En el peor momento de su gobierno, cuando más solo está en su política tarifaria, hace un pase de magia trasladando su problema, el del gobierno nacional, a las vapuleadas y extorsionadas provincias argentinas.

Pretende, de esa manera, que se toque todo menos las sagradas tarifas, aquellas que supo conseguir para beneficiar empresas y de paso ahorrarse presupuesto, que lo necesita para pagar intereses de la gran deuda contraída. Los usuarios, las pymes, no interesan, ya aceptarán en el próximo semestre.

En su audacia desesperada, en su alarma creciente, recurre a los impuestos, pero a los ajenos, nunca los propios, y de tocar tarifas ni hablar.

Total los impuestos son del Estado, nacional o provincial. Son del Estado, en un momento así se pueden tocar, resignar, lo único que no se puede tocar son las ganancias de las empresas, nunca explicadas ni acreditadas.

Todo un significado: el dinero del Estado siempre está disponible, siempre que no lo necesite ni me perjudique. Pero hete aquí que los impuestos, bien tratados, son parte del acuerdo social, del funcionamiento del conjunto.

Si están mal sancionados, o no tienen un objeto lícito, deben derogárselos. Será responsabilidad de los legisladores, nacionales o provinciales, de sus políticas y sus valores. Pero son la base del funcionamiento estatal, salvo que pensemos en una anarquía.

En cambio las tarifas, si son de servicios públicos, si se pueden tocar: lo ordenó la Corte Suprema, cuando no son razonables, no son graduales, afectan la capacidad de pago de la población (y digo yo de los actores de la producción y contención: pymes, industrias, clubes, hospitales, asociaciones diversas), o son confiscatorias. También lo dice el sentido común.

No se trata de volver atrás, se trata solamente de oir, de escuchar, y analizar dónde se puede poner mejor el dinero del Estado.

Por cuanto cada vez sabemos más que estas tarifas no tienen justificación: no la tiene su gradualidad, tampoco la tiene su medida en electricidad y sobre todo en gas, donde el despojo es mayúsculo. Entonces pueden tocarse, con prudencia eso sí, pero con respeto por el poder adquisitivo de las mayorías, y mirando para adelante, porque el que mira siempre para atrás puede convertirse en estatua de sal.

Andrés Repar y Marcos Rebasa son miembros del Observatorio de Tarifas de la UMET y del Instituto de Energía Scalabrini Ortiz