El universo, dios, o no sé qué carajo me dio la inclinación, la facilidad, la posibilidad de transmitir lo que siento con palabras, o mejor dicho con letras. O más aún: no transmitir sino volcar lo que siento en letras, porque para transmitir hace falta que alguien lea. Bueno, como sea, la cuestión es que necesito deshacerme de esto cuanto antes. No sé, tal vez vomitar, expulsar la sensación de asombro y consternación que me inunda (porque estando asombrado no se puede vivir, las sombras tapan todo) desde esta mañana. Desde ese momento las letras están dando vueltas por mi cabeza hasta ahora en que puedo sentarme y ordenarlas, como si fuera en surcos de semillas recién plantadas. Apoyarlas por fin en la tierra yerma de esta nueva página del Word.

Vamos al grano, o mejor a la semilla.

A media mañana me acerqué hasta un sanatorio del centro para cumplir con las reglas de buena costumbre entre la gente educada y saludar a la hija de una prima bastante querida, que ha recién parido un nuevo ser humano, creyendo que aporta no sé qué a esta humanidad que cada vez tiene menos de eso en su esencia. Como sea: fui a visitar a una mujer joven recién parida y a su vástago, que en el decir telefónico de su abuela era un robusto, sano y hermoso bebé al que llamarían Brand, consecuentes con la moda anglo parlante de los últimos tiempos del mundo. Ni bien entré a la habitación me topé con la feliz cara de la nueva madre, esa mezcla de arrobamiento y dolor que portan las recién paridas. Fue difícil verla a ella porque los ojos de uno, inevitablemente, al mirarla se van a descifrar la historia, o historieta tal vez, que hay grabada en su piel a través de tatuajes. De verdad uno se distrae de la presencia del ser que existe ahí, para centrarse en las historias que cuenta esa piel que pareciera ya no pertenecerle. En fin, cuando definí ese arrobamiento, sus ojos, y su alegría por mi llegada, pude situarme en escena y felicitarla. Hice lo mismo con su pareja que estaba sentada a su lado tomándola de la mano. Y otra vez me volvió a pasar, me perdí en una piel papiro que me estaba diciendo algo diferente de lo que veía. Después de los abrazos y besos correspondientes me indicaron con gestos la cunita donde estaba el nuevo integrante de este mundo. Claro, ni hablar que solo vi un pequeño bulto arropado con una manta celeste y se me ocurrió pensar en esas nubes chiquitas y solitarias que saben aparecer en algunos cielos azules de verano. Así de vulnerable, así de transitorio y volátil. Eso era justamente ese ser, hasta que me acerqué y pregunté si podía descubrirlo un poco para admirar, y así poder felicitar, al niño nuevo. La autorización fue gestual y sonreída. Y ahí estuve yo en ese instante maldiciéndome por haber tenido la idea. Descubrí al niño y me tragué un grito que me tuvo con acidez todo el día hasta ahora que puedo vomitar. El bebé había nacido, estaba vivo, y en su cara tenía un enorme tatuaje, amorfo, desvaído, sin narrar ninguna historia pero tatuaje al fin. No supe qué decir, no soy de las personas que sueltan la lengua en sentido contrario al pensamiento, así que preferí callar y preguntar con los ojos. Lo que atiné a decir fue "Se lo ve un niño muy sano". Frase que pagué con el arrepentimiento por horas, como cuando a uno le sale una pavada automática y no para de acusarse de estupidez inundado de vergüenza durante varios días. Fue tal la sorpresa que alegué un apuro laboral, saludé, felicité, abracé y salí del cuarto como si me hubieran dicho que ahí me estaba esperando la muerte. Cuando salí a la calle no lo pensé demasiado y saqué el celular para llamar a mi prima, la feliz ‑así al menos me lo dijo cuando me avisó del nacimiento‑ abuela.

Entré directo en la pregunta porque felicitarla me pareció un acto de hipocresía. Le dije a quemarropa: "Decime, ¿no le duele a una criatura tatuarla siendo tan chiquita?". La respuesta fue una risotada, típica de esta prima expresiva que me ha tocado en suerte, y después me contestó "¿¡Cómo se te ocurre que van a hacerle eso al pobre chico?! No, no, Mimí decidió hacerse otro tatuaje en el embarazo para que su hijo lo adquiriera congénitamente, el problema fue que no podía tener la seguridad de la zona en la que iba a quedarle. Lástima que fue en la cara, pero confiamos en que al crecer se le vaya definiendo, y tal vez corriendo de lugar al estirarse la piel".

No entendí, no admití, no terminé de creer, sin embargo lo acababa de ver. Lo que sí me pareció adecuado es que hubieran elegido Brand para nombrarlo.