Según números publicados en juegosargentinos.org por la Fundación Argentina de Videojuegos y la Asociación de Desarrolladores de Videojuegos de Argentina, existen alrededor de 145 estudios de origen nacional, con equipos de 5 a 10 personas. Y sorteando el panorama económico del año, la mayoría logró lanzar exitosamente sus productos a través de plataformas digitales. Incluso, el estreno de Master of Orion –remake desarrollada por NGD Studios y distribuida por la chipriota Wargaming– le otorgó un nuevo brillo a la escena argenta de desarrollo de videojuegos. Y a pesar de no ser una IP nacional, es un hito que el trabajo local haya podido alcanzar una nominación de “Videojuego para PC del año” en los Golden Joystick Awards.

Sin embargo, la producción de juegos aún no está cerca de un panorama indie con cimiento fuerte. Los lanzamientos 2016 superaron apenas en un 10 por ciento a los de 2015, y la mitad de ellos siguen siendo exclusivos para mobile. El leve aumento incluso trajo una crisis a las convenciones del rubro: el trabajo de cerrar los títulos prometidos hizo a un lado la difusión de nuevos proyectos. Y la falta de anuncios provocó que la agenda apenas contuviera una decena de títulos que sus desarrolladores confían terminar el año que viene, y dejó al usuario sin expectativa real por el desarrollo local.

El circuito gamer se topó accidentalmente con una falla que tiene la potencia de terminar defenestrando su infraestructura. Un error de planificación general que se traduce como un problema de comunicación entre desarrolladores y público. Sin la atención de los consumidores, cualquier intento de desarrollo del rubro carecerá de sentido. Y por más que parezca ser parte del ciclo natural del crecimiento de un nicho, es peligroso que el gaming nacional coquetee con la idea de perder la curiosidad del jugador. Hace falta construir un cronograma que demuestre que los estudios de videojuegos nacionales son capaces de sostener un ciclo fuerte, continuo y sin baches.