La relación “psicoanálisis y política” ha devenido un sintagma de uso frecuente, cuya reiteración vela en parte su carácter innovador. No, desde luego, porque esa articulación constituya una novedad, cuando a más de un siglo de invención del psicoanálisis hay una larga serie de autores, escritos y hasta escuelas que han entablado un encendido debate con el marxismo, sostenido explícitamente en la perspectiva de la emancipación. El asunto ha interesado a diversas generaciones de analistas y ocupado a muchos teóricos notables, teniendo consecuencias quizás no perceptibles en el plano de la real politik de nuestro país, como sí las ha tenido en el seno de sus asociaciones analíticas, incidiendo en sus escisiones y en sus reagrupamientos. En todos los casos, no ha sido el psicoanálisis el que ha ido a procurar en la política un horizonte nuevo al campo de su extensión, sino que ha sido la política la que se les ha impuesto a los psicoanalistas con sus urgencias, en distintos contextos de crisis sociales y económicas que han inducido, también, una crisis del pensamiento. Recordemos, al respecto, que es hacia fines de 1929 que Freud entrega a impresión su manuscrito sobre El malestar en la cultura, y que es ese marco de catástrofe financiera el que le asegura su inmediato éxito editorial. 

Luego de décadas de pensamiento único, después que la caída del muro de Berlín ha sido saludada en Occidente como el triunfo de la democracia liberal, proclamando el fin de las ideologías y hasta celebrando el fin de la historia, lo que constatamos, desde los inicios del siglo XXI, es el retorno más o menos larvado, más o menos estridente de la política. La razón debe seguramente buscarse en las renovadas catástrofes que la llamada globalización –en su doble aspecto de deslocalización productiva y de financiarización de la economía mundial– ha implicado para las condiciones de vida de ingentes masas de la población planetaria, correlativa de una velocísima concentración de la riqueza por parte de una cada vez más restringida porción de esa misma población. La delegación en la mano invisible del mercado de las funciones de protección y regulación asumidas por el Estado –especialmente a partir de la segunda posguerra– se ha saldado por un mundo más desigual, más injusto, menos equitativo; un mundo librado a la iniciativa individual, al ingenio del emprendedor, un mundo cada vez más alejado de las promesas de la Revolución Francesa y el optimismo de la Modernidad.

Pero el universo de las demandas insatisfechas lejos de reducirse se ha incrementado, porque a los antagonismos derivados de la histórica disputa por la apropiación del excedente, la misma lógica individualizante del neoliberalismo ha generado otras nuevas, como los reclamos de equiparación de derechos de la comunidad LGTBI, los movimientos feministas, la legalización del consumo de sustancias prohibidas, el matrimonio igualitario, el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, la procreación monoparental, el alquiler de vientres, la protección del medio ambiente, el surgimiento de nuevos colectivos y exigencias de reconocimiento de distintas minorías.

El retorno de la política interpela desde entonces a los distintos saberes de la cultura, la filosofía, la economía, la sociología, la historia y, en lo que nos atañe más íntimamente, el psicoanálisis. Pero ¿tendría el psicoanálisis algo para decirle a la política? Si, como lo postula de entrada Tim Appleton, el ejercicio de un pensamiento crítico constituye un acto de praxis política, debemos rápidamente concluir que sí. Y podemos otorgarle también rápidamente mucha razón, cuando desde las usinas del poder neoliberal y sus “talleres de entusiasmo” se predica diariamente contra ese pensamiento crítico al que se anatemiza, en favor de un pensamiento de la felicidad, la productividad, la alegría. Lo más importante no es para los educadores del stablishment “criticar a la sociedad” ni, mucho menos, “señalar sus defectos”; lo importante es “desarrollar la capacidad creativa, la invención, la comprensión, el deseo, las ganas”. Por lo demás, debemos considerar que si el pensamiento de la Aufklärung ha sido un pensamiento crítico del oscurantismo religioso medieval, los así llamados “pensadores de la sospecha” se han distinguido precisamente por ser duros críticos de las ilusiones de la Ilustración. Freud, Marx y Nietzsche –entre los cuales no dudamos en incluir a Lacan–, han sido innegablemente pensadores hipercríticos. Y, en ese sentido, el psicoanálisis se revela necesariamente portador del pensamiento que lo dio a luz y al que a su vez dio a luz. Vale decir, portador de un pensamiento transitivamente hiperpolítico.

En segundo lugar, quería detenerme un instante en la enunciación de Jorge Alemán. No tanto en sus enunciados, cuyo análisis podrá leerse detalladamente en los distintos trabajos que siguen, y que podrán ser leídos ellos mismos en las entrevistas que, a modo de anexo, sirven de conclusión al presente volumen. Me refiero a algo subrayado más de una vez durante el coloquio, y es el hecho de que cuando Alemán habla de política, no lo hace en tanto cientista político, no lo hace en tanto filósofo, no lo hace en tanto sociólogo, quizás sí con un decir poético y, tal vez por eso mismo, cuando habla de política lo hace en tanto psicoanalista. Un psicoanalista que ha tomado partido por la emancipación. Lo que le confiere un lugar singular y distintivo entre aquellos intelectuales que han asumido el desafío de pensar la política a partir de la enseñanza de Jacques Lacan y sus consecuencias, autores como Ernesto Laclau, Alain Badiou o Slavoj Žižek, con quienes Alemán mantiene una permanente interlocución. Posición que ha inducido a muchos cientistas políticos, a muchos filósofos y a muchos sociólogos a adentrarse en la enseñanza de Lacan, para encontrar en ella una herramienta teórica impensada. 

Al interior de la comunidad analítica, la situación no está tan claramente definida. La discusión es vieja como el propio psicoanálisis, y se le planteó a Freud desde el inicio. ¿Cuáles son los límites que impone su neutralidad al desempeño de un psicoanalista en la polis? ¿Cuáles los riesgos que, para la causa analítica, presupone el compromiso público de los psicoanalistas? Lo hemos señalado, en la larga historia de nuestras asociaciones ese debate nunca ha sido saldado, y en cambio sí ha dado origen a fracturas y a sucesivos reagrupamientos. Aunque permanece, en cualquier caso, una cuestión que se le impone a cada colega en su ejercicio cotidiano: ¿es viable sostener nuestra práctica preservando una impostada extraterritorialidad respecto de la época y su subjetividad? ¿Es posible conducir una experiencia auténtica de la palabra desentendiéndose de las encrucijadas sociales, económicas y de poder que determinan las condiciones mismas de esa experiencia? ¿Es posible, en fin, ser psicoanalista en la ciudad sin reconocerse ciudadano, al fin de cuentas, desinteresarse de la política?  

A modo de respuesta, transcribo la que dio Michel Foucault al periodista Fons Elders en un debate sostenido con Noam Chomsky para la televisión holandesa en 1971: 

“¿Por qué me interesa tanto la política? Si pudiera responder de una forma muy sencilla, diría lo siguiente: ¿por qué no debería interesarme? Es decir, qué ceguera, qué sordera, qué densidad de ideología debería cargar para evitar el interés por lo que probablemente sea el tema más crucial de nuestra existencia, esto es, la sociedad en la que vivimos, las relaciones económicas dentro de las que funciona y el sistema de poder que define las maneras, lo permitido y lo prohibido de nuestra conducta. Después de todo, la esencia de nuestra vida consiste en el funcionamiento político de la sociedad en la que nos encontramos. De modo que no puedo responder a la pregunta acerca de por qué me interesa; solo podría responder mediante la pregunta de cómo podría no interesarme... No estar interesado en la política es lo que constituye un problema. De modo que, en lugar de preguntarme a mí, debería preguntarle a alguien que no esté interesado por la política y entonces su pregunta tendría un fundamento sólido, y usted tendría todo el derecho de gritar enfurecido: ¿por qué no le interesa la política?”.

¿Interesarse en la política implica de por sí un posicionamiento de izquierda? Seguramente debemos responder que no. Aun cuando las usinas neoliberales se propongan fabricar emprendedores, no ciudadanos advertidos. Por esa razón recordaré, para concluir, que para Alemán ser de izquierda significa afirmar el carácter contingente de la realidad del capitalismo. Lo que quiere decir, aproximativamente, que ser de izquierda supone sostener que el capitalismo puede no ser.

* Psicoanalista.