El caso de La Manada mantiene en vilo a la ciudad de Barcelona y a España desde ayer cuando se conoció la sentencia de nueve años para el grupo de hombres que atacó sexualmente a una joven de 18 años. El fallo causó indignación porque los jueces desestimaron la palabra de la víctima que denunció una violación grupal.

Bajo el lema “¡No es abuso, es violación!”, miles de personas se convocaron a las principales plazas de la ciudad y frente a los tribunales de justicia para reclamar contra el fallo que sostuvo que la joven no fue víctima de violación sino que “solo sufrió un abuso sexual continuado con prevalimiento”.

Además, la condena social produjo que muchas mujeres se animaran a denunciar las violencias que sufren a diario para decir basta, como el acoso callejero. “Ahora nosotras somos la manada”, pudo leerse en algunos de los carteles de las multitudinarias manifestaciones.

Rocío Sánchez escribió una nota para el Diario Sur sobre el tema, tras su tuit en el que expresó: "Un saludito al pedazo de anormal que, de camino al periódico, ha decidido agarrarme una teta mientras salía huyendo en su bicicleta. Asco es poco, y esto es lo que las mujeres aguantamos a diario. Más en las calles, por favor".

 

La nota completa de Rocío Sánchez para Diario Sur

Me entristece que esto sea lo primero que vaya a publicar como becaria. Yo, por suerte, tengo los medios para denunciarlo, aunque no es el caso de la mayoría de mujeres que soportan humillaciones a diario.

Escribí mi tuit con bastante rabia, casi sin reflexionar. No pude evitar insultarte. Hoy, con las ideas más claras, creo que me expresaría de otra manera. He leído miles de testimonios de mujeres que han sufrido acoso machista en primera persona, pero ayer me tocó a mí, a plena luz del día. He decidido dedicarte esta carta para que, si te da por leerla, sepas que las mujeres no estamos solas, y que somos mucho más que un trozo de carne de venta en un escaparate.

Ayer me bajé con prisas del coche. Una tarde cualquiera en la que me disponía a ir al periódico a hacer mi trabajo. Quería terminar pronto para no llegar demasiado tarde al cumpleaños de mi hermano. Entre tanto, mi compañera Cristina y yo charlábamos, aunque no consigo recordar sobre qué. Tú decidiste cruzarte en mi camino, acelerar con tu bicicleta y agarrarme un pecho tan rápido y fuerte como pudiste. Si lo miras así, puede sonar a broma. Pero no lo es, te aseguro que no hace ninguna gracia. Me dejaste helada, paralizada. Reaccioné tarde, aunque me dio tiempo a gritarte lo primero que pensé. Luego respiré, y Cristina ya no sonreía, solo me preguntaba cómo me sentía porque ella tampoco entendía lo que acababa de suceder.

«Solo espero que una manada de mujeres sepa pararte los pies»

Repasé mi ropa: camiseta y vaqueros. «Ni siquiera voy vestida de manera provocativa», pensé en ese instante, y automáticamente me arrepentí de aquella reflexión. Como si vestir de la forma que a mí me da la gana te diese a ti autoridad para manosearme. Guardándote aún bastante rencor, solo deseaba que te cayeras de esa bicicleta o que un coche se cruzara en tu camino, de la misma manera en la que tú te cruzaste en mi camino a la redacción. Pero luego me di cuenta de que, aunque tú desaparecieras, seguirían existiendo millones como tú esperando la oportunidad perfecta para agredir a una mujer que simplemente va andando por la calle de camino a casa, al trabajo o a la universidad. Mujeres que podrían ser tu madre, tu hermana o tu amiga, esas a las que nunca piensas que las van a tratar de la misma manera en la que tú me trataste a mí. Y como ya no podía gritarte nada más, porque decidiste huir como un cobarde, y tampoco podía hacerte entender que lo que habías hecho puede marcar la vida de alguien, solo me quedaba denunciarlo por Twitter.

Y funcionó, porque son muchas las mujeres que, después de contar mi historia, me han contado la suya con barbaridades multiplicadas por tres. O por mil. Chicas que tuvieron que aprender a la fuerza a defenderse, porque otros tantos como tú no le dejaron otra alternativa. El azar ha querido que mi historia aparezca en medio el mismo día en el que un tribunal ha dictaminado que nueve años de prisión son suficientes por romperle la vida a una mujer. Ella, que no pudo defenderse, y esperó que la justicia lo hiciera. Como tantas a las que nadie cree. Ayer solo quería ir a trabajar. Hoy no voy a insultarte, aunque tampoco pienso darte las gracias. Solo espero que nunca, bajo ningún concepto, te acerques a ninguna niña. Y que si lo haces, una manada de mujeres sepan pararte lo pies.