Mientras en el Anexo C, el edificio nuevo (sobre la calle Bartolomé Mitre), transcurría la audiencia, en el Anexo A la tarde tenía todo el calor que faltaba –no solamente por el rigor prusiano del aire acondicionado– en la sala donde se concentraban diputados, expositores y periodistas. El lugar, en el que las reuniones se transmiten vía streaming, recogiendo la señal de la Cámara, reunía por primera vez a barras que iban a apoyar a quienes respaldan la legalización y a quienes se oponen a ella.

Unos diez minutos antes de la hora estimada para el comienzo de la reunión, una veintena de jovencitas de un colegio presumiblemente confesional había llegado de la mano de una docente, quien procuraba organizarlas. Poco después, las chicas, y otras cuatro adultas, se instalaron en la sala de las pantallas, donde ya estaban algunas de las activistas feministas –muchas de ellas, históricas del movimiento de mujeres–, como cada martes y jueves. Al rato, al lugar arribó –para alborozo de las adultas que acompañaban a las chicas– una celebridad del mundo antiderechos: Mariana Rodríguez Varela, la mujer célebre por su campaña del muñequito que reproduce, supuestamente, un feto.

Durante la audiencia, en la sala ante diputadas y diputados se alternaron exposiciones a favor y en contra, pero, como suele suceder, ante un auditorio poco afecto a demostrar emociones, básicamente porque el protocolo legislativo lo contraindica. Sin embargo, en la sala de invitadas e invitados, la reunión se siguió con el fervor de un River-Boca. Cuando intervino la activista del Frente de Mujeres Evita Ornella Tinirello, que relató la experiencia de las “consejerías feministas” en territorio para hacer “efectivos los derechos que consideramos adquiridos por fuerza de la organización y la lucha”, la tribuna prolegalización estalló en festejos. Cuando algunos de los oradores antiderechos entraron en su fase más combativa, las adultas que acompañaban a las niñas, Rodríguez Varela entre ellas, jubilosas, agitaron una bandera argentina. También tenía un curioso estandarte, armado a partir de dos palos –como cualquier bandera de movilización– unidos por ropitas de bebe atadas entre sí.