“La vida secreta de los que hicieron el trabajo sucio”. De eso anuncia desde su subtítulo que trata Crónicas de posguerra, el libro de Daniel Otero publicado por editorial Octubre. Cada uno de estos términos se revela ubicado con justa precisión, a medida que avanza la lectura de este libro que es de esos que atrapan al lector como con una soga invisible, sin conceder a soltarlo hasta su final. El miércoles pasado, en la Feria del Libro, el autor presentó este trabajo que, cuenta, se fue haciendo de a poco, tras muchos años de investigación. Fue en el stand del Grupo Octubre, junto a Horacio González y Nicolás Trotta.     

“Guerras y dictaduras tienen fecha de finalización. La posguerra no”, sentencia Otero. El razonamiento es inquietante; útil para comprender el modo intermitente, con luces tan brillantes y sombras tan terribles, en que avanzó la sociedad argentina en la búsqueda de justicia para los crímenes más atroces. Son crónicas, dice también el título: Se trata de historias documentadas, investigadas, en las que se citan nombres, lugares, fechas. Son reales; parecen de ficción. Como la de Herbert Bittner, un alemán que se radicó en Chile y Argentina al servicio de una asociación secreta de “ayuda mutua” para los nazis escondidos por acá. O la del agente del Servicio de Inteligencia del Ejército infiltrado en las filas del ERP.  

O la que quizás es más crudamente revelada, por la cantidad de facetas que pone en juego: la de Armando Víctor Luchina, un probo jubilado fundador de una sociedad de fomento de Lanús, que mientras fue suboficial de la Federal ofició de “administrativo” de un centro de tortura y exterminio, y que guarda en su casa como trofeo libros de desaparecidos. Y que además, siempre estuvo dispuesto a contar lo que vivió: “Junto con el inspector Rodolfo Peregrino Fernández es el único federal que denunció a sus jefes como ejecutores de un plan sistemático de exterminio. Fernández huyó de la policía y del país; él se puso el uniforme hasta el día del retiro”, marca Otero al personaje, con el ritmo de su crónica.  

Durante la presentación, Trotta puso estas crónicas en contexto actual y urgente: “Este libro ilumina un presente de retrocesos, de demagogia punitiva que está golpeando a los pibes de nuestros barrios populares y a nuestra sociedad toda”, señaló el rector de la Umet. “Recorrer estas crónicas es entender el papel que jugaron todos los que fueron cómplices de los procesos más nefastos de la humanidad, los pequeños auxiliares, los engranajes cotidianos. Y también es entender cómo llegamos a este presente”, advirtió, y propuso un paralelismo: “¿Qué sienten los gendarmes que son responsables de la muerte de Santiago Maldonado, los prefectos que asesinaron a Rafael Nahuel, los policías que primero disparan y después preguntan? ¿Qué sienten sus esposas, sus hijos, sus madres? Las crónicas de Daniel desentrañan los entornos cotidianos y familiares de personajes como éstos. Como editorial que surge de los trabajadores, me enorgullece que esté al servicio de dar visibilidad a estas cuestiones”, señaló.

A su turno, y como en una clase magistral, González situó el libro en una tradición de publicaciones “que a lo largo de estos cuarenta años trataron el máximo horror”. Citó entonces Recuerdos de la muerte, de Bonasso, El Almirante Cero, de Claudio Uriarte, Ezeiza o Los vuelos de la muerte, de Horacio Verbitsky. “El libro de Otero puede ubicarse en lo mejor de esta tradición, con ecos de Walsh en su escritura. Y con una gran originalidad: se priva de hacer juicios contundentes sobre estas pequeñas criaturas. Eso se lo deja al lector, obligado a ser de ese modo muy activo”, observó.

“En estas páginas Otero retrata a los que no daban órdenes, a aquellos que pertenecen a un mecanismo que los exime de la confesión. La perfidia de la conciencia humana está narrada aquí, pero Otero no propone ningún tribunal. Por el contrario, permite comprender cómo el mal también se compone de actos de contricción”, analizó. Por eso consideró que este es “un libro fundamental para completar la saga de libros sobre el horror en la Argentina”.