Los poemas de Ese animal tierno y voraz, el tercer libro publicado por Ivana Romero (Firmat, 1976), se asemejan a planos. Hay ciudades por las que pasean parejas de ancianos y de jóvenes enamorados; en una de esas ciudades existe una casa que es metáfora del cuerpo de un animal, que a su vez es refugio del corazón de la voz que, a borbotones, se deja escuchar. La piel de la casa recubre la piel de una mujer que habla (y canta) por la casa que habita. La canción es una de las matrices de los poemas de Romero; la otra es el poema de amor, incluso el poema que se despide cuando el amor concluye. En ambos casos, la costura que mantiene unidas la canción y el poema de amor es el tono del registro con que se recuerda y se proyectan imágenes, percepciones y propósitos en el marco de los poemas. “Voy zurciendo una tela limpia/ donde escribir cosas buenas/ pero los hilos se corren/ y por debajo asoman fantasmas”. En el libro de Romero, los fantasmas comprenden y no se sobresaltan cuando se exhibe lo que está oculto.

Cuenta la autora que las primeras versiones de los poemas fueron escritas entre 2014 y comienzos de 2015. “Empecé trabajándolos con Osvaldo Bossi y una versión del libro obtuvo una mención en un concurso del sello Viajero Insomne. Luego revisé cada poema y armé otro libro con la ayuda de Alicia Genovese. No siempre es posible editar los poemas enseguida. En mi caso, necesitaron tiempo para acercarse al tono que buscaba y, una vez que encontré ese tono, me quedé sin trabajo, dije adiós a ciertos amores, terminó una época política y comenzó otra de una oscuridad inquietante”, dice en referencia al momento actual. 

La primera parte del libro, “La piel antigua”, esboza una historia y concentra la mayor apuesta: transformar la materia de la relación amorosa en el núcleo de una crónica poética. Escritora “mestiza”, periodista, narradora y, sobre todo, poeta, Romero ubica en los diferentes planos del poema medidas de distancia. El pasado, el presente y lo que vendrá van por el mismo cauce: “Construiré relatos de lo que pasó/ que no concuerdan con lo que pasó”. El motivo del viaje, que enlaza una parte con otra, siembra el libro de rastros sutiles. Los versos siguen la huella del corazón cantante.

En la segunda parte, “Estrellas perfectas”, se ofrecen varios perfiles de músicos y de personajes urbanos anónimos. “Aparecen estrellas de rock como Amy Winehouse o Bruce Springsteen, pero el modo de trazar esos perfiles no es periodístico”, revela la autora. “Ahondo en datos que el periodismo desdeña, juego a mi antojo con ellos e invento. En esos poemas no se juega la veracidad: se juega lo que el poema tenga ganas de decir.” En una lavandería londinense, Amy Winehouse hojea revistas, Norah Jones camina por la nieve y reconoce que su voz tiene “esquirlas de cristales rotos” y un niño enmascarado en un vagón de la línea B del subte porteño le habla al corazón de una pasajera en tránsito. “Lo que me interesa de las estrellas ‘conocidas’ es todo lo que las hace humanas. Y lo que me interesa de las estrellas anónimas como el niño con máscara de Batman en el subte, o la peluquera o la cajera de un supermercado, es todo eso que las hace brillar, elevarse por encima de la medianía que genera la vida de quienes vivimos en el anonimato”, dice Romero. El leitmotiv de los ocho perfiles poéticos es la ternura. 

“Los cuadros tienen adentro otros cuadros”, se lee en uno de los poemas de Ese animal tierno y voraz, en que una pareja de enamorados visita un museo que exhibe pinturas de Vincent Van Gogh. Como en una de esas obras maestras del pintor holandés, hechas con el material sobrante del mundo, los poemas de Romero, al mismo tiempo que las palabras intentan acomodarse “en el lugar exacto”, se alimentan de otros poemas, de historias cotidianas y de los residuos del amor. Y

Ivana Romero

Ese animal tierno y voraz

Caleta Olivia