En una entrevista reciente con PáginaI12, el titular de los medios públicos Hernán Lombardi dijo que su gestión decidió cambiar los principios clásicos rectores del quehacer mediático, “informar, educar y entretener”, por otros que serían más acordes a los nuevos tiempos: “comprender, irradiar y participar”. Días antes explicó a Clarín: “Comprender porque creemos que el servicio público debe brindar herramientas para que el ciudadano pueda entender el mundo (…) Irradiar, porque tenemos la misión de irradiar el talento y la cultura argentina (…). Participar porque desde la irrupción de Internet el espectador no es el mismo, tiene cosas para decir y quiere ser escuchado”, afirmó. 

Esta estrategia narrativa adorna políticas de ajuste que son cuestionadas por trabajadores, especialistas y parte del arco político opositor. Igualmente, como suele decirse, contar buenas historias en relación a las políticas tiene tanto efecto como su implementación. En este sentido, jubilar viejas definiciones y reemplazarlas por otras con aires a innovación y tecnología, es la llegada a los medios públicos del ya conocido relato de la convergencia. Esto, sin mencionar que la reelaboración conceptual se lleva puesto, entre otros, el artículo 4° de la ley 26.522, que define como objeto de la Comunicación Audiovisual, precisamente, “informar, educar o entretener”.

Los cambios conceptuales como ornamentos de la modernización internet-céntrica que impulsa el gobierno en distintas áreas, son ociosos si no están acompañados por los recursos económicos necesarios para hacer frente a escenarios cada vez más complejos, que comprometen la sostenibilidad de toda la industria mediática. ¿Cómo es posible irradiar, comprender y participar cuando los medios del Estado están sumidos en la conflictividad laboral permanente, la pérdida de audiencias y recursos, y el debilitamiento generalizado de sus instituciones de gobierno? ¿Qué sentidos y limitaciones encuentran estos significantes en el actual contexto mediático global?

Irradiar: la refundación conceptual de los medios estatales ocurre cuando el financiamiento de los medios tradicionales mediante la publicidad se debilita y las plataformas virtuales globales aspiran parte de esos recursos. Compran, venden y usan comercial y políticamente los datos personales de sus usuarios y son cada vez más centrales en los flujos de información a escala global. Empresas como Facebook y Google han arrebatado no solo una parte creciente de la atención de las audiencias, sino también del mercado publicitario, que, tendencialmente, se inclina a favor de estos actores.

Comprender: desde el punto de vista de los usuarios, el consumo de información en estas plataformas se produce dentro de burbujas de sentido donde los mensajes que recibimos-mediados por algoritmos especialmente calibrados-, son adaptados y personalizados. En efecto, cada usuario recibe más de aquello que refuerza sus ideas y creencias preexistentes. Las redes son también terreno fértil para las noticias falsas o postverdad, conceptos relacionados que describen un campo minado de mentiras; viralización bien intencionada u operaciones maliciosas que buscan instalar temas, apelando a las emociones antes que a la razón. 

Participar: se entiende razonable una propuesta que apueste por una lógica relacional con las audiencias, aprovechando el potencial interactivo de internet. De hecho, y pese a la actual coyuntura de riguroso ajuste presupuestario, los medios estatales cuentan con experiencia y condiciones tecnológicas y operativas –en parte heredadas– para montar desarrollos en Internet. En efecto, fueron punta de lanza, y desde 2008, han diseminado por las redes, cientos de miles de horas de contenidos gratuitos y de acceso universal. Canal 7, por ejemplo, es el principal proveedor de contenidos de YouTube de América latina. Desarrollos de este tipo piden ser potenciados como herramientas públicas propulsoras de contenidos locales.

Con todo, el tríptico “Irradiar, Comprender y Participar”, visto junto al actual desfinanciamiento del sistema de medios públicos, es apenas un significante vacío. De alguna manera hace parte de una narrativa refundacional que nace reñida, no solo con la ley vigente sino también con algunas medidas del propio gobierno (¿no era la producción de contenidos para la Televisión Digital Abierta una política para “irradiar” talento y cultura argentina?), y con un contexto mediático de enorme vitalidad de gigantes tecnológicos que avanzan voraces, subsumiendo lo local.

* Becario Conicet en el Departamento de Ciencias    Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Doctorando en FSOC UBA