Querido Gilberto: Como tu ausencia sigue en mí, presente, quiero contarte que he decidido publicar los dibujos que hice en las reuniones de terapia que realicé con vos de manera constante en 1971 y esporádicamente durante los dos años posteriores. Me refiero a esos apuntes gráficos que hacía mientras conversábamos, escritorio de por medio. […]

Había dejado de pintar desde 1966 dado que mi búsqueda de asumir al caos como estructura de mis obras (que sentía y sigo sintiendo como la marca del mundo que me tocó vivir), me había llevado a realizar obras que desde la pared se proyectaban al espacio constituyendo pseudo-instalaciones muy difíciles de guardar, trasladar y, naturalmente, vender. Lo cierto es que cuando tuve que regresar en 1968 de Nueva York –donde había estado becado–, destruí esas obras a pesar de que me gustaban. Junto con ellas, me deshice también de las concernientes a una indagación que ya consideraba limitada (me refiero a la que hice con espejos plano-cóncavos en 1967 en búsqueda de ambientaciones caóticas, pero a partir de la realidad). Habiendo abandonado el plano como referencia pictórica, me costaba volver a él. Por lo tanto, dejé de pintar.

La pintura había dejado de ser para mí una buena terapia y un lenguaje relevante. Por lo tanto, en ese momento mi terapia consistió en dejar de pintar y mantenerme al margen del mundo de la competencia artística. Creía en la idea de una revolución que era ante todo el auto-cuestionamiento cultural que permitiera saltar de la situación colonial a la del protagonismo enunciativo. […]

* Fragmento editado de la carta prólogo (dirigida a su analista Gilberto Simoes, ya fallecido) del libro En terapia.