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Hay quienes niegan la existencia de Mariana de Matteis con buenos argumentos. Hay quienes invalidan mis textos sobre ella (hasta el momento uno) por estar teñidos con la densa tintura de nuestra amistad. Puede que tengan razón en ambos casos, de ser así ella se transformaría en mi amiga imaginaria o invisible y yo, necesariamente, en algún tipo deperturbado mental. Pero no la tienen. Mariana de Matteis existe como existen en la fantasía de una niña las hadas madrinas o en el camino de un poeta menor los lestrigones. Mariana existe y su existencia efectiva, lamentablemente, no suprime mi probable perturbación. Ahora bien, no erran del todo aquellos que consideran teñidas mis palabras. Yerran sólo en el color de la tintura. Lo que tiñe mis palabras, las actuales, las futuras, no es en rigor de verdad nuestra amistad, que dicho sea de paso goza de una densidad mínima (aunque creciendo), sino una culpa feroz.

Hará ocho o nueve meses le pedí a Mariana, a quien apenas conocía, un favor. Sospecho de la precisión del término favor, en cualquier caso está dentro del marco semántico adecuado para lo que pretendo significar. El favor, entonces, consistía en un dibujo, un dibujo relacionado con un proyecto literario a punto de concretarse por aquella época. El plan era sencillo. Yo había escrito una serie de relatos breves, uno de los cuales incluía a Mariana como protagonista y quería que ella, sin leerlo, sólo o sola con su recuerdo, realizara un dibujo que a la postre formaría parte del libro. Comparto el relato:

"Ayer a la noche fuimos a cenar después de una inauguración. Eramos varios. Siempre vamos a cenar después de las inauguraciones. Siempre no. Siempre que tenemos ganas. No sé bien cuál es el criterio, pero en general vamos. Fuimos a la parrilla "La parrillita". A mí me gusta ir a "La parrillita", no tanto por la comida (me gusta, aunque como poca carne) sino sobre todo porque durante el trayecto hacia el local fantaseo con llegar a un lugar diminuto en donde personas diminutas con utensilios diminutos están haciendo un asado diminuto, o sea, un asadito. Y lo que me gusta también es percibir el contraste entre el producto de mi imaginación y la bandeja repleta de carne empírica. Quizás por estas circunstancias me encontraba un poco alterado (en realidad, la alteración revela mi modo de ser) cuando la escuché claramente a Mariana pronunciar Sprite sosteniendo una botella de Seven up. Una Seven up, dije yo, querrás decir. Ella dijo bueno, sí, Seven up, sin soltar el envase y riéndose, no sé exactamente de qué. Estábamos a medio metro de distancia. Enfrentados. Yo pensé: cree que estoy embromando, como en general creen mis amigos. Pero no, ni ahora ni nunca o casi nunca. Al ratito volví a escuchar la palabra Sprite proveniente de Mariana, y esta vez sí lo tomé como un desafío personal porque Mariana seguía sosteniendo una botella de Seven up. Repetí la aclaración anterior y ella repitió algo parecido a lo que había dicho antes y además agregó: perdón por el error, no soy perfecta. Acepté sus disculpas" (final levemente modificado).

El proyecto se derrumbó como se derrumba un anciano en la fila en un banco africano (Sudán, por ejemplo) que esperaba el pago de su inexistente jubilación un mediodía de pleno verano, o sea, del modo brutal en que suelen derrumbarse el 90% (quizás más) de mis proyectos. Me apuré. Sí. Empujado por una ansiedad incontrolable. Y frente al derrumbe la consiguiente culpa y junto a la culpa las desenfrenadas elucubraciones referidas al incumplimiento de la promesa. Seré sincero: soy indiferente a las múltiples (y en ocasiones ciertas) acusaciones de cualquier índole lanzadas por familiares, colegas, amigos y conocidos, sin embargo me duele (y mucho) y me angustia (mucho) cuando existe la posibilidad de que alguien me tilde o tache de mentiroso. Por eso escribo este texto, como una forma de cumplir, a medias, pero cumplir finalmente, la promesa original.

Escribo para saldar la deuda con Mariana (escribo para no tener que devolverle el dibujo).

 

2

Están quienes afirman la proximidad de Mariana de Matteis a la hechicería. Voy a dar un ejemplo cercano, sencillo, elocuente con el objetivo de refrendar esa proximidad. La inauguración de su última muestra estaba prevista para el viernes 6 de abril a las 20 y llovía a destajo desde la madrugada. Todo sugería (el pronóstico aseguraba), siendo optimista, una inauguración traumática. Extrañamente a las 19.30 paró de llover. El prodigio o supuesto prodigio estaría incompleto si no agregara que a la 12 de la noche, mientras cenábamos (en "Perú profundo"), volvió a largarse, fuerte, e incluso ahora que son las 8.30 y ahora que son las 11.24 continúa lloviendo y el servicio meteorológico prevé lluvia para toda la jornada.

Creer o reventar. Prefiero creer. No quiero perderla como amiga o futura amiga ni padecerla como potencial enemiga (14.45 del sábado 7 sigue lloviendo). Entonces dudo si ponerme a escribir acerca de su último trabajo, su trabajo visible (y, lógicamente, evitar cualquier contacto, más allá de la mención anterior, con su obra subterránea). ¿Y si no le gusta? ¿Y si suspendo la escritura? ¿Cuál de las dos faltas resultaría menos grave? Me arriesgo a escribir. El riesgo puede implicar un beneficio (recibir otro dibujo). La abstención asegura un mar calmo o muerto. Quiero escribir puntualmente sobre su última muestra (sobre la penúltima ya escribí, ¿o era la antepenúltima?). Mariana presentó la instalación "Nuevas esculturas" en la galería Diego Obligado, obras que yo había visto en su taller antes de ser montadas y que abrieron en mí una traza de continuidad. Privilegio de amigos, ver antes de mostrar. Privilegio convertido en ansiedad. Pensaba contenerme, pero soy incapaz: las nuevas esculturas son la cifra de la obra de Mariana. El gesto que, en la diferencia, se repite y, en la diferencia, conserva aquello que busca (¿?) repetir. Su instalación es un conjunto de formas moldeadas al calor de las esculturas, formas nobles en su persistencia, innobles en su materialidad (dudo de esta afirmación), formas originales y con un origen, un origen perdido y simultáneamente atesorado en esas formas, en el resto de una forma, en la forma de un resto, así opera Mariana, en el centro de una tensión irresoluble, en el corazón de un desplazamiento constante, en el núcleo de una condensación formal (lo escribí una vez y lo repito): propio‑ajeno, construcción‑destrucción,lejos‑cerca, frágil‑sólido, estable‑inestable, rígido‑flexible, permanente‑efímero, visible‑invisible, ser‑no ser.

Evoco la siguiente imagen: Mariana camina bordeando el precipicio, va, viene, juega, mira hacia abajo, tranquila, después llama a alguien (¿un espectador?) y le pide muy amablemente que camine junto a ella, con confianza, no hay peligro, y de pronto Mariana ejecuta un movimiento sutil y ese alguien ya está cayendo sin saber que cae y ella lo saluda desde arriba, sonriendo, la mirada fija en los ojos de su víctima.

7 de la mañana del 6 de abril. Leo un artículo sobre los collages de Alfonso Buñuel, el hermano desconocido u oculto (intuyo la razón) de Luis. En uno de sus trabajos aparece un hombre, acompañado por un monje de tamaño desproporcionado, sosteniendo una máscara sin rostro. La máscara es el rostro. Sólo máscara, o sea, la máscara no es máscara de nada: pura máscara. Como si uno dedujera alegremente: el velo no oculta algo sino que sostiene la ilusión de una existencia. Todo el día rumiando esta idea (como buen obsesivo) hasta la hora de la inauguración. Entré a Diego Obligado, recorrí el espacio, conseguí el texto de Laura Hakel (el texto probaría la existencia de la curadora Laura Hakel, hay quienes sospechan de su accionar en el paréntesis de la lluvia), y me fui a leerlo refugiado del público a una escalera que está en la parte trasera de la galería (nunca supe donde lleva); al leerlo encontré la palabra surrealismo: "La galería se convierte en una instalación insuflada de surrealismo", me puse contento porque Buñuel era surrealista y vivía o trabajaba, como dice el texto, "entre el ensueño y la visión", siempre y cuando esos dos términos anuncien un grado superior de realidad y no uno inferior. Entusiasmado, entonces, por la coincidencia, logré apartarla a Mariana de algunos exaltados para comentarle el hallazgo, aunque fui incapaz de transmitirle algo de mi emoción, al contrario, ella habló de su deuda con Magritte y de las relaciones que la gente establecía entre el artista y su obra, pero yo no supe o no quise contenerme y le aclaré que Alfonso Buñuel era un ignoto (el término es de ella) y le dije que siempre resulta más meritorio establecer relaciones difíciles que fáciles, aunque pensándolo bien marcar un límite entre lo difícil y lo fácil depende de factores tan inciertos que resulta infundada o superflua la distinción, pero a esa altura yo ya hablaba solo, ella había desaparecido entre la gente.