punto de partida del discurso de Lula fueron las huelgas de 1978-1980, momento en el que la afirmación de la autonomía y la racionalidad de la clase trabajadora brasileña surgió como un elemento novedoso en la historia de Brasil. Las huelgas cuestionaron el lugar común, extendido entre las explicaciones académicas y políticas en aquel entonces, de que la clase trabajadora derrotada por el golpe militar de 1964 era débil, vulnerable a “cooptaciones” y a “prácticas populistas”, siempre atrapada por el Estado o por partidos políticos. La novedad del “nuevo sindicalismo” fue afirmar una clase trabajadora industrial racional, autónoma e independiente. 

En su discurso, Lula intervino activamente en la construcción y en los sentidos en disputa de esa historia. Rodeado de algunos de los principales protagonistas de aquella experiencia de organización política, destacó dos ejes principales de su formación política: por un lado, los encuentros entre intelectuales y obreros en las experiencias educativas que marcaron la formación de la CUT y luego del PT; por otro, el aprendizaje de la huelga.

El relato se detuvo en una de las huelgas de 1979, en la que Lula y la dirección sindical le pidieron a los obreros un “voto de confianza” para hacer un acuerdo con los patrones de la industria automovilística. Terminaron quedando como carneros. En el año siguiente, la dirección siguió la decisión de la base: la huelga por tiempo indeterminado fue sostenida por un “denso entramado relacional” construido en los barrios, en las asambleas y en las iglesias. Derrotada luego de 41 penosos días de lucha, la huelga fue un marco para la organización política posterior.

Al volver a las enseñanzas de 1980, Lula expone un viejo dilema que recobra actualidad y urgencia: frente a un poder judicial amedrentado por amenazas militares y animado por posicionamientos políticos, que no duda en romper la Constitución de 1988, ¿cómo seguir defendiendo la posibilidad de una izquierda democrática? 

El líder que recientemente recordó que el PT “no nació para ser un partido revolucionario, nació para ser un partido democrático y llevar la democracia a sus últimas consecuencias” ratificó, en el acto del 7 de abril, sus convicciones. Analogías históricas suelen ser arriesgadas y tramposas. El PT de 2018 y Lula a los 72 años de edad están distantes de aquella experiencia política que despegó en 1980. El camino iniciado con la lucha por la democracia y los derechos de los trabajadores nos llevó mucho más lejos de lo que      las jóvenes metalúrgicas/os y las sociólogas/os que los acompañaban jamás hubieran soñado. Pero vale la pena al menos hacer la pregunta: ¿Será posible analizar también la derrota de una práctica de alternancia democrática a la luz de ese aprendizaje?

Una respuesta que reviva la oposición entre una postura revolucionaria y una izquierda tibia y negociadora no condice con aquella experiencia histórica. Ella no da cuenta de lo que hay de disruptivo en una figura política que logró haberse erigido como “el único mediador entre elite y masas” y reunirlas en torno a un solo proyecto político, en las precisas palabras de Leonardo Avritzer.

La trayectoria de Lula, y sus propias reflexiones sobre ella, nos da pistas para proponer una periodización de la construcción de un campo de izquierda en el último período democrático brasileño. Una que parta de la autonomía y la racionalidad de la clase trabajadora brasileña, y que contemple la apuesta por la posibilidad de jugar “en serio” en el campo de la política democrática institucional. En 2018, la prisión de Lula y el achicamiento de la política abren un nuevo período de indeterminación. Si algo aprendimos los que estudiamos historia, es que las experiencias pasadas no dejan de informar e iluminar las luchas futuras de formas sorprendentes e indeterminadas, independiente de lo que queremos –y no queremos–  ver. 

Cristiana Schettini es docente-investigadora Idaes-Unsam.